Eureka 7 puntos
Argentina/Francia/Alemania/Portugal/México, 2023.
Dirección: Lisandro Alonso.
Guion: Lisandro Alonso, Fabián Casas y Martín Camano.
Fotografía: Mauro Herce Mira y Timo Salminen.
Sonido: Catriel Vildosola.
Edición: Gonzalo Del Val.
Intérpretes: Rafi Pitts, Luisa Cruz, Adanilo Costa, Sadie LaPointe, Villbjork Malling, Viggo Mortensen, Chiara Mastroianni y Alaina Clifford.
Duración: 146 minutos.
Estreno: en la Sala Leopoldo Lugones, Cinepólis Recoleta y numerosas salas Incaa del interior del país.
La nueva película de Lisandro Alonso –que tuvo su premier mundial en mayo del año pasado en el Festival de Cannes- comienza como un western hecho y derecho, en blanco y negro, en el viejo formato cuadrado (ratio 1:33). Un experimentado cowboy (Viggo Mortensen) llega a un pueblo perdido y peligroso en la frontera con México, dispuesto a recuperar a su hija, a la que cree secuestrada. Pero como siempre en el cine del director de Jauja –su película inmediatamente anterior, estrenada nueve años atrás- no hay que confiarse de las apariencias. Ese comienzo es apenas una de las varias realidades simultáneas que se despliegan en Eureka, cuya estructura funciona a la manera de las cajas chinas, donde un espacio dramático incluye dentro de sí al siguiente.
Y el siguiente –sin duda el más logrado del film- también transcurre en el “salvaje Oeste” de los Estados Unidos, pero en la actualidad, en la paupérrima reserva indígena de Pine Ridge, en Dakota del Sur, donde una mujer policía perteneciente a la propia comunidad Sioux (Alaina Clifford) se enfrenta no solo a la dolorosa rutina de lidiar con episodios de violencia doméstica producto del alcoholismo y el altísimo consumo de drogas en la región sino también a una misteriosa desaparición que la arrastra hacia un vacío insondable.
El fantástico nunca estuvo antes tan desarrollado y fue más explícito en la obra de Alonso como lo es ahora en Eureka. Siempre hubo elementos, pistas, sugerencias –en el final de Los muertos; en los pasillos desiertos de Fantasma; en el paisaje espectral de Liverpool; en la extraña coda de Jauja- pero aquí Alonso se lanza literalmente a volar, como ese impresionante pájaro de Eureka (una cigüeña Jabiru mycteria) que atraviesa las épocas y las geografías más distantes y distintas entre sí, pero siempre signadas por los saberes ancestrales de diferentes pueblos originarios, de América del norte hasta Sudamérica, en un recorrido que la película toma del propio Jabiru.
De los pueblos originarios, Eureka no sólo rescata sus saberes ancestrales; también da cuenta de la marginación y expoliación que han padecido y siguen sufriendo. El cine de Alonso nunca tuvo preocupaciones sociales o políticas (ver entrevista aparte), pero el episodio central de Eureka, en esa reserva donde todavía hoy la población nativa muere de hambre y frío, dice mucho acerca de lo poco que ha cambiado para ellos la realidad desde que el hombre blanco conquistó su territorio.
En todo caso, lo que hace Alonso es revertir el principio de autoridad: por primera vez en su obra, ese episodio o capítulo no tiene como protagonista a un hombre, a un silencioso lobo solitario como los de sus films anteriores, sino a una mujer, que viste uniforme y porta un arma, que le sirven básicamente para impedir que sus hermanos de sangre se maten entre ellos, producto del abandono y la desesperación. Y aquí es clave la presencia de la sobrina de ese personaje, una chica todavía adolescente, de rostro luminoso y mirada de una tristeza infinita (Sadie LaPointe), que se pregunta qué hace allí. Y que está dispuesta a volar, sin por ello renegar de sus raíces.
En La libertad (2001), la opera prima de Alonso, había un momento muy especial: el hachero Misael se tiraba unos minutos a dormir una siesta y recién ahí la cámara se permitía liberarse del personaje e internarse sola en el monte, avanzando a campo traviesa con la extraña levedad de un sueño. Algo de aquel momento mágico persiste en el tercer movimiento de Eureka, que transcurre a comienzos de la década del ’70 en la Amazonia brasileña, pero que no alcanza a redimir el capítulo menos logrado del film.
De una escala y una ambición mucho mayores a las de sus films precedentes, Eureka puede que no esté a la altura de la obra anterior del director –aunque el episodio rodado en Dakota es sencillamente extraordinario-, pero deja en claro que a pesar de un presupuesto más holgado y un elenco que incluye presencias internacionales (Mortensen y Chiara Mastroianni, en participaciones casi simbólicas) Alonso no está dispuesto a resignar nada de la radicalidad extrema de su cine, siempre atento a explorar nuevas fronteras.