Me echó de su cuarto gritándomeeee:
¡No tenés laburo ni subsidio
ni garantía ni doctorado ni beca
ni certificado de nada ni dólares ni acciones
ni bonos ni arroz ni galletitas libres de gluten!”
"Confesiones de infierno",
tema que jamás escribió Charly García.
Está terminando el verano, querida lector, y eso significa que va espaciándose la decisión de no encender el aire acondicionado para no gastar mucha luz, y pasa a ser remplazada por la de no encender la estufa para no gastar mucho gas. Las tarifas no saben de cambios estacionales; son como las naranjas: perennes, duran todo el año. Aunque en invierno las facturas son un poco más útiles porque cuando las recibimos, o solamente cuando alguien las menciona, nos calentamos... por dentro, y eso podría ser suficiente, salvo que queramos vivir en calzoncillos, como supo reprocharnos el Sumo Maurífice cuando ejercía como tal, hace seis o siete siglos, si medimos el tiempo de acuerdo al poder adquisitivo de nuestros salarios.
Son tiempos complicados, estos y aquellos, pero en aquellos creíamos que durarían poco, nos sentíamos (al menos yo) en medio de un proyecto que nos devolvería a cierta feliz “normalidad” de la mano de cierto keynesianismo, ese que piensa que es más característico del ser humano comer un asadito que hablar con perros muertos.
No lo pienso así ahora, o al menos, como dirían los odiosos, “no la veo”.
Tuve sin embargo cierto prurito optimista, cuando luego de la columna del pasado sábado, varios y varias lectoris se hicieron eco de la idea de "el chorro de soda en la cara” como castigo a la impertinencia pubertaria. Vuelvo a confesar que no fui yo quien la ejecutó, pero no pude menos que esbozar una sonrisa rayana en la estentórea carcajada al recordarla.
Luego comenzó la semana y los adoradores del libre mercado fueron a rogarles a sus señores feudales –léase "a los formadores de precios"– que, aunque más no fuera por el lapso de un nanosegundo, tuvieran a bien no aumentarlos, o al menos no aumentarlos tanto, o al menos no festejar ruidosamente los aumentos, o al menos, no tan a la vista del resto de los consumidos consumidores.
He de deciros, aunque vosotros ya lo sabéis, que “no tratose de una idea oportuna”. Pedirles a los poderosos que no aumentaran los precios, es como pedirle a un perro que sea vegetariano, a una rana que escriba un libro de filosofía existencial, o al señor primer autoritario que no insulte a ningún gobernador, o que pronuncie un párrafo entero sin hacer ninguna lasciva alusión a la sexualidad perversa: im-po-si-ble.
Como buenos señores feudales, los formadores de precios se basaron el derecho consuetudinario medieval: “El pueblo todos los domingos paga una moneda para ver al camello que el señor feudal expone como curiosidad. En caso de que el camello expirase, el señor feudal tiene derecho a seguir cobrando esa moneda ‘por costumbre’, aunque ya no existiese camello que pudiera ser visto”. Es como si ahora dijeran: “Antes, ustedes venían a mi supermercado, compraban ciertos productos y pagaban por ellos; sabemos que ahora no pueden hacerlo, lo entendemos, pero eso no los exime del deber de seguir pagándonos, aunque no se lleven nada, para mantener la tradición”.
Mientras celebraba, ya el martes, el “numerazo” de la inflación de febrero –que fue del 13% según ellos, del 58.000% según mi propio bolsillo, y que hubiera sido del 7.800.000.000000.000.000% si las fuerzas del Cielo no lo hubieran designado, según la retórica presidencial–, una tremenda tormenta sacudió el cotidiano. Y por supuesto, no faltó la voz oficial que nos tranquilizase: “Sabemos que estos desastres ocurren, y estamos preparados para una gran inundación. De hecho, con el dinero que nos ahorramos al no tener que pagarles más la comida ni los medicamentos a los pobres ni a la clase media, hemos construido una hermosa arca, donde pensamos meter a dos economistas, dos brokers, dos agroexportadores, dos militares, dos trolls, dos empresarios con acento inglés, dos banqueros, un libertario y su hermana”.
En fin. Sugiero al lector acompañar esta columna con el video “Mr Jones”, parodia de Rudy-Sanz de un clásico tema de Sui Generis: