La historia es más o menos así: a un músico de más de ochenta años le diagnostican cáncer de garganta. Mientras atraviesa la quimoterapia escribe un puñado de canciones, con la esperanza de que el tratamiento sea exitoso, y poder cantarlas al terminar. Para celebrar que, finalmente, todo sale bien, poco después de que recibe el alta se junta por primera vez en más de una década con los integrantes de lo que solía ser su banda, y realiza un recital para todos los que lo acompañaron durante su enfermedad: familia, amigos y especialmente los profesionales que lo acompañaron durante la internación. Esa misma noche, el músico y su grupo se encierran en un estudio a grabar ese nuevo repertorio, que incluye la emotiva “Radiation Song”, donde, a media voz y casi recitando, al ritmo de un lento y cadencioso blues, describe las sesiones que terminaron salvándole la vida. La canción explica lo duro del tratamiento, y su sorpresa cuando le ofrecen elegir la música que desea para acompañarlo durante lo peor de cada sesión. Sorpresa que se duplica hacia el final del tema, cuando pide que no se detenga la música ni las radiaciones. Que se encuentra en medio de una levitación gracias a John Prine, y sería un pecado dejarla por la mitad.
Para terminar de entender esta historia hace falta un dato fundamental, claro. Y es que el músico en cuestión es nada menos que Chip Taylor, que ha pasado a la historia del rock por su firma al lado de un clásico constitutivo del género, llamado “Wild Thing”, un tema inmortal de tres acordes versionado tanto por Jimi Hendrix como los Muppets. Pero, como suele suceder en estos casos, es imposible comprimir la vida del octogenario Chip –que este jueves cumple 84 años– en un solo tema, o en apenas tres acordes. Su nuevo disco, recién salido y ya en las redes, lleva por título Behind the sky. Es decir, Detrás del cielo, el lugar desde donde Taylor dice recibir la gloria del verdadero amor de su amigo Prine en el tema que, como cuenta en sus redes, quienes lo han escuchado dicen que “paga el precio de la entrada”. Que quede claro, el crudo y conmovedor Behind the sky es, qué duda queda, el trabajo de un sobreviviente. Pero aunque ahora la definición sea crudamente literal, es lo que siempre ha sido su autor desde el comienzo de su larga, larguísima, carrera dentro del mundo de la música.
Su verdadero nombre es James Wesley Voight, y si el apellido resulta familiar es porque su hermano es Jon, el actor, que comenzó su larga carrera estelarizando Perdidos en la noche. Su padre fue un jugador de golf profesional; su otro hermano, Barry, es un reconocido vulcanólogo y su sobrina es aún más famosa que todos ellos juntos: nada menos que Angelina Jolie. Chip Taylor le debe su rebautismo a la industria de la música, que tiene sus propias reglas cuando se trata de ponerle nombre a sus artistas. Destinado a una vida de canciones desde que compuso la primera con apenas 12 años, a los 16 ya estaba al frente de su propio grupo, Wes Voight & the Town Three, con los que consiguió dos éxitos regionales, una gira acompañando a Neil Sedaka y el nombre que lo acompañaría durante el resto de su vida a firmar un contrato como solista con Warner en 1962. Aunque ya estaba también golpeando otras puertas con sus temas debajo del brazo.
Hay una historia fundacional que Taylor atesora y recordó un año atrás para Gianluca Tramontana, en una entrevista que se publicó en The Guardian. Cuando su representante le mandó uno de sus primeros temas a Chet Atkins, por entonces uno de los productores del country más sofisticado de Nashville, recibió como respuesta un mensaje. “No se quien es Chip Taylor y me resulta difícil creer que sea de Nueva York”, mandó decir Atkins. “Pero sea de donde sea, quiero escuchar cada canción que escriba”. Así fue como Chip se ganó una oficina al lado de Gerry Goffin y Carole King o Barry Mann y Cynthia Weil, entre otras grandes firmas de esa mítica época que terminó por desaparecer ante el peso del rock, sus grupos y sus propias canciones (Una historia y una transición muy bien contadas en la película Grace of my heart, de Allison Anders).
Para cuando semejante pase de mando se concretó, Taylor y sus canciones ya se habían asegurado un lugar en el negocio. Así que no fue culpa de Bob Dylan, The Beatles y The Beach Boys –y sus sucesores– que Chip abandonase esta clase de trabajo, sino su afición por el juego. Un vicio que fue compitiendo con la música por un lugar en su vida, hasta que a fines de los ’70 se convirtió en su ocupación principal. Comenzó a pasar sus días sentado en mesas de poker a lo ancho y a lo largo de toda norteamérica, y es posible que hubiese seguido así de no ser por la muerte de su madre, ya entrados los ’90. Taylor ha contado más de una vez que sus canciones siempre le parecieron venir desde algún tipo de conexión, nunca debió esforzarse en escribirlas sino que más bien las recordaba o transcribía. Y que cuando se dedicó a cuidar a su madre, Barbara Voight, tomando la guitarra para acompañarla durante sus últimos días, volvió a sentir ese vínculo con la música, y prometió no descuidarlo más. “Llamé a mi compañero en la mesa de poker, y le dije que abandonaba todo”, contó. Desde entonces no dejó de componer y sacar discos, promediando uno por año desde Hit Man (1996), que marcó su regreso. Muchos de ellos se pueden encontrar fácilmente en las redes –especialmente los editados durante la década pasada–, como el delicioso Fuck All the Perfect People (2012), grabado junto a su grupo The New Ukranians. Un disco que fue redescubierto en 2019 por la banda de sonido de la serie Sex education, lo que propició un nuevo acto en su carrera.
Así es como llegamos al diagnóstico, la quimio y la remisión, y este urgente Behind the sky, una suerte de ofrenda al poder de la buena música, especialmente la de John Prine. Y ahora sí, finalmente, podemos regresar a “Wild Thing”, porque esos tres acordes son como una patria que espera siempre con los brazos abiertos. Taylor ha contado que nació cuando le pidieron un tema urgente para una banda de rock, algo que no era lo suyo, ya que hasta entonces sus éxitos habían sido todos country. Escribió casi inmediatamente el primer verso y el estribillo, y ya no se le ocurrió nada mas. No sabía cómo seguir, y había que grabar el demo ese mismo día. Hasta que se dio cuenta que no hacía falta, que con eso ya estaba, y el resto ya es historia. “Es un tema que, cuando lo toco, cuando rasgueo esos acordes, aún me da escalofríos”, le dijo a Tramontana, en esa entrevista para The Guardian. “Es algo muy agradable”, asegura Taylor, un músico que vivió varias vidas. Y a todas las salvó la música.