Ángel Salomón Gertel nació en la ciudad de Mendoza el 15 de marzo de 1942. Estudió en Santa Fe y fue profesor de psicología en la Universidad Nacional del Litoral. Militante del ERP, fue desaparecido el 8 de diciembre de 1975 en la Ciudad de Buenos Aires según determinó la investigación del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), gracias a la tenacidad de su familia por lograr la identificación de sus restos a través de ADN. Fue luego de activarse en el fuero federal la causa 3993/07 sobre “privación ilegal de la libertad agravada”, tras el hallazgo de restos humanos realizado por un grupo de niños que jugaba en un terreno baldío en Esteban Echeverría, en 2012.
El periplo incluyó la exhumación de los restos de su padre, David Gertel, el primer argentino muerto en el exilio, en 1979, y sepultado en el cementerio de Père Lachaise de París, Francia. Hoy los restos de Ángel reposan la bóveda de su familia política, en el cementerio de Avellaneda.
Así lo estableció la resolución firmada en 2023 por el juez Daniel Rafecas: “Los restos hallados el día 26 de octubre de 2012 e individualizados inicialmente con la nomenclatura TResqueleto 2 por el EAAF y sometidos al peritaje del Servicio de Antropología Forense del Cuerpo Médico Forense de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, corresponden a quien en vida fuera Ángel Salomón Gertel, de nacionalidad argentina, nacido el 15 de marzo de 1942 y detenido ilegalmente entre el 7 y el 8 de diciembre de 1975”. Y establece “como fecha presuntiva de fallecimiento el día 12 de diciembre” de ese mismo año.
“No se sabe dónde cayó pero un día antes, el 7 de diciembre, nos habíamos reunido, toda la familia, porque era el cumpleaños de Diana y él estuvo en esa reunión”, recuerda Silvia Cruces. Su hermana Diana -fallecida en 2017- estaba en pareja con el hermano de Ángel, Fernando Mario Gertel, quien permanece desaparecido desde julio del ‘76. Al igual que Celso Pedro Cruces, el hermano menor de ambas, secuestrado de la casa familiar el 27 de octubre del '76.
Diana y Fernando estuvieron juntos por dos años y tuvieron un hijo, Guillermo Cruces, quien nació en cautiverio. “Es el único sobreviviente de la familia”, relató Silvia al testimoniar en el juicio Puente 12 III. En ese juicio también se presentaron testimonios sobre la desaparición del matrimonio compuesto por Sebastián Llorens y Diana Triay, cuyos restos se encontraron junto con los de Ángel, y los de Ismenia Inostroza Arroyo.
El hallazgo
Fue por un llamado al 911 que daba cuenta de “un conflicto en la arteria La Rivera, a 400 metros de Camino de Cintura”, refiere el oficio de Rafecas sobre el hallazgo de los restos en 2012, cuando un ciudadano “manifestó que menores que jugaban en el predio habían hallado dos cráneos humanos”. Personal de la policía bonaerense y de la policía científica procedió a remover la tierra “hallando cuatro cráneos y restos de huesos humanos, todos ellos encimados”, describe el juez.
El EAAF logró identificar tres de estos restos. La dificultad se presentó con el caso de Ángel, ya que sus padres, Clara Diament y David Gertel, habían fallecido sin dejar sus muestras. Sí estaba Guillermo, pero el estudio a partir de su patrón genético “no era concluyente, por ser sobrino”, cuenta Natalia, su prima, hija de Silvia. Así, “Guille” y Diana emprendieron la búsqueda ya que Clara, o “Clarita” como se la conocía en la Plaza de Mayo, fue cremada. Y sus cenizas esparcidas en el Río de la Plata, desde el Parque de la Memoria, en 2001.
David murió en París, en la vía pública, lo cual dificultó por largo tiempo que pudiera aportar su ADN ya que faltaba el dato de su lugar de entierro. Pero la persistencia de Diana impulsó a Guille a sostener esa búsqueda. Con asesoramiento del abogado Pablo Llonto y apoyo de Cancillería, Guille pudo al fin, en 2016, dar con el osario en Père Lachaise, donde se pudieron tomar las muestras. Además de establecer allí, para David, una tumba a perpetuidad.
El reposo del guerrero
Ángel era psicólogo pero no ejercía. “Estaba en contra de cobrar por la atención en salud mental, por eso daba clases”, recuerda Natalia. Sus estudiantes organizaron marchas multitudinarias por “el profe Ángel” cuando cayó preso. La primera vez salió con la amnistía de Héctor Cámpora en 1973. La segunda salió con la opción. Fue a Perú y regresó ese fatídico diciembre, junto con Diana. Ella también había salido con la opción, a Perú.
“Nos encontramos en Paternal después, en la casa donde se habían refugiado Clarita y David, luego de un atentado que les había volado su casa en Mendoza -escribió Diana en 2009-, y como era mi cumpleaños, allí estábamos todos. Clandestinos, perseguidos, pero con la alegría de poder festejar todos juntos por primera vez”. Al otro día, Ángel es secuestrado y llevado al centro clandestino de detención “Cuatrerismo”, también nombrado Puente 12.
“Al primero que logré saber que estaba allí, fue Ángel Salomón Gertel, el mismo 8 de diciembre, quizá ya era madrugada del día 9”, recordó Víctor Miguel Pérez Fernández, detenido allí en diciembre del ’75 y testigo en ocasión de una inspección ocular en el predio. La que Rafecas retoma para indicar que enfrente del testigo “y sin ventana alguna, se encontraba Ángel Salomón Gertel”. Por su posición estratégica, era Ángel quien circulaba los mensajes entre los compañeros, describe Pérez Fernández. También fue uno de los primeros que se llevaron de ahí, vivo.
En diciembre de 2023, cuando sus restos fueron depositados en la bóveda de la familia Padro -la línea materna de Silvia Cruces-, se reunieron allí sus familiares y sus amigos, compañeros como Julio Menajovsky, quien recordaba que en la cárcel lo habían apodado “Petete”, porque “Ángel tenía todas las respuestas”. También estaba Miriam, que fue su esposa hasta 1973. Estaban los sobrinos, Guillermo y Natalia, con sus respectivos hijos. Estaban Silvia y su compañero Franco. Fue una ceremonia sencilla. Pero se instala en la historia para revalidar el poder de la memoria y la persistencia en la búsqueda de verdad y justicia.
“Era importante que apareciera”, reflexiona Silvia cuando repasa el caso en diálogo con Página/12. “Siempre pensamos en la familia que tenían que aparecer, no por la cuestión de poder tener un lugar donde llevarle flores, sino para que se supiera y se confirmara, para los que no creían, que habían estado desaparecidos”. Y concluye: "Con esto sentí que se cerraba un ciclo y que era reimportante, por Clarita, por Diana y por la memoria".