El rosa Barbie fue el color del 2023. La estética ultra femenina y camp Barbiecore, es decir, inspirada en Barbie, inundó desde las semanas de la moda hasta los bazares de barrio que venden tuppers, bijoux de plástico y repasadores. ¿El motivo? El estreno de la película de Greta Gerwig sobre la muñeca más icónica de la historia, protagonizada por Margot Robbie, la actriz australiana que parece más Barbie que la mismísima Barbie. Fue un filme que reventó los cines, arrasó con entradas, rompió récords de audiencias y consagró a la directora, que viene del palo del cine independiente, como la primera cineasta en recaudar más de mil millones de dólares en la taquilla mundial.

“Barbie” hizo que la gente salga de las plataformas y vuelva a las butacas, porque creyeron que valía la pena invertir unos morlacos en vivir la experiencia full magenta en pantalla grande. Sin embargo, hubo un detalle. El mismo día del estreno de Barbie, el 20 de julio (casualmente el día del amigo en Argentina), también llegó a los cines Oppenheimer. Inmediatamentelas redes construyeron el fenómeno #Barbieheimer, como si cada filme representase dos mundos excluyentes.

El de Oppenheimer, encarnado en un recio y enigmático Cillian Murphy: denso, oscuro, bélico, dramático; bombas atómicas, conspiraciones, escombros volando por los aires y todo lleno de chongos. Barbie, por otro lado, representaba todo pop, girlie, camp, cursi, kisch, extravagante, trolo, femme: diversión, amigas, coreos, delfines y hasta incluía una Dua Lipa vestida de Sirena.

Barbie, entonces, quedó atrapada en esta comparación maniquea donde ella personificaba la historia “de minitas”, hecha por una mina (rubia) para otras minas; y Oppenheimer fue la Magnánima y Potente Historia Del Hombre Varón que inventó la fucking Bomba Atómica y sus tortuosos dilemas morales. Contada por un consagrado Christopher Nolan, director de “Inception”, “Interstelar”, películas de Batman y otros títulos donde también explotan cosas.

Sin embargo, “Barbie” logró algo que Oppenheimer no pudo. Trascendió las salas de cine y se volvió un fenómeno cultural global. Resucitó la pasión por esta muñeca, que más que muñeca, es un objeto de deseo, y abrió todo tipo de discusiones en torno a las representaciones del feminismo en la pantalla y los mundos que recrean los objetos orientados a un mercado “típicamente femenino”.

Y es que “Barbie”, aunque estuvo nominada como mejor película, la Academia no nominó como Mejor Directora a Greta ni a Margot Robbie como Mejor Actriz. “Oppenheimer” se llevó siete Oscars, incluido el de Mejor Director, Mejor Película, Mejor Actor Principal y de Reparto, y Barbie solo uno: Mejor Canción, por “What I Was Made for?”, de Billie Eillish. Y aunque toda la premiación giró en torno a Barbie, con referencias constantes y hasta un show viral e hilarante de Ryan Gosling, que homenajeó a Marylin Monroe en “Diamonds Are a Girl's Best Friend”, finalmente el reconocimiento que obtuvo de La Academia con Mayúsculas fue magrísimo.

Casi pareció que usaron a “Barbie” para darle relevancia a la gala y atraer una audiencia renovada; porque las estatuillas importantes, a la postre, las reservaron para las películas “de verdad”. En un momento de esta película (el más aburrido y auto-explicativo), America Ferrera hace un monólogo sobre cómo a las mujeres siempre se les exige perfección, pero esa perfección nunca es suficiente. Quizás a “Barbie” le pasó lo mismo: fue la mejor en todo, pero aún así, siempre le faltó cinco para el peso.

Llevaron a Greta y a Margot los Oscars a ver pasar a los nominados y ganadores, como dice el tango, con la ñata contra el vidrio, “como a esas cosas que nunca se alcanzan”. Quizás por eso la protagonista, para esta ocasión, no se vistió de rosa pop glam, como lo hizo en las últimas premiaciones, sino que optó por un vestido negro de lentejuelas de Versace rígido, serio, con escote palabra de honor, contundente, imperioso, nada de rosita, ni de tules, un diseño de la marca de la medusa, que dejaba de piedra a quienes la miraban.

Uno de los ejes centrales de “Barbie” es satirizar las dinámicas de poder patriarcal a través de la figura de Ken, encarnado por Ryan Gosling, que representa a un chongo medio nabo que se cree un campeón y es un arrastrado por el amor de Barbie, que siempre prefiere estar con sus amigas antes que con él (obvio).

