Bajo el título “Historia de la Biblia en Argentina” el investigador Juan Carlos Sánchez Sottosanto asumió hace años el desafío de inventariar los modos en que se leyeron las Escrituras en los distintos períodos de la historia política de nuestro país y, a partir de ahí, realizar un análisis de las diversas tramas que se entretejen entre el Estado y la sociedad. “Mi interés --explica-- está puesto en cómo se leyó la Biblia en mayo de 1810, cómo se leyó durante la Generación del 80, cómo la leyeron los torturadores y los torturados, cómo lo hizo Lugones, Borges, y hasta una banda de rock como Vox Dei”.
Este novedoso trabajo indaga, al mismo tiempo, en la historia de las traducciones nacionales de la Biblia (sea del texto completo o libros sueltos como los Evangelios o los Salmos), en los aciertos y dudas de los traductores, y en el rol de las editoriales en los distintos marcos de procedencia: el catolicismo, el protestantismo y el judaísmo. “Nunca se había intentado un catálogo comentado de las traducciones vernáculas y puedo asegurar que son muchas, muchas más de las pensadas. Yo fui el primero en sorprenderme al ver el corpus de trabajo”, comenta el investigador de la Biblioteca Nacional, que es además licenciado en Ciencias Sociales con estudios de posgrado en teología en el ex Isedet: “Mi trabajo es el primero que se realiza sobre el tópico de la Biblia en la Argentina. Claro que no puedo dejar de mencionar la labor de Arnoldo Canclini, historiador evangélico bautista, que solo se extiende hasta 1853. Canclini tiene una mirada providencialista, como creyente. Yo, en cambio, no puedo admitir la intervención divina como variable histórica. Digamos que lo mío no sólo es más ambicioso, porque cubro un período que va desde el Virreinato hasta casi nuestros días, sino porque indago en una gran diversidad de bloques de sentido”, agregra y luego responde:
--¿Cómo definiría a la Biblia?
--Como un conglomerado de libros que la tradición judía primero y la cristiana después han considerado que están por encima del resto de los libros. Me gusta hablar en plural, porque ya la Biblia es una palabra plural en griego, y porque verla como una suerte de pequeña biblioteca te desalienta a pensarla como un monobloque de sentido, que es como la entienden los fundamentalistas. Mi trabajo se centra en cómo esos libros fueron leídos y recortados a través del tiempo en nuestro suelo, y dotados de viejos y nuevos significados. Ahora, si me sacás de la investigación y me preguntás qué es para mí la Biblia, te respondería con algo que alguna vez le escuché a mi profesor de griego del Nuevo Testamento: la Biblia no es la palabra de Dios, sino la palabra del hombre, de un grupo de hombres, hacia Dios, dirigida a Dios. Una búsqueda --no un hallazgo-- de la Trascendencia.
--Borges llamaba a la Biblia “el único libro inspirado”.
--Borges decía, medio en serio y medio en broma, que el Espíritu que había inspirado la Biblia había devenido en nuestra época en una mitología más triste, el inconsciente del psicoanálisis. También le gustaba citar a Shaw y decir que todo buen libro está en realidad “inspirado”. Pero una de las últimas cosas que prologa antes de morir son las magníficas versiones de Fray Luis de León del Cantar de los Cantares y del Libro de Job.
--¿Cuáles son, entonces, las coordenadas que estructuran su investigación?
--Voy a hacer una gran simplificación, y debe entenderse como eso, una simplificación. Hablemos de siglos, al modo de Hobsbawm. Él te mete un XIX largo, que iría desde 1789 y las grandes revoluciones hasta 1914, y un XX corto, que va del 14 hasta la caída de la Unión Soviética. Bien, en el caso de la Argentina yo estiraría un poco más el XIX hasta pisar casi los años 30. Si aceptamos ese marco, te diría que en el XIX la Biblia estuvo ligada al liberalismo: no al conservadurismo, sino al sector liberal de las élites letradas --hay que tener en cuenta que el público lector en general, y el de la Biblia en particular, era mínimo. En cambio, en el XX, la Biblia gira hacia los intereses del nacionalismo, o mejor dicho, de los nacionalismos. Lo paradójico puede parecer que el liberalismo, al que uno sospecha ligado a actitudes deístas o incluso ateizantes, haya que ponerlo como un “amigo” de la Biblia. La paradoja deja de serlo cuando se comprende que la Ilustración, en el Plata, se vive a través del tamiz de la Ilustración española, que nunca fue ateizante, y que creía, por ejemplo, que el catolicismo debía despojarse de la superstición y del ritualismo pomposo del Barroco, es decir, volverse más ascético, más despojado.
--Volver a las fuentes...
--Exacto, porque volver a las fuentes es siempre un pensamiento mítico, un tornarse hacia una suerte de paraíso perdido; esas fuentes perdidas eran la Biblia y el biblismo del Siglo de Oro. Entonces, a fines del XVIII, los ilustrados españoles se vuelcan hacia la Biblia, y surgen al menos dos traducciones completas y muchísimas parciales. Esa ola llega al Río de la Plata, y repercute en personajes como Manuel Belgrano y Bernardino Rivadavia. Otros liberales, como el primer Sarmiento, alientan a las Sociedades Bíblicas anglosajonas, porque creen que la Biblia ha contribuido a la grandeza de esas naciones, típicamente protestantes. Una de las grandes sorpresas que me llevé fue encontrar que el primer libro bíblico impreso en la Argentina, un evangelio de Juan, bilingüe, inglés-español, fue impreso por orden de Rivadavia, el liberal laicista por excelencia. Y no para ser usado en la Iglesia, sino en la Universidad Pública, lo que hoy llamaríamos la UBA.
