El discurso soez y ofensivo ya forma parte de la actividad cotidiana del actual presidente de la Nación Javier Milei. Chicanas, faltas de respeto, atropellos a la dignidad de las personas (menores incluidos) corren parejas con la brutal pauperización a la que somete a la inmensa mayoría del pueblo argentino. Puede ser una burla a las personas con síndrome de down; burlarse de un púber desmayado u ofender la memoria de los 30.000 desparecidos. El jefe de estado se comporta como si quien piensa distinto o sencillamente ocupa un lugar molesto para su performance mereciera ser rebajado en su condición de ser humano, denigrado a la condición de un resto pronto a desecharse.
En este punto es para tener en cuenta la amenaza que días pasados disparó con destino a los gobernadores en su disputa por los montos de coparticipación que Nación debe enviar a las provincias: “Los voy a mear”, dijo el libertario que habla con los perros muertos. Bien, mientras el presidente levanta la pata, intentemos desentrañar algunos detalles en esta tan particular amenaza.
En toda contienda, enfrentamiento, duelo, lucha, guerra o examen el término que prevalece es cagar. El mismo remite a un objeto que desde la infancia en adelante cobra un valor sustancial en lo subjetivo y, por ende, en lo social, a saber: la mierda. Basta con prestar atención a la lengua de cualquier nación para advertir el lugar principalísimo que tal vocablo ocupa en las ansiedades humanas. La mierda está a la orden del día cualquiera sea el avatar o la instancia que un sujeto afronta en su vida. Y no solo para mal. ¡Mierda! --se dicen los actores antes de salir a escena al desearse esa indispensable suerte que toda performance requiere para llegar al éxito. ¡Mierda! También si algo sale mal o contraría nuestras ilusiones. Me cagué todo --dice quien acaba de atravesar una situación peligrosa o quien renunció a correr algún riesgo. También de quien traiciona una confianza o un amor se dice: me cagó mal. Y no es para menos, la mierda pone en juego algo muy valioso. Es el objeto privilegiado de la demanda materna en los más tempranos tiempos de la constitución subjetiva. El nudo con el que el sujeto confronta al Otro. Te doy o no te doy. Instancia clave a partir de la cual la mierda cobra ese valor de regalo que hace de la misma un don de amor. De allí que la constipación, los diversos problemas intestinales o los dolores de panza suelan remitir a eso que el lenguaje llama “nervios”, “tensión” y que no es otra cosa que la angustia experimentada por el sujeto ante la demanda del Otro: sea este un examen, una cita de amor o un pleito entre vecinos. De hecho ¡Andá a la mierda! nos decimos cuando la expectativa del Otro --cierta o imaginada-- se nos vuelve intolerable. Lo común a todos estos usos y ejemplos es un amor/odio que trasunta una paridad entre los rivales, los amantes, los jugadores, los combatientes o cualquiera dispuesto a ganar y perder algo dotado de un brillo particular.
Algo distinto ocurre con la micción, con la acción de orinar o de mear, tal como el uso vulgar indica. Según Lacan: “El erotismo uretral está ligado al rasgo de carácter ambicioso. El lenguaje da cuenta de ello cuando alguien dice: "El apunta más alto de lo que puede mear" ”[1]. Aquí ya no hay una paridad entre los rivales. Antes bien “los voy a mear indica” --para quien enuncia semejante amenaza-- la atribución de una superioridad que ubica al rival en una posición de mero objeto. Se trata de una enunciación falsamente masculina que hace sin embargo ostentación del pene. De hecho, hace pocos días, el presidente deslizó su reconocimiento al atributo macho con su nefasta alusión a los burros frente a un auditorio compuesto por niños y niñas. En principio, la pregunta es: ¿para qué el presidente hace ostentación del símbolo fálico? Pero aún más: ¿por qué necesita ubicar a quien confronta en una posición inferior? Y peor aún: ¿por qué necesita burlarse de quien, por la circunstancia que sea, sufre una caída? La burla ante uno de los dos jóvenes desmayados en su discurso durante su visita al Colegio Cardenal Copello no podría constituir mejor ejemplo. Desde ya, toda la pregunta es: hasta cuándo los y las argentinas nos dejaremos andar meados por los perros.
Sergio Zabalza es psicoanalista. Doctor en Psicología por la Universidad de Buenos Aires.
Nota:
[1] Jacques Lacan, El Seminario: Libro 1 : EL hombre de los lobos- El inconsciente psicoanalítico.