Once años de Francisco como Papa y máxima autoridad de la Iglesia Católica en el mundo, han sido más que suficientes para dejar en evidencia una férrea voluntad de Jorge Bergoglio de poner sobre sus espaldas la tarea afrontar los desafíos que hoy tiene la sociedad internacional -atravesada por conflictos e inequidades flagrantes- y la cultura contemporánea, y al mismo tiempo darle volumen a la Iglesia como un actor político en el escenario mundial. Para esto último, Francisco no dudó tampoco en comprometer su investidura institucional y su imagen pública asumiendo posiciones que le permitieron cosechar respaldos pero también críticas en materias tales como los conflictos internacionales y los reclamos de justicia en el mundo, sin dejar de lado las disputas y controversias teológicas y pastorales en la propia Iglesia Católica.
En todos esos sentidos Francisco no ha sido un pontífice que habló solo desde sus documentos. En las encíclicas Laudato si (24 de mayo de 2015) y Fratelli tutti (3 de octubre de 2020), expuso las cuestiones teóricas y doctrinales. Pero estos documentos estuvieron acompañados por gestos, iniciativas y respaldos a personas y grupos. Vale recordar, entre otras cuestiones, que su primer viaje como pontífice fue a Lampedusa para encontrarse con inmigrantes refugiados y que apenas iniciada la invasión de Rusia a Ucrania no dudó en llegar, en persona y en un gesto fuera de todo protocolo, hasta la representación diplomática de Moscú en Roma para hacer conocer su posición.
En sus textos Francisco ratificó principios que, si bien han estado presentes en la doctrina social de la Iglesia, cayeron más de una vez en el olvido hasta de los propios pastores. Reivindicó otra vez la justicia social y el papel insustituible del Estado, pero también dejó en claro que la propiedad privada es un “derecho secundario” que debe estar sometido al “destino universal de los bienes creados”. Puso en valor la acción política y la vinculó con la defensa de la dignidad humana y la búsqueda del bien común por encima de los logros exclusivamente económicos.
En estos años Bergoglio se empeñó en pregonar y actuar a favor de la justicia y la paz. En el primer nivel destacó el protagonismo de los movimientos sociales, a quienes en el 2015, en Santa Cruz (Bolivia) les dijo que “el futuro de la humanidad está, en gran medida, en sus manos, en su capacidad de organizarse y promover alternativas creativas, en la búsqueda cotidiana de «las tres T» (trabajo, techo, tierra) y también, en su participación protagónica en los grandes procesos de cambio, nacionales, regionales y mundiales”.
Respecto de las guerras en el mundo se empeñó en trabajar por la paz y en ello se involucró personalmente, comprometió institucionalmente al Vaticano y a la Iglesia Católica, y convocó también a líderes religiosos de otras colectividades para sumarse en la misma tarea. Varias de esas gestiones no han sido exitosas y también le acarrearon críticas, como viene ocurriendo actualmente con la hoy estancada mediación encargada al cardenal italiano Mateo Zuppi en relación al conflicto entre Rusia y Ucrania.
Para Francisco la búsqueda de la paz en el mundo es parte de la propia misión y la de la Iglesia Católica. "Creo que la paz se hace siempre abriendo canales, nunca se puede hacer la paz cerrándolos. Esto no es fácil", dijo en su visita a Hungria. Y en la misma ocasión señaló que "todo el mundo está interesado en el camino hacia la paz. Yo estoy dispuesto a hacer todo lo que haya que hacer".
Los cambios en la Iglesia
Hacia el interior de la Iglesia y desde el mismo momento que asumió el pontificado Bergoglio se mostró decidido a retomar las orientaciones reformadoras del Concilio Vaticano II casi olvidadas por sus inmediatos antecesores. Para ello Francisco inició un profundo proceso de renovación institucional de la curia romana, pero también de las personas a cargo. Cambió el perfil de los cardenales (menos italianos, menos europeos y más prelados del sur del mundo), mayor participación de laicos y mujeres en la toma de decisiones. Pero quizás el cambio más significativo se plasme en el fomento que Francisco le ha dado a la participación de todo “el pueblo de Dios” plasmada particularmente en la primera parte del sínodo celebrada el año anterior y que tendrá su cierre en octubre de este año en Roma.
