En el 2001 yo tenía 15 años. Con mis amigos El Bona y Pablito hacíamos dos cosas: jugar al Mortal Kombat y ver películas de terror.
Me acuerdo que fuimos al videoclub de la calle Alvarado, en Ramos Mejía, y acordamos no pedirle opinión al Pelado que atendía a la tarde. La última vez nos había recomendado La momia, y nos había parecido un poco flojita. Queríamos terror psicológico, del duro.
Vimos una caja de VHS con el rostro de dos mujeres, una con anteojos negros grandes y otra con la mirada perdida. Debajo de ellas algunos chicos en cuero, con salvavidas, sobre el agua de un mar o un lago que se veía bastante misterioso.
–Listo, vamos con esa.
–¿Están seguros?, nos preguntó el Pelado.
–Por supuesto.
El principio de la película nos encantó. Una montaña selvática entre la bruma, un canasto con pimientos rojos, una mano temblorosa sirve una bebida roja (¿sangre?). Los nombres del elenco aparecen sobreimpresos mientras suena el chirrido de las sillas metálicas que arrastran unos viejos moribundos. Me acuerdo que incluso coreamos un “¡Wooo!” cuando apareció borroso el título de la película: La ciénaga.
La inminencia del peligro era total. Disparos en la montaña, una vaca encallada en el lodo, una mujer herida en el pecho al costado de la pileta.
Veíamos las películas en mi TV 14 pulgadas y las comentábamos mientras tomábamos Dr. Lemon: Quizás la mujer herida en el pecho revive como zombie y mata a ese esposo inútil que tiene. Quizás la chica le roba el rifle a su hermanito y finalmente tiene la excusa perfecta para asesinar de un escopetazo a su mamá borracha. O también podía ser que todos esos viejos ya estuviesen muertos, si ni siquiera se habían mosqueado ante la caída de la señora (y eso tenía mucho sentido porque la pileta estaba inmunda, los zombies no limpiarían la pileta). Teníamos muchísimas preguntas, de las buenas. Pero los minutos avanzaban y nadie mataba a nadie.
Me acuerdo que nuestra última esperanza fue la guerra de bombuchas en las calles de la ciudad de Salta. Ahí podía estar la clave: el líquido de las bombuchas llevaría a los personajes a tener una muerte trágica como la de Terry Chaney en Destino Final 1.
Pero nada. A los 20 minutos El Bona y Pablito ya estaban jugando al Mortal Kombat en la habitación de mi hermano.
Con pocas pretensiones me quedé mirando la película y sin darme cuenta la había terminado. No era muy claro por qué, pero ahí estaba, tomando Dr. Lemon y mirando los 100 minutos de La ciénaga. Nunca había visto a una familia así en pantalla. Y la verdad es que se parecían bastante a mi familia, en verano, cuando mis hermanos y yo nos apilábamos en el auto, como lo hacen Mercedes Morán y su familia en el Falcon rural (de hecho a Mercedes Morán la veía muy parecida a mi mamá). También esos señores eran una mezcla perfecta entre algunos padres del club, el diariero, el remisero y el que levantaba quiniela en mi barrio. También –esto era muy confuso– por momentos la película me resultaba sexy. Sofía Bertolotto y Valeria Balcarce podían ser tranquilamente compañeras del colegio. Y ahí estaban (bastante sucias todo el tiempo, es cierto), pero en malla.
No recuerdo tener grandes incógnitas respecto de la historia. Cuando me encontré con los chicos me preguntaron cómo terminaba la película y no supe qué responder.
Cuando me invitaron a hacer este texto inmediatamente pensé en hacerlo sobre Jurassic Park. A mis 8 años, completamente obsesionado con los dinosaurios, había logrado que mis padres me llevaran hasta el cine y fue la primera vez que vi una película solo en una sala. De hecho empecé a escribirlo, que era más bien sobre el sonido de los dinosaurios, porque del miedo que tenía me había pasado la función escondido atrás de la butaca. Pero después me acordé de esa tarde que vi La ciénaga, y que no entendí mucho de qué iba pero me la quedé mirando. Dije, a ver, me veo los primeros minutos.
Y de nuevo lo mismo, sin darme cuenta la había visto completa. Esta vez por suerte sin el Dr. Lemon.
Martín Benchimol es director de cine, guionista y director de fotografía. Como director ha realizado las películas El castillo, El espanto y La gente del río; exhibidas en los festivales de Berlín, San Sebastián, Bafici, La Habana, Guadalajara, Ámsterdam y Hong Kong, entre otros. Su última película, El castillo fue recientemente premiada en el Festival de San Sebastián, en Hong Kong y en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.