“Tal vez me vuelva a pasar/de encontrarte por azar”, dice la no muy esforzada letra de la canción, en alusión al dios que en el género comedia romántica trama los destinos de toda pareja protagónica. En este caso Lucía y Federico, ella que no se sabe a qué se dedica y él que es el típico caso del flaco que escribió una novela que nadie conoce, y ahora no le sale otra. “No sé dónde voy, no sé quién sos”, dice también la canción que canta el grupo estilo Miranda, definiendo bien la vaguedad que rodea a los protagonistas de Veredas, un título que hace pensar si las verdaderas protagonistas de la película no serán ésas. Como en una de la nouvelle vague, Lucía y Federico se pasan casi todo el metraje (tampoco es que les lleve mucho tiempo, son 71 minutos en total) andando las veredas de barrios como Coghlan y Palermo, por razones que pronto se verán. Es más: Lucía y Federico están tan poco definidos que no son estrictamente personajes sino más bien dibujitos, como los del precioso afiche de la película. Aunque, ojo, los actores que los interpretan no están para nada dibujados, como enseguida se verá. Veredas tal vez sea un dibujito animado con actores, donde un mini Woody Allen y una Betty Boop naïf siguen durante tres cuartos de película a un Coyote predador.
Es divertido, aunque estereotipador, lo que le pasa a Federico (Ezequiel Tronconi) en la fiesta a la que va al comienzo de la película. Hasta tal punto es “el hombre invisible”, que la gente efectivamente no lo ve: un grupo de chicas se saca una foto con él parado de fondo, como un jarrón, y, mejor aún, otras dos chicas se sientan sobre los brazos del sillón en el que él está sentado, casi encima de él, hasta el punto de que el pobre tipo al comienzo se piensa que le están tirando los perros. Ahí, en ese “tipo” queda preso Federico de allí en más, confirmado enseguida por su desafortunada excursión a Gerli. Sucede que Federico se va de la fiesta (cuando deciden irse las chicas que se habían trepado a su sillón: parecería que él decide cuando deciden los otros), se toma un taxi y el taxista (ese gran secundario que es Alan Sabbagh) está arreglando una cita con su chica (Mónica Lairana, en modo chica vulgar de sábado a la noche) y una amiga de ella. Y falta un cuarto hombre… Y ese cuarto podría ser el novelista de anteojos que casi no habla…
Y a todo esto, ¿qué pasa con Lucía? Lucía está en Bariloche. Eso es lo que le dijo, al menos, a su novio, para tomarse un tiempo de distancia, por lo cual al despertarse en una espléndida mañana de sol se quejará del frío, la nieve, el clima borrascoso. Y después armará en la compu el photoshop que la muestra toda abrigada, recortada contra unas montañas nevadas. Lucía (Paula Reca) quiere cortar con su novio, Andrés, pero todavía no se anima a hacerlo. Después de esto vienen unos episodios aislados de ambos lados (Federico compra todos los ejemplares de su novela en una librería, Lucía se encuentra de casualidad con una amiga medio indeseable y compra un montón de jabones que no pensaba comprar en un negocio de jabones artesanales de una conocida) y después Lucía y Federico se conocen por casualidad en la calle (“tal vez me vuelva a pasar/de encontrarte por azar”) y él se le suma a ella, a quien se le dio por perseguir a Andrés, intrigada porque lo vio con otra.
A partir de ese momento Veredas, opera prima de Fernando Cricenti, escrita por él, Robertita Superstar (¿?) y el propio Ezequiel Tronconi, se hace fuerte en la modalidad seguimiento, y es asombroso cómo éste hace crecer los redondos ojos de Paula Reca, que cuanto más mira más aumenta su presencia escénica, como es lógico tratándose de cine. La chica cuenta, por otra parte, con una velocidad de respuesta y una comodidad ante cámara (ver escena en la jabonería) que van haciendo que, por un también proverbial cruce de miradas, el ojo del espectador se dirija cada vez más hacia ella. Recordado protagonista de La Tigra, Chaco, entre otras, Ezequiel Tronconi es el contrapeso ideal: ni un gesto de más, ni un movimiento de más, ni una palabra de más.