Todos estos movimientos la trajeron aparejadas duras críticas y ataques muchas veces furiosos de parte de cardenales y obispos conservadores que incluso llegaron a acusar al Papa de ignorar la doctrina católica.
En el último año, una de las iniciativas más audaces y que mayores controversias generó fue la declaración Fiducia supplicans mediante la cual y actuando con la aprobación del Papa, la Congregación para la Doctrina de la Fe, encabezada por el cardenal argentino Víctor “Tucho” Fernández, habilitó la bendición de parejas homosexuales y la nueva unión de personas separadas . A pesar de que se hizo la salvedad de que tal bendición no puede equiparse a un matrimonio católico como tradicionalmente se lo conoce, los conservadores estallaron en gritos.
Bergoglio no parece dispuesto a cesar en sus iniciativas para seguir reformando la Iglesia, pero para darle continuidad a esa tarea también se encarga de nombrar nuevos obispos que sean más cercanos al perfil de “pastores con olor a ovejas” que él viene pregonando. Serán esos nuevos obispos, devenidos eventualmente en cardenales, quienes deberán agarrar en el futuro la posta para ratificar el rumbo dado por Francisco a la Iglesia.
¿Y Argentina?
Respecto de su país el Papa no ha tenido una conducta diferente que con el resto del mundo. Hay nuevos obispos más cercanos y afines a su pensamiento. En general, el episcopado sigue sus orientaciones pero hay también miembros de la jerarquía díscolos y molestos con Francisco, aunque las diferencias no se hagan públicas.
Bergoglio se encargó desde Roma de llevar a los altares al obispo riojano Enrique Angelelli y sus compañeros mártires, asesinados por la dictadura militar. También hizo santo al Cura Brochero y más recientemente a Mamá Antula. También impulsó el proceso de canonización del cardenal argentino Eduardo Pironio.
Desde siempre se abrieron muchas expectativas respecto de la posibilidad de su viaje a la Argentina. Él nunca lo descartó y en los últimos tiempos esa posibilidad se hizo más cierta. A pesar de los agravios que le lanzó en campaña Javier Milei lo invitó a visitar el país apenas asumió el gobierno y ratificó su convite en el encuentro que ambos tuvieron en Roma el 12 de febrero pasado. A partir de la gestualidad que rodeó aquel diálogo, desde el gobierno de LLA se presentó esa audiencia como una suerte de reconciliación entre Bergoglio y Milei. Se llegó a decir que el Papa “comprendió” la preocupación del Presidente por los pobres y los que sufren.
Fue el mismo Francisco quien pocos días después, en el mensaje enviado a un encuentro de jueces en Buenos Aires se encargó de reafirmar el valor de la justicia social y el papel del Estado, contradiciendo a Milei.
Ahora con ocasión de undécimo aniversario del pontificado de Francisco el gobierno decidió recordarlo con una entrevista al obispo castrense, Santiago Olivera, presentado como “referente espiritual en la Casa Rosada y en la Quinta de Olivos”, y publicada en el sitio oficial.
Los voceros del Vaticano insisten en que la visita del Papa al país no dependería nunca del color político y de las ideas de quien gobierne. Bergoglio ha manifestado su voluntad de venir a la Argentina, pero no menos cierto es que ello dependerá también de sus condiciones de salud teniendo en cuenta sus 87 años y el desgaste físico que le imponen sus funciones. Por ahora, ni en el episcopado ni en el gobierno, hay indicios ni preparativos para un viaje papal en el segundo semestre del año, tal como en un momento se dijo.