Desde que fue revelada, la segunda jornada de Lollapalooza Argentina 2024 rankeó como la más atractiva. No sólo en comparación con lo que sucedió el viernes, sino con todo el festival en sí. Si bien aún faltaba que se consumara el desenlace, sólo un milagro (o más bien varios) podían lograr lo contrario. En principio, lo dejó en evidencia la convocatoria, que durante la actuación de Miranda! le compitió a la de Blink-182 (headliner de la fecha inaugural). Además, por más que contó con más nombres resonantes, no necesitó de un Drake, un Metallica o un Arctic Monkeys para cautivar. Una muestra más de que sólo basta una buena curaduría. Al punto de que cuando apareció Jungle, los dos escenarios principales alternaron gran volumen de público hasta el cierre, a cargo del trío electrónico Above & Beyond.
En medio de ese tête-à-tête groovero, bien fuera en clave de pop, indie, dance o R&B, aparecieron los dos espectáculos del sábado. Es que lo que trajeron Sam Smith y la debutante SZA trascendieron el imaginario del recital tal cual se entiende por estos lares. El cantante y compositor inglés (heredero del legado de Elton John, George Michael y Boy George) concentró una puesta brillante (literal y metafóricamente) a la que no le faltó nada. De hecho, pese a su magnitud, esa vitrina le quedó chica. Lo que comenzó como un show de canciones y brillantinas del artista -cuya única visita anterior había acontecido en el mismo festival, en 2019-, se transformó en toda una oda homoerótica. El juego narrativo se abrió varias canciones luego de inaugurar su repertorio con el R&B melancólico “Stay With Me”.
En la mitad de su show, cuando invocaba la urbana “Gimme”, y tras dejar atrás el pop sensiblero “Good Thing”, el londinense de 31 años irrumpió ataviado con pendientes y vestido negro con hombreras. Su perchero incluyó un extravagante traje que llevaba estampado los colores de la bandera LGBTIQ+, ropa de cuero BDSM y la camiseta de la Selección Argentina. Smith entraba y salía de cuadro, apoyado por un ecléctico y elástico cuerpo de baile, al mismo tiempo que arremetía con hits del calibre de “Lose You”, “Promise” y la colaboración que hizo con la dupla house Disclosure en “Latch”. Después de un ínterin amenizado por “I Feel Love” (clásico queer y discotequero de Donna Summer), seguido por una inyección coral, protagonizó un cierre trash de la mano de “Gloria” (tema que da nombre a su último disco) y “Unholy”.
Acto seguido, en el escenario principal empezó una película. De hecho, como en los inicios cinematográficos de vieja escuela, en las inmensas pantallas laterales se advirtió la función que estaba por comenzar. De pronto, en la estructura negra enarbolada en el escenario, se hizo la luz. Entonces apareció un muelle y en lo alto de la casa se encontraba SZA (se pronuncia “Sizza”). La cantante y compositora estadounidense desembarcó ahí a pocos meses de que le colgara la chapa de haber sido la artista con más nominaciones en la última entrega de los premios Grammy. De las nueve estatuillas sólo alzó tres, pero fueron las suficientes para coronarse como la flamante figura del R&B. Y justamente eso es lo que vino a demostrar en el Hipódromo de San Isidro.
SOS se llama el álbum que la postuló a la realeza de la música afronorteamericana. Amén de atreverse a contaminar con modernidad al inmaculado R&B, su estética giró en torno al agua (igual que la puesta en vivo) y las historias se fundamentan en la insolencia, la evasiva y la carnalidad (amante de los acrónimos, el título del disco significa “Disfrutemos a nuestra hermana”). De los 23 temas de la secuela, eligió “Open “Arms”, colaboración con el rapero Travis Scott, para introducirse ante la audiencia local. De ahí también eligió “Seek & Destroy” y “Low” y su canción punta de lanza “Kill Bill”, por ejemplo, para dar cuenta de su perfil bucólico, lascivo, trapero y experimental. Llevó al trópico su colaboración con Kendrick Lamar (“All the Stars”) y fue respetuosa de la que hizo con Doja Cat (“Kiss Me Over”).
No es una cantante muy elocuente, por más que se expresó en un español con acento boricua. Pero, amén del concepto visual, Solána Imani Rowe (tal es su verdero nombre) estuvo apoyada por una gran banda y un solvente grupo de bailarinas. Dueña más bien de la idea del álbum como laboratorio de experimentación que de la canción devenida en éxito, la artista está en la vereda de en frente de Miranda! Los Reyes Midas argentinos del pop (en todas sus variantes) aprovecharon su regreso a Lollapalooza Argentina para continuar presentando su disco Hotel Miranda!, en el que revistieron de contemporaneidad varios de sus hits significativos. Es tan fuerte el fenómeno que generó este concepto que acercó a una nueva generación de público, que además aprovechó el festival para verlos en vivo por primera vez. En su actuación, Ale Sergi y Juliana Gattas (que había presentado su disco solista en la tarde anterior) recrearon algunos de los pasajes de la perfomance que habían patentado el año pasado. Luego de tocarlo en teatros y estadios, sólo le faltaba la circunstancia festivalera. Y funcionó.
Lo mismo le sucedió a Jungle, un rato antes. El grupo inglés, que se tornó en la gran aplanadora del funk y la música dance en los últimos tiempos, está utilizando el formato de los encuentros musicales multitudinarios para poner a prueba a su más reciente álbum, Volcano. Menos mal que decidieron optar por esa vía, porque la lava que emana de esas canciones, en un espacio cerrado, es capaz de dejar marcas profundas de lujuria, placer y baile. La apología al groove hilvanada por estos londinenses, y de la que Buenos Aires fue testigo desde el minuto uno de su historia, es fabulosa. Sin embargo, su nueva formación la potenció a un nivel tan sólo comparable con Chic, por más que la analogía parezca sacrílega. Lo que sí es una realidad es que a Josh Lloyd-Watson y Tom McFarland les encanta apelar por el falsete, por lo que fue un recurso que atravesó a la fecha, si se suman los de Ale Sergi, Sam Smith y del chicano Omar Apollo, la novel promesa del soul y el R&B estadounidense. Otros que no sólo reincidieron, sino que también destacaron en la fecha fueron los franceses Phoenix. Esta vez volvieron, acompañados por un misterioso enmascarado marsellés, para desenvainar esos clásicos del indie pop que, así como versa su himno, a todo el mundo hacen sentir mejor.