Tres de noviembre año 2018. Patricia Bullrich, por esa época ministra de la cartera de Seguridad, define su posición en relación a la portación de armas. ”Esto es un tema de las personas. El que quiera estar armado que ande armado y el que no quiera estar armado que no ande. La Argentina es un país libre".
Doce de febrero año 2024. Un chofer del colectivo de la línea 28 amenaza con una picana a un pasajero que pidió no pagar boleto, ni él ni su familia, porque se había gastado la plata de la SUBE en comida para su hijo.
En estos tiempos desérticos y anómicos, el alegato del colectivero sería algo así como "En mi colectivo mando yo y esta es MILEY".
Analicemos esta escena que funciona como un analizador y puede ser interpretada como una “encerrona trágica”. Herramienta privilegiada en el trabajo de investigación con la numerosidad social que desarrolló Fernando Ulloa.
¿Qué es una encerrona? ¿Y bajo qué condiciones de crueldad, mortificación y deshumanización aparece?
"La encerrona trágica es un paradigma del desamparo cruel. Una escena de dos lugares sin tercero de apelación, sin Ley, donde la víctima para dejar de sufrir y en algunos casos no morir depende de alguien o de algo que lo maltrata o amenaza sin que exista una terceridad, quedando el individuo a expensas de quien lo rechaza”.
En la escena del colectivo, como tantas otras que los medios de comunicación nos imponen como hechos de violencia, no solo esta incluido el colectivero y su reacción amenazante y el pasajero pidiendo no pagar, sino también el conjunto de los pasajeros, muchos de los cuales han sido dominados por la indiferencia y el hastío. Un Coro Griego que permanece en la penumbra, mudo, observando la situación desde afuera, sin interceder ni mediar.
Hace mucho tiempo, pero especialmente en gobiernos neoliberales, la propuesta cultural y de convivencia es La Ley del Más Fuerte, o sea la crueldad necesita de un dispositivo político y social que lo avale sosteniendo el accionar de los “crueles” en plural porque la crueldad requiere la complicidad impune de los otros. El eje del dispositivo cruel es la mentira, la omisión y un saber fetichista recusador de la verdad.
Profundicemos el concepto de lo cruel para Ulloa: ”Lo cruel sin sujeto manifiesto de la acción convive con nosotros en el día a día. Puede adquirir status de costumbre, las mismas víctimas sufren una intimidación que permanece inadvertida. Lo cruel hace cultura, verdadera cultura de la mortificación en la cual la fecunda idea freudiana del Malestar en la Cultura se convierte en malestar hecho cultura, donde claudica la valentía, la inteligencia y el cuerpo se subordina. En este acostumbramiento, las marcas de lo cruel se entremezclan con una civilización desmemoriada”.
La idea de desadueñarnos de nuestro cuerpo implica en poblaciones acorraladas la puesta en marcha de lo servil. Para Ulloa, se puede pensar como un síndrome, el síndrome S.I.C (saturación-indiferenciación y canibalismo). Este síndrome aplicado a un contexto social produce indiferencia, ya que en la mortificación que lo generó no hay normativas, prevalece la anomia, saturándose la capacidad pensante y tornándose indiscriminadas ideas, entusiasmos, proyectos que se confunden, entremezclan y se devoran unos a otros. En lo que ocurrió en este colectivo y en tantos otros hechos que hemos vivido y padecido (Chocobar, justicia por mano propia en el caso del ingeniero Santos, linchamientos, etc., etc.) concluimos que a mayor necesidad, mayor brutalidad y una creciente banalización del mal.
Esta destitución del sujeto y la destrucción del lazo social tiene como consecuencia el arrasamiento de condiciones humanas de solidaridad, intercambio, derechos, justicia y hospitalidad.
La homogeneidad sobre la que se sostiene el discurso libertario es la política del odio y de la crueldad, afirma María Pia López. Se produce un discurso fetiche que confiere a un saber un carácter sagrado y épico (Las Fuerzas del Cielo y su mensaje Viva la libertad Carajo). Saber fundamental y ortodoxo que excluye, odia y elimina todo lo diferente. Reuniendo una sumatoria de valores primarios, automáticos y maquinales, más la propensión a un saber sin fisura. Esto es el caldo de cultivo del sujeto cruel.
La crueldad puede ser pensada en tanto artefacto cultural pero necesita una política que lo promueva, decisiones económicas de ajuste y destrucción del Estado y de sus instituciones de protección y de alojamiento del individuo.
Para que la Crueldad con mayúscula se instale, es necesario no solo la violencia de un victimario y el desamparo de una víctima, sino también una complicidad de diversos integrantes de la sociedad. Esta crueldad o “vera crueldad”, afirma Ulloa, requiere que el ejecutor sea realmente maligno, es decir, sin lugar para el remordimiento o la duda. Tuvo que organizar su verdad y su accionar sobre un saber mentiroso, que le facilita su propia impunidad, dejando de lado todo vestigio de conciencia moral en relación a sus actos y aseveraciones. Ese saber mentiroso lo sitúa por fuera de La Ley. No me estoy refiriendo solamente a individuos (Milei, Macri, Petovello, Sturzenegger, etc.) sino fundamentalmente a sus discursos y acciones. Un saber canalla que fundamenta discursos sostenidos en la exclusión del diferente, la multiplicación del odio y la negación de todo conocimiento crítico y que provenga de ese enemigo que se lo define en este gobierno como la casta.
La crueldad entonces es patología de frontera entre lo instintivo y lo pulsional indefinido y entremezclado. Solo es necesario un instrumento sociocultural que lo legalice y lo convierta en crueldad cotidiana.
Para finalizar, Gilles Deleuze nos ofrece un camino muy difícil en esta nuestra realidad pero valioso como herramienta. Transcribo: ”El poder requiere en estos tiempos de cuerpos tristes. El poder necesita tristeza porque puede dominarla. La alegría por lo tanto es resistencia, no se rinde. La alegría como potencia de vida nos lleva a lugares donde la tristeza nunca nos llevaría”.
Monika Arredondo es psicoanalista y escritora.