Cosa poco común descubrir en los tribunales de Comodoro Py una red de abrazos interminables celebrando la resolución de un juez: después de un proceso de cinco años en el que soportó persecución y las acusaciones de loca o mentirosa, Michele Youayou fue absuelta de haberse refugiado en la Argentina con sus hijxs, para protegerlxs de las agresiones sexuales por las que denunció al progenitor. El fallo del juez de Cámara Sergio Adrián Paduczak, que consideró “el rol de cuidado de Michelle y el deber de garantía” hacia sus hijxs, sienta un precedente en el tratamiento judicial de casos de abuso sexual en las infancias y del falso Síndrome de Alienación Parental (SAP), aunque ese derrotero trajera como consecuencia el deterioro de la salud de Michelle y el derrumbe de sus sostenes materiales.
En los fundamentos, el titular del Tribunal Oral Criminal (TOC) N° 22, expresa “…Además, debo ponderar el rol de cuidado que Michelle Laure Youayou ejerció respecto de sus hijos y el deber de garantía que ella tenía a su respecto. Estos roles de protección asignados socialmente a las madres no pueden valorarse en su perjuicio cuando se enfrentan al dilema de cumplir con una manda judicial/legal del que deriven circunstancias de desprotección para sus hijos, o incumplir con lo debido judicial/legalmente para realizar una conducta protectoria adecuada…”
“Soñaba con escuchar a un magistrado hablar de la teoría del delito con perspectiva de género, y el juez Padzuk tomó el guante y respondió a una necesidad real, sin respuestas formales”, dijo Sara Barni, madre protectora y representante legal de Michelle, junto con el abogado Andrés Bonicalzi. “Y eso me impulsó a preguntarle hasta dónde tenemos permitido cuidar sin convertirnos en locas, en pérfidas, en secuestradoras. El juez dijo algo importante, que él no estaba en esa audiencia para responderles a la querella ni al Estado. Estaba ahí para responder a la pregunta de la imputada.” Frente a ese tribunal, a cada requsitoria, cada pericia, en cada declaración la pregunta de Michelle siempre fue la misma: “¿Qué querían que hiciera, si habían médicos, psicólogos, abogados, peritos que me decían que no mandara a mis hijos con su progenitor? ¿Por una orden judicial iba a mandar y a exponer a mis hijxs a que fueran violados? No lo iba a hacer.”
Según Bonicalzi, se trata de un caso que sienta jurisprudencia. “Los fundamentos de este fallo y todo lo que se discutió van a ser muy útiles para otros casos análogos, como revinculaciones forzosas y delitos de desobediencia”, advierte.
“Brindo por las madres y las niñeces del mundo, para que las cosas cambien, que nos protejan, que protejan a nuestrxs hijxs, que tengan un poco de corazón, porque lxs niñxs no mienten. La madre que protege a su hijo es para su bien y no para maltratarlo”, brindó Michelle tras el fallo, rodeada por referentas políticas, de derechos humanos, de las organizaciones sociales y por integrantes de la Red Viva, que preside Barni. “Justicia para todas las madres y para lxs niñxs que están sufriendo y siendo abusadxs", reclamó Michelle. "Proteger no es delito. Torturar a las madres y a los niñxs, y devolver a lxs chicxs a sus abusadores y violentadores es una tortura y es un delito.”
En 2020, M.Q. de entonces 5 años, le relató a su madre los modos en que su papá abusaba de él en esa casa común de Francia. Oriunda de Costa de Marfil, diez años menor que su pareja, el ingeniero D. T., denunció el hecho tantas veces como fue desoída por las autoridades locales, pese a las pericias que comprobaban los abusos sobre M.Q. y su hermano menor, M.A. La trataron sistemáticamente de mentirosa, psiquiátrica, obstructora, manipuladora o inescrupulosa. Pero los fallos a favor del progenitor y un dictamen de tenencia compartida la empujaron a viajar en 2016 a la Argentina con sus hijos para protegerlos de lo que años después identificó como torturas.
“No escapé, simplemente viajé para empezar una vida nueva en la que nadie los lastimara”, confiaba Michelle a Las12, después que Interpol y un pool de fuerzas de seguridad le arrancaran a sus hijos de las manos cuando paseaban por Parque Lezama, en medio de un operativo. Antes de restituirlos al progenitor, lxs niñxs fueron trasladxs a un instituto de menores y Michelle terminó presa en la cárcel de Ezeiza. Le retuvieron su documento y pasaporte, acusada de sustracción de menores y de desobediencia a la orden judicial de restitución, por resistencia a lo dispuesto por la Justicia de ambos países.
Sara Barni fue una de las personas que desde el primer momento la acompañó para orientarla, para incorporar un idioma desconocido a su vida, realizar sus actividades cotidianas, para proveerle vestimenta, alimentos y medicación. Todos los meses, las mujeres se presentaban codo a codo en el Juzgado Nacional en lo Criminal y Correccional N° 50, “para avisar que Michelle no iba a escaparse”, recuerda la abogada.
Lo concreto, las luchas, las indignaciones colectivas cotidianas, se escapan por las grietas del razonamiento, escribió alguna vez la socióloga Silvia Rivera Cusicanqui . Son brújulas que acompañan la fuerza emotiva de Michelle y la llevaron a esos abrazos entrañables con la fiscala de la causa, María de los Ángeles Gutiérrez, que pidió la absolución, y con sus compañeras de estos años, presentes cada vez que vio hacer agua su destino. Con todas construye espacios por afuera del Estado, mantienen en ellos un modo de vida alternativo y en acción. En este sentido es -otra vez Cusicanqui-, nada más ni nada menos, que una política de subsistencia, pero también un ejercicio permanente de abrir brechas.
“Agradezco el apoyo de todas las compañeras”, ya se convirtió en mantra para los labios de Michelle. Un video refleja sus lágrimas y el grito de “¡Libre!” resonando en el tribunal. “Cuando las mujeres enfrentamos la violencia institucional de los estados, como modo de disciplinarnos a través de la ruta crítica que plantea nuestro caminar por dependencias judiciales que esperamos protejan a nuestros hijos e hijas, las redes de mujeres, cada una con sus diferencias, son fundamentales”, conjuga las imágenes el texto de Cristina Lobaiza Estrada. “Es tiempo de abrazos, estamos listas”, celebra ese aquellarre de guerreras feministas. “Queremos que la imposición de cuidados que nos ponen a todas por ser madres, por ser mujeres, también valga cuando queremos proteger a nuestrxs hijxs de un hombre que los abusa. Y ese cuidado no debería ser un delito.”