Cierta vez, fuimos de compras con mi hijo Manuel de cinco años a un mercado pequeño del pueblo. Mientras hacíamos la cola (sospechosa congestión) para pagar, frente a él, exactamente frente a sus ojos, se exhibían montañas de alfajores, caramelos, chocolates y golosinas en general. Manuel agarró un Fantoche y rápidamente rompió el envoltorio. Luego, más tranquilo, empezó a comerlo. El origen de ese procedimiento “pícaro”, es mi negativa en varias ocasiones a comprarle esos productos, de ahí, su audacia.

En otra ocasión, una tardecita de verano, bastante oscura y desierta, salíamos del club con Manuel y al cruzar la calle advertimos tumbada en la vereda una comadreja, inmóvil, con el vientre hacia el cielo. Parecía muerta. Para observarla con detenimiento nos pusimos en cuclillas, muy cerquita. Pasado un rato y con la curiosidad saciada, nos alejamos. Al cabo de unos metros, oímos primero y vimos luego cómo huía. Resucitada y saludable se echó a correr hasta perderse.

Resulta que la comadreja nos supuso insensibles depredadores y recurrió a la teatralidad de fingir su muerte, supuso marsupialmente que teníamos hambre de carne fresca. Un animal muerto y en descomposición nos desalentaría. Urdió esa estrategia, devenida de su instinto, para engañarnos. Un engaño que engendra vitalidad, acotado a prevalecer y seguir palpitando.

Lo otro, es decir, la primer anécdota, es una provocación deleznable, es regir los intercambios humanos sobre el fundamento del engaño, es entrometer la manipulación en cada rendija del alma. Someter a un humano desde el comienzo de su vida a provocaciones incesantes para consumir productos innecesarios, por lo general, dañinos.

No es la idea, con brazos alzados al cielo y desde un atril, desarrollar un moralismo pueril ni un énfasis nostalgioso de tiempos remotos. Recuerdo a Borges cuando en su Fragmento de un testamento apócrifo, decía: “No exageres el culto de la verdad; no hay hombre que al cabo de un día, no haya mentido con razón muchas veces”.

Es consabido que la verdad quedó en el paraíso, de donde fuimos expulsados, ahora, animales que hablamos, balbuceamos un lenguaje de representación. Erráticos, deambulamos entre símbolos preñados de ambigüedad y misterio.

Y así, como el coronel Aureliano Buen Dia recordaba aquella tarde remota en que su padre lo llevo a conocer el hielo en un Macondo inmerso en un mundo tan reciente que muchas cosas carecían de nombre los humanos nos damos a la tarea de nombrar las cosas. Extraer y bautizar retazos del caos o misterio. 

Y en eso andamos, y exagerando citas, sería inmoral omitir a Chesterton: “El hombre sabe que hay en el alma tintes más desconcertantes, más innumerables y más anónimos que los colores de una selva otoñal… cree, sin embargo, que esos tintes, en todas sus fusiones y conversiones, son representables con precisión por un mecanismo arbitrario de gruñidos y de chillidos. Cree que del interior de un bolsista salen realmente ruidos que significan todos los misterios de la memoria y todas las agonías del anhelo”.

Pero lo que quiero es dirigirme hacia otro lugar: las formas de la estafa, el engaño y la manipulación que lenta y silenciosamente se van escondiendo en la costumbre, formas crecientes que constituyen gran parte del intercambio entre humanos y se funden con los actos más ordinarios. Así, por ejemplo, el diseño de los casinos que entorpece encontrar la salida además de la producción de una sensación de intemporalidad para prolongar el juego, o los supermercados ubicando los productos de primera necesidad en el fondo de la locación para que el usuario deambule y se colme de cosas y cosas, o la ensayada sonrisa simétrica, la frecuente mostración de las palmas de las manos y las abundantes fotografías con camisas arremangadas de la política dominada por el coaching, o los gimnasios, cuyos espejos distorsionados devuelven la imagen de músculos mas tonificados y voluminosos, también la frondosa y recóndita manipulación a través de la virtualidad, y la lista se extiende hasta los confines del absurdo.

Es la desmesura de la compra-venta, sin tope. Órganos humanos en góndola era la propuesta de un candidato presidencial. La propuesta del mercado como dogma que viene a suprimir el “Malestar en la cultura”. La técnica y el cálculo para arribar a “un mundo feliz”.

Ante el avance de estas maquinarias sofisticadas, sutiles, subterráneas, incomprensibles, ante una libertad cada vez más reducida, ya se ven sus signos inequívocos, el alma aplanada, envilecida.

 

Pero “donde hay poder hay resistencia” decía alguien que sabía. Marche aquí un ejemplo de la película Tango feroz, cuando el protagonista decía: “Todo no se compra, todo no se vende, conozco una lista de cosas mas importantes que la seguridad. Soy capaz de soñar sueños… me gustan los caramelos colorados. ¡Y estoy loco por Mariana!".