El déficit comercial de este año será record histórico. El desequilibrio entre exportaciones e importaciones superará por mucho la estimación del Gobierno, que de hecho ya se vio desbordada cuando todavía falta computar un trimestre para el cierre de 2017. El Ministerio de Hacienda calculó que se ubicaría en 4500 millones de dólares, pero el acumulado hasta septiembre ya arroja 5200 millones. La cifra que proyecta la consultora Econométrica, que dirige uno de los economistas favoritos de la city porteña, Mario Brodersohn, se estira hasta los 7000 millones de dólares. Más alarmante aún es su estimación para 2018, porque lejos de que las autoridades encuentren un camino para desactivar esta amenaza para la sustentabilidad de la economía, advierte que el saldo comercial trepará hasta un rojo de 11.000 millones de dólares. “El interrogante por dilucidar es si en 2018 los mercados financieros internacionales estarán dispuestos a financiar un creciente endeudamiento” para cubrir este agujero, se pregunta Brodersohn, y rápidamente responde que sí, gracias a la herencia de los gobiernos kirchneristas. “No está en discusión el potencial acceso al mercado de capitales en 2018 y 2019 porque como partimos de un nivel de Deuda Pública Neta/PBI que es relativamente bajo con relación a otros países, el gobierno tiene acceso al mercado financiero internacional para cubrir esos desequilibrios. Lo que está en discusión es el mediano plazo porque las reformas estructurales que se requieren en exportaciones llevan tiempo hasta que se puedan apreciar sus resultados”, advierte el consultor. Es decir que el macrismo tiene margen para tomar crédito en moneda dura porque las administraciones de Néstor y Cristina Kirchner redujeron sensiblemente la carga de la deuda. Esa política virtuosa -ninguneada en los análisis del establishment de economistas y medios- ha sido reemplazada por su opuesto sin ninguna ganancia sustancial para el desarrollo productivo del país. Por el contrario, el Gobierno está alimentando con prisa pero sin pausa una nueva crisis del sector externo como las que tantas veces pusieron de rodillas al país, con el antecedente dramático del 2001 como el más cercano.
La vulnerabilidad que genera la apertura importadora -más allá del impacto sobre la industria nacional, que sigue perdiendo empresas y puestos de trabajo, como volvió a apreciarse esta semana con despidos masivos en Unilever y el reconocimiento del Ministerio de Trabajo de que la ocupación en las fábricas cayó en agosto por vigésimo mes consecutivo-, sumada a la persistente fuga de capitales, el déficit en la cuenta turismo, el pago creciente de intereses de la deuda externa y la remisión de utilidades de las multinacionales a sus casas matrices, queda expuesta ante cada episodio de cambio de humor en la plaza internacional. Ahora la sola posibilidad de que un monetarista duro como John Taylor pueda ocupar la presidencia de la banca central estadounidense, la Reserva Federal, causó escozor en el mercado doméstico y provocó un incremento inesperado en la cotización del dólar, dado que el Banco Central argentino al mismo tiempo estaba enviando la señal opuesta con otro fuerte aumento de la tasa de interés. En conclusión, solo el rumor de que podría llegar Taylor tuvo más incidencia que una medida concreta como el alza de un punto y medio de la tasa de referencia del BCRA. La razón es que si Taylor aplicara sus teorías desde la FED, la tasa de Estados Unidos podría subir más rápido y más alto, algunos arriesgan hasta el 3,75 por ciento, provocando una acelerada salida de divisas de los mercados emergentes hacia los bonos norteamericanos. En ese caso, una devaluación del peso estaría a la vuelta de la esquina y, con ello, una complicación adicional para el cumplimiento de las metas fiscales y el financiamiento del rojo del sector externo.
Puede ocurrir que finalmente Taylor no sea el elegido por Donald Trump o que una vez instalado en la FED modere sus impulsos y no mueva la tasa como se especula, pero el ejemplo sirve para ilustrar el camino de cornisa que decidió transitar el gobierno de Macri con su política de brazos abiertos a las importaciones, liberalización para la entrada y salida de capitales especulativos, desregulación cambiaria y autorización a las cerealeras para liquidar las exportaciones con una década de plazo.
En lo que refiere al déficit entre importaciones y exportaciones, el informe de Brodersohn señala que “el superávit comercial que fue positivo en 1800 millones de dólares en 2016 pasó a ser negativo en 5200 millones en nueve meses de 2017. Estos números nos sugieren que tenemos dos opciones si se quiere equilibrar el sector externo a fin de evitar que, tarde o temprano y a medida que se van cerrando las puertas de acceso al mercado financiero internacional, terminemos en un nuevo ciclo de ‘stop and go’, en una nueva frustración. La primera, como ha sido históricamente el caso en la Argentina, es una política recesiva para bajar las importaciones. La otra opción es intentar que las exportaciones de nuevos productos y a nuevos mercados aceleren su crecimiento”. Como se ve, no solo economistas heterodoxos sino también ortodoxos como el titular de Econométrica advierten que “tarde o temprano” se endurecerá el acceso a los mercados financieros y la economía nacional quedará expuesta en el mejor de los casos a una nueva fase recesiva. También señala que el modelo agroexportador es insuficiente para cerrar la brecha comercial. “La revolución tecnológica en la producción de cereales y oleaginosas y la expansión de la frontera agropecuaria demuestran que ese sector tiene una gran capacidad de respuesta exportadora pero esa respuesta es insuficiente para financiar un crecimiento sostenido. Por lo tanto, abrir nuevos mercados para nuevos productos pasa a ser un objetivo impostergable para un crecimiento sostenido de la economía”, completa el ex secretario de Hacienda de Juan Sourrouille en el gobierno de Raúl Alfonsín.
La estimación de un desequilibrio comercial inédito de hasta 11.000 millones de dólares en 2018 surge a partir de la proyección de un crecimiento del PIB del 3,5 por ciento el año que viene. “Esto ampliará aún más el déficit externo debido a que la elasticidad-ingreso de las importaciones es más alta que la de las exportaciones. El déficit comercial podría llegar en 2018 a 11.000 millones de dólares frente a los 7000 millones esperados para 2017”, puntualiza. En este punto, Brodersohn cambia el eje del problema del déficit externo y pone el acento en lo que es la obsesión de los mercados financieros y organismos como el FMI: el déficit fiscal. Y señala que para disminuir la dependencia del endeudamiento es preciso apurar la reducción del rojo de las cuentas públicas. En rigor, no es necesario endeudarse en dólares con el exterior para compensar un bache fiscal que se genera en pesos, pero tanto el Gobierno como los economistas que lo respaldan mezclan las aguas para convencer a la ciudadanía de que lo mejor es aceptar el plan de ajuste, para el oficialismo “gradualista” y para la city de “shock”. Ese ajuste, a su vez, es descargado sobre las espaldas de las mayorías populares, mientras a los sojeros se les bajan las retenciones y a las empresas otros impuestos. El triunfo electoral de Cambiemos le da espacio político para hacerlo, aunque los números del frente externo, que son los que desatan huracanes en la Argentina, son lo que no cierran.