Ken, que vive eclipsado por la grandeza infinita de la rubia, eventualmente descubre la existencia del patriarcado e instaura en Barbieland, el mundo donde viven los Kens y Barbies, la dictadura de los Kens, reemplazando la sororidad girlie y progre de las Barbies por una cofradía de machos que se comportan como neanthertales (con referencias a los votantes de Trump). La casita soñada de Barbie pasa a llamarse la “Mojo-dojo-casa-house”, un santuario para machos con el aura decadente de una publicidad vintage de Marlboro, mezclada con un Silvester Stallone en los 70’s. ¿Será que los premios de la Academia son otra Mojo-Dojo-Casa-House, y la gala fue la representación misma de una Barbie tratando de buscar, sin éxito, la aprobación de viejos meados que se premian entre ellos?

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Otra de las películas más premiadas de este año fue “Poor Things”, de Yorgos Lanthimos. “Barbie” y “Poor things” tienen mucho en común. Son dos historias sobre muñequitas hechas a la medida de un dios-creador, que viven en sus cajitas de cristal y que, por distintas circunstancias, salen de sus cavernas platónicas para adentrarse en el “mundo real”. “Barbie” y “Poor things” también tienen en común que reabrieron la misma grieta moralista que surge siempre en los feminismos cada vez que sale una película protagonizada por una mujer: “¿es lo suficientemente feminista?”

“Barbie”, desde el comienzo, cayó en esta volteada. Para el ala conservadora, se trató de propaganda de “ideología de género” y agenda 2030. Para el feminismo ilustrado es una historia aburrida con un mensaje neoliberal subyacente y con un objetivo comercial lucrativo para Mattel. No es muy “Las hijas del fuego”, que digamos. Pero más allá de si la película completa, o no, el check-list de todo lo que tiene que tener un “filme feminista perfecto”, logra captar, (muy bien), la complejidad de esta muñeca brava.

Visionaria, polémica e ícono de culto. Como los personajes más atrapantes de la historia, Barbie habilita varias lecturas por su multiplicidad de capas de sentido y matices contradictorios (rosas, obvio). Tal vez el gran conflicto de Barbie fue, justamente, tener que negociar con las demandas de los padres y madres conservadores, y las exigencias de un mundo cada vez más progresista. Esto fue así desde el día uno. Con las tetas paradas y la mirada irreverente de soslayo de su primer modelo, Barbie no cayó nada bien entre las mamis que veían consternadas cómo sus hijas abandonaban las muñecas peponas por esta atorranta. Que, encima, estaba vestida solo con una malla enteriza strapless. Por eso su creadora, Ruth Hendler, enseguida introdujo un segundo modelo para apaciguar las aguas: la Barbie Novia. Ahora sí.

Pero la Barbie Novia no duró mucho. La rubia siempre tuvo vocación de ir por todo. Así como hay muchas vírgenes marías pero en realidad siempre es la misma, hay muchas Barbies, pero Barbie hay una sola. Y Barbie es todo. Tuvo 150 carreras, cada vez más competitivas. Fue astronauta antes de que Neil Armstrong llegara a la luna. Se postuló a presidenta 4 veces. Tiene licencia para pilotear aviones comerciales y un currículum espectacular, habiendo triunfado en profesiones tan diversas como profesora de aerobics hasta cirujana de alta complejidad y sirena. Todo eso, manteniendo una delicadeza etérea comparable con la de Lady Di y una belleza icónica perenne. Hasta el día de hoy sigue soltera, no tiene hijos ni marido, pero sí muchas amigas con las que tijeretea de vez en cuando.

Barbie sabe que puede convertirse en un meme de sí misma.

La película de “Barbie” es conciente de estos rasgos contradictorios y se ríe de ellos. Se ríe de que Barbie creyó que por ser ella una chica exitosa solucionó la desigualdad de género en el mundo. Es consciente de que ya no es relevante entre las niñas y que su perfección abrumadora las terminó agotando. Es consciente de que su vocación de ser siempre inclusiva, empoderada, “woke” y políticamente correcta la convierte en un meme de ella misma. Es consciente de que es un juguete que impulsa una sed consumista insostenible. Se ríe del homoerotismo que hay entre los Kens y de que él es un banana insignificante comparado con Barbie y sus amigas, y que solo sirve para oficiar como su lacayo. Y, a su vez, hace un comentario interesante sobre cómo opera el machismo y el patriarcado, tanto en el mundo de Barbie como en el real. Quizás el mensaje final no es el más “perfecto” para el feminismo ilustrado, ni es tan revolucionario, pero “Barbie” no tiene esas expectativas y no es una película de Agnes Varda para ver en MUBI.

 

Quizás, justamente, lo más interesante de la película de “Barbie” fue haber abierto a nivel masivo debates que representan, también, las tensiones mismas que hay hacia dentro de los feminismos. ¿Qué esperamos del “cine feminista”? ¿Puede el cine mainstream contar historias feministas? La película de Greta Herwig generó esa conversación por fuera de los dogmatismos ilustrados del feminismo académico. Abrió preguntas. Algo que, sin dudas Oppenheimer no logró. Aunque la academia de los Kens lo premio por ser una película bien de machos.