Kitty Genovese tenía 28 años y trabajaba en un bar. Volvía de madrugada al departamento en Queens, Nueva York, que compartía con su pareja, Mary Ann Zielonko. A las tres y cuarto de la madrugada del 13 de marzo de 1964, Genovese estacionó su auto en la vereda y comenzó a caminar los 30 metros que la separaban de su casa.
Apenas había cerrado la puerta de su coche cuando por la espalda fue apuñalada dos veces. El atacante tenía su misma edad, y se llamaba Winston Moseley, un maquinista negro de 29 años, casado, y que terminaría confesando otros dos crímenes sexuales. Las pericias determinarían su tendencia a la necrofilia y a atacar mujeres “porque son más fáciles, no se defienden”. Esa noche dejó su hogar y empezó a rondar la zona del departamento de Genovese, esperando por una víctima. Cómo luego confesaría a las autoridades, ese 13 de marzo sentía “el deseo de matar a una mujer”. Nunca quedaron dudas sobre su responsabilidad en el crimen de Genovese. Pero conviene detenerse en lo que ocurrió mientras se perpetraba.
Cuando la víctima recibió la segunda puñalada, llegó a gritar “¡Me atacan, socorro!”. Moseley huyo ante una voz de alto, “¡Deje en paz a esa muchacha!”. La noche era fría, todas las ventanas de la cuadra estaban cerradas y muy pocos reconocieron el grito de la joven atacada. El atacante se fue y Genovese, herida, comenzó a arrastrarse hasta la puerta del edificio donde vivía. A los pocos minutos, Moseley reapareció, esta vez con una media en la cara. Genovese estaba en la parte posterior del edificio. Allí, Moseley la violó y la siguió apuñalando; las heridas de ella en las manos mostraban que había tratado de defenderse. Le robó el poco dinero que tenía y se fue. Todo había ocurrido durante un lapso de media hora.
Recién en ese momento uno de los vecinos llamó a la policía, que se llevó a la joven malherida en ambulancia a las cuatro y cuarto, una hora después del primer ataque. Murió camino del hospital.
Entonces comenzó la reconstrucción del hecho, a través del testimonio de testigos. Karl Ross, el vecino que llamó a la policía era consciente de lo que estaba pasando. Joseph Fink, también vecino del edificio, declaró haberse dado cuenta del primer ataque. Otras diez personas habían oído o visto parte del ataque, en particular las dos primeras puñaladas, cuando Genovese gritó y eso alejó momentáneamente a Moseley. Nadie pudo ver la violación y la consumación del crimen, pese a los gritos, y fue Ross quien ató cabos llamando a la policía. Sumemos a Robert Mozer, el vecino que alejó a Moseley con su grito de “¡Deje en paz a esa muchacha!”: se quedó tranquilo en su departamento luego de ello.
El gran escritor de ciencia ficción Harlan Ellison tuvo acceso a los reportes policiales: entre las doce personas involucradas en calidad de testigos que no auxiliaron a la mujer, se destacaba el testimonio de un hombre que llegó a declarar que subió el volumen de la radio para no escuchar los gritos porque “no quería verme implicado”.
En rigor, los testimonios eran fragmentarios, nadie había visto u oído en su totalidad el ataque, sobre todo la violación. Era una especie de Rashomon neoyorquino, pero con un hilo conductor: nadie se quiso comprometer, pensando que era una reyerta en alguna cuadra cercana o un grupo estudiantil saliendo de un bar. Erróneamente, The New York Times llegó a hablar de “38 personas que vieron un asesinato y no hicieron nada”. No eran 38 sino doce, y nadie vio la escena por completo. Sin embargo, no dejaba de ser asombroso que nadie auxiliase a la víctima.
El llamado “síndrome Genovese” había nacido, y pasó contribuir la idea psicológica del efecto espectador, por el cual es más baja la probabilidad de no intervenir en auxilio de alguien en peligro cuanto más acompañado se está, porque se tiende a inferir que otro de los que acompañan saldrá a ayudar. El caso derivó en la creación de la línea 911.
Moseley fue condenado a prisión perpetua tras evitar la pena capital. Protagonizó varios incidentes en la cárcel, incluyendo la célebre revuelta de la cárcel de Attica, violentamente reprimida por el gobernador Nelson Rockefeller en septiembre de 1971. Intentó, de manera infructuosa, conseguir la libertad bajo palabra y murió en priión en 2016, a lo 81 años.
Una década después del crimen, en diciembre de 1974, Sandra Zahler, una modelo de 25 años, fue golpeada hasta la muerte y nadie acudió a ayudarla. El asesinato ocurrió en el mismo edificio donde vivía Genovese. Los vecinos alegaron haber oído gritos, pero directamente no llamaron a la policía. El asesinato fue en Navidad y el cuerpo se encontró recién el 27 de diciembre, siendo condenado el novio de Zahler.
El caso Genovese ocurrió en los meses posteriores al asesinato de John Kennedy. En los años que pasaron hasta la muerte de Zahler, el país atravesó la guerra de Vietnam, dos nuevos magnicidios (Martin Luther King y Robert Kennedy) y el escándalo Watergate. La versión estadounidense de lo que aquí llamaríamos “no te metás”, al menos en materia de violencia contra mujeres, y en la misma cuadra tenía, en la Navidad de 1974, idéntica vigencia que diez años atrás.