"Tantos sentimientos reprimidos aquí / Abandonada sola con el que más temo / Estoy enferma y cansada de razonar / Sólo quiero salir y sacudirme esta piel". Berta, hermana menor y adolescente, baja regularmente al sótano de su abandonada mansión familiar para dialogar desesperadamente con la voz de su madre muerta, mientras busca convencer sin éxito a un hermano desentendido y a una hermana que casi ya no escucha sobre la veracidad de esos mensajes del más allá.
Ella, eje central de la confluencia de las historias que atraviesan el escenario durante casi dos horas, parece encarnar a la perfección aquella cita de una de las canciones más conocidas de la enorme banda post-punk The Sound, aparecida en esta crónica por una evidente asociación entre el nombre del icónico grupo inglés y “El Sonido”, la nueva obra escrita y dirigida por Javier Daulte.
Pero insisto un poco más: el nombre y el estribillo de la citada canción refuerza mi convencimiento de estas extrañas relaciones, porque mientras más resuena la música más parece caracterizar a las identidades de los personajes de Daulte: “No puedo escapar de mí mismo”. Así, Berta investiga y disfruta de esta fuente de sonido maternal y sostiene como puede su traumática existencia, a la par de un espacio escénico que se fragmenta y multiplica en otras vivencias, habitado también por un hombre sueco bastante bizarro salido de la nada y con portafolio en mano que contiene un aparato revolucionario que asegura poder reproducir todo lo que la humanidad dijo desde el primer sonido hasta este momento, capturando las voces que quedaron de alguna manera alojadas en el espacio y que por una filtración de la capa de Ozono en la Argentina ahora se pueden recuperar y escuchar sin mayores inconvenientes a un módico precio.
A su vez, una diputada corrupta ultraderechista, ex niñera de la joven obsesionada con los mensajes fantasmagóricos de su madre, chantajea a una actriz de series y ex amiga que se está quedando sin trabajo mientras una leyenda del rock nacional y su socio tranzan con la diputada fascista para hacer un single de campaña, aunque con mensajes subliminales medio berretas que buscan no traicionar su rebeldía rockera, a la par de una inesperada salida del closet que reconfigura esa histórica relación creando un vínculo distinto, distante y tierno a la vez.
Esto y mucho más deviene mientras todos los sonidos de las acciones, las puertas, los automóviles, los timbres y las canciones de la obra son creados, reproducidos y manipulados en vivo por lxs mismxs personajes, como una suerte de espectral Dogville de Lars von Trier pero con mayor velocidad, menos tragedia y muchas carcajadas del público presente.
Estas complejas combinaciones de comedia irreverente, absurdo, política, realidades paralelas, fantasmagorías, ciencia ficción low-fi, filosofía y familias disfuncionales no es más ni menos que el sello inconfundible de Javier Daulte, capaz de mixturar los mundos más extraños y a simple vista incompatibles con los personajes más absurdos y las historias más disparatadas en un todo coherente, sólido y poético, que incrementa sus pasos hasta estallar de maneras inesperadas.
Como en tantas otras de sus piezas como Gore, Criminal, Siniestra, Valeria radioactiva o Automáticos (¿debería confesar aquí que con esta última me reí tanto que no llegué completamente seco al baño del Teatro del Pueblo?), los múltiples universos de Daulte trastocan elementos de lo cotidiano con la ciencia ficción, para dar cuenta de problemáticas reales y concretas, poniendo en la licuadora escénica personajes mundanos con finalidades extraordinarias y logrando resultados inteligentes e inesperados.
Filosófica, irónica, altamente graciosa y poseedora de un ritmo frenético pero sincronizado, la obra, protagonizada y sonorizada coralmente por Ramiro Delgado, Luciana Grasso, Silvina Katz, Paula Manzone, Agustín Meneses, Marcelo Pozzi, William Prociuk y María Villar, se construye como un rompecabezas de historias individuales que poco a poco encajan sus piezas en una serie de tópicos que las engloba a todas atravesando la cotidianidad actual: el problema de la verdad y de la posverdad, las obsesiones en torno a ellas y todo lo que no queremos y podemos ver al mismo tiempo en torno a la familia, las relaciones sexo-afectivas, las emociones y sus contradicciones, sus miserias, sus riquezas y sus afecciones más inciertas, encarnadas en personajes que transitan estados mentales alterados, calculadores, manipuladores, desentendidos, enamoradizos, miserables, obsesionados con los negocios o egoístas.
Además de la salida del clóset gay, durante la obra se abren también las puertas otros clósets que dejan al desnudo la realidad de los vínculos familiares, fraternales y maternales, las relaciones con ex parejas, las amistades construidas sobre dudosos cimientos o los enamoramientos repentinos y pasajeros movilizados verdaderamente por intereses comerciales y políticos.
El Sonido revela justamente que todo suena de la manera en la que mejor queremos escuchar según la propia conveniencia: las voces perdidas de la infancia o las confesiones cercanas que negamos reconocer, hasta la abrumadora posibilidad de escuchar todo lo que toda la humanidad dijo alguna vez y no brindarle demasiada importancia al asunto. La última de Daulte es una obra de fantasmas que nos perturban, pero no por esconderse debajo de la cama mientras dormimos o cubrirse con sábanas blancas y aparecerse en los pasillos, sino porque exhiben sin concesiones las condiciones más básicas del ser humano en el siglo XXI, junto con sus mecanismos de defensa y supervivencia. Y ahí te quiero ver.
Funciones: martes a las 20 en el Espacio Callejón, Humahuaca 3759.