Muchísima agua en muy poco tiempo es la característica principal de estas lluvias torrenciales que no dan respiro en buena parte de Buenos Aires. Para colmo, la infraestructura no acompaña y las calles rebalsan poniendo a prueba las afirmaciones de un expresidente que, con orgullo, clamaba: “No se inunda más”. El cambio climático, en esta época caracterizado por el protagonismo decisivo de las acciones humanas sobre la naturaleza, también juega sus cartas. Los eventos se tornan más recurrentes y extremos, es decir, no solo llueve más seguido sino que llueve con mayor virulencia. Como frutilla del postre, afloran los insectos y con ellos las enfermedades que transportan. En 2024, Argentina bate récords de casos de dengue y los especialistas consultados por Página 12 opinan, entre otras cosas, sobre cómo las condiciones atmosféricas actuales podrían actuar sobre una nueva eclosión.
En un solo día llovió prácticamente la misma cantidad de agua que en todo marzo. Hay localidades del AMBA en las que cayeron entre 100 y 130 mm en apenas unas horas, cuando el promedio habitual del mes es 120 mm. La alerta naranja –que indica la llegada de “fenómenos meteorológicos peligrosos para la sociedad, la vida, los bienes y el ambiente”– elevada por el Servicio Meteorológico Nacional aún perdura. En las provincias norteñas las temperaturas superan los 40 grados; más en el centro, en Santa Fe, la sensación térmica alcanzó los 50. Desafortunadamente, como el gobierno niega los efectos de la acción humana sobre el calentamiento global, no observa en todo esto ningún problema sobre el que el Estado deba accionar.
El cambio climático, al generar una atmósfera más cálida y con mayor humedad, estimula la emergencia de aguaceros de este calibre. Inés Camilloni, especialista del Conicet y referente internacional en el tema, refiere al respecto: “El cambio climático aporta más humedad, ya que cuando aumenta la temperatura hay más evaporación. Al condensarse el vapor de agua, libera energía y eso explica por qué tenemos eventos más severos: la atmósfera tiene más energía disponible al tener más vapor. Esto se suma a que estamos bajo El Niño, que es un fenómeno que tiende a calentar la atmósfera y generar más precipitación. En nuestra región, eso se manifiesta especialmente en el otoño meteorológico que inició el 1° de marzo”. Luego agrega: “Como si fuera poco, en las zonas urbanas las tormentas se mueven más lentamente y eso favorece a que se descargue más agua en la ciudad”.
Las escenas bizarras se mezclan con la angustia: vecinos que recurren a canoas para trasladarse y hacer los mandados; otros que abren las puertas de sus casas y comparten la tristeza de haber perdido todo; hay policías que salvan perritos que se ahogan en medio de avenidas tapadas por el agua y personas que deciden dormir en sus autos mientras esperan que el agua baje. Pero el agua no baja: las calles continúan anegadas, los medios de transporte público toman rutas alternativas y se multiplican las coreografías urbanas que se rediseñan a la fuerza.
El reverso del malestar es la cara que muestra el campo: el único sector que se alegra porque gracias a las lluvias se recomponen los sistemas hidrológicos en las regiones rurales y se afronta de una mejor manera los cultivos que tendrán protagonismo a partir del segundo semestre.
¿Una nueva explosión de mosquitos?
Para la prevención del Aedes aegypti –el mosquito vector del dengue– los especialistas suelen recomendar, entre otras cuestiones, el recambio del agua de los floreros, piletas y estanques. Ahora bien, vale la pregunta: ¿qué sucede cuando el agua estancada no se halla en un florero, sino en una avenida? En concreto, el hecho de que se inunden calles enteras: ¿funciona como caldo de cultivo para una mayor propagación de enfermedades como el dengue o no necesariamente?
Lo bueno de la ciencia es que no siempre funciona de manera intuitiva. Así lo explica Juan Manuel Carballeda, virólogo del Conicet: “No tendría un impacto puntual una avenida llena de agua. Lo que sí es cierto es que si hay lluvia, también se acumula agua en los recipientes de nuestras casas y ese es un lugar en donde las hembras pueden poner huevos. El Aedes aegypti es un mosquito domiciliario, hogareño”.
Y después continúan con un ejemplo: “Hay un trabajo científico muy interesante realizado en Orán, Salta, que demostraba que en el cementerio de la ciudad, en donde hay un montón de depósitos para el agua (recipientes para flores y demás) no había Aedes y enfrente al lugar, en las casas de los vecinos, sí había. Ello explica esta teoría de que el transmisor de dengue, más bien, es domiciliario”. En lo que va de esta temporada (desde fines de 2023 al presente), ya fallecieron 47 personas y se notificaron 95.705 infectados. Por eso se insiste en la eliminación de posibles criaderos dentro y fuera del hogar, así como también en el uso de repelente.
Además, también está el Aedes albifasciatus, mejor conocido como mosquito de la inundación, que hacia fines de 2023 y principios de este año emergió con notable presencia. Si bien sus larvas se desarrollan en cuerpos de agua o charcos que se forman a partir de lluvia estancada, su eclosión y pico de abundancia no es tan lineal. “La explosión de mosquitos que tuvimos hace poco fue porque hubo mucha lluvia después de mucha sequía, entonces en el ambiente había una cantidad muy grande de huevos acumulados. Eclosionaron todos juntos y dieron paso a un montón de adultos. No creo que el ambiente se banque tantos adultos, porque no hay comida para todos, tanto néctar para alimentar a tantos mosquitos. Entiendo que la población se va regulando”.
Adaptarse es la cuestión
De aquí en adelante, según se puede esperar, seguirá habiendo agua y seguirá habiendo mosquitos. Bajo esta premisa, no se trata tanto de “acostumbrarse” sino más bien de “adaptarse”. Así lo explica Camilloni: “La adaptación incluye sistemas de alerta temprana como los que tiene el SMN, mantener desagües limpios, la señalización de zonas donde no se debe transitar ante la ocurrencia de eventos de precipitación intensa, así como también, obras de infraestructura que consideren las condiciones del clima presente y las proyecciones futuras. Buenos Aires podría escurrir lluvias que acumulen 30 milímetros en una hora. Por encima de ese valor hay anegamientos”. En paralelo, resulta clave prevenir y para prevenir hay que conocer. Sólo se conoce si se promueve el trabajo de científicos y científicas.
En la última cumbre de cambio climático celebrada de Dubai, uno de los ejes que se discutieron fue el Fondo de Pérdidas y Daños. Precisamente, consiste en resolver un interrogante: ¿cómo dar soporte financiero a los países menos desarrollados, con menos responsabilidad en las causas del cambio climático y, paradójicamente, los más expuestos a fenómenos severos?
Todavía, como se puede aventurar, las grandes potencias no se comprometen lo suficiente. Mientras tanto, las naciones más pobres se llevan la peor parte. Adaptarse no es para cualquiera, sino para el que puede.