--Sarmiento también tradujo la Biblia...
--Claro, pero tradujo un compendio de los evangelios para que las escuelas chilenas accedieran a las fuentes bíblicas y no a catecismos que aterrorizaran a los niños. Ya en la vejez y habiendo él mismo contribuido a la eliminación de la enseñanza religiosa en las escuelas, hará un análisis muy lúcido sobre el papel de la Biblia en el surgimiento de los Estados Unidos, un estado laico y religioso al mismo tiempo, pero religioso no por imposición del Estado. Aunque no lo creas, Sarmiento llega a conclusiones muy parecidas a las del joven Karl Marx, cuando habla del estado burgués modelo, en el que la religiosidad no se pierde, pero ha pasado a la esfera del individuo. En pocas palabras, Sarmiento en particular, y muchos liberales en general, concebían la Biblia como elemento civilizador, y ahí estaban los países protestantes y capitalistas para demostrarlo, con su eterno apego a la Biblia, y también los países católicos, mucho más atrasados por entonces, y para los cuales la Biblia no era un elemento cotidiano como para los protestantes. Lo importante de todo esto es ver cómo un texto necesariamente polifónico, contradictorio, fruto de siglos de composición, canonización, traducción y hermenéuticas varias, produjo lecturas creativas por parte de todos los bandos imaginables.
--¿Por ejemplo?
--Hablemos de la ley de matrimonio civil en Argentina. El matrimonio era uno de los últimos bastiones a defender por parte de la Iglesia Católica, que ya venía perdiendo unos cuantos. Llega el año 1888 y se presenta el proyecto. Los legisladores católicos ponen el grito en el cielo y utilizan como argumento la sacralidad del matrimonio. Se presenta el ministro del Interior, el inefable Eduardo Wilde, y les dice que él no va a hablar de la Biblia, ni de la costilla de Adán, ni del diluvio. Claro que como buen humorista y positivista, lo que hace es reírse de la Biblia, y hacer lo que supuestamente no iba a hacer, hablar mucho de los relatos que hoy llamaríamos míticos. Wilde se pregunta cómo hizo Noé para meter todos los bichos en el arca y evitar que los zorros se coman a las gallinas o los tigres a las ovejas, qué clase de conocimientos tuvo para reconocer el sexo de los moluscos, o poder clasificar a los microbios, como el del cólera. Y después sigue con los relatos más picantes, como el del incesto de las hijas de Lot o de muchas mujeres que tuvo Salomón. El escándalo fue mayúsculo; el obispo pidió un desagravio. Días después los diputados católicos se dedicaron a leer gruesos volúmenes explicando cómo fue que hizo para meter a todas las especies en el arca, cuántas pulgadas dispuso para cada especie. Los lagartos acá y las gaviotas allá. Fueron días y días ¡en una discusión sobre el matrimonio civil! Entonces llegó Aristóbulo del Valle, liberal también, pero a diferencia de Wilde decide utilizar la Biblia a favor del proyecto. Él demuestra que la Biblia nada dice sobre ceremonias religiosas de casamiento, que los pocos casamientos que se mencionan sólo consintieron en que el varón se llevara a la novia a su carpa o a su casa delante de testigos y listo. No hay huellas de oficio religioso matrimonial ni en el Antiguo ni el Nuevo Testamento. La ley se aprobó, no por supuesto por la opinión de Del Valle, pero lo que importa aquí es que la Biblia estuvo presente en grandes discusiones políticas argentinas hasta hoy.
--¿De qué manera los textos bíblicos están presentes en la discusión de la política actual?
--La Biblia suele ser utilizada a menudo por los políticos de hoy, no importa de qué signo, pero no hay que esperar de ellos la exquisitez de un Sarmiento o de un Del Valle, o la sorna de un Wilde. Por lo general son frases sacadas de contexto, aisladas, útiles al modo de un refrán o más recientemente, la brevedad que imponen las redes sociales, pero que por proceder de la Biblia otorgan un aura de sacralidad, de verdad profunda. Acordate de Menem usando la Biblia: “Siempre habrá pobres entre ustedes”. La frase es real, es de los evangelios, y es una percepción realista de Jesús sobre el fenómeno de la opresión, pero de ningún modo una excusa para no hacer nada por ellos, como diciendo que son un mal irreparables. Hace poco Javier Milei, antes de ser presidente, utilizó un pasaje del Antiguo Testamento, Primer libro de Samuel capítulo 8, para atacar el concepto de Estado. Y eso es, por supuesto, un anacronismo: nuestro concepto, que por cierto es liberal, de Estado Nación nace en el siglo XIX, mientras que lo que se discute en ese pasaje bíblico es el paso de tribus o ciudades libres a una monarquía, un fenómeno típico de la transición de la Edad de Bronce a la de Hierro.
--¿Qué situaciones curiosas encontró durante la investigación?
--Cuento una anécdota. A principios del XX, con la moda de los grandes estudios sobre la literatura medieval española y al mismo tiempo, los comienzos de la reivindicación nacionalista argentina de los valores hispánicos, en la UBA surge un proyecto de editar versiones medievales de la Biblia hechas al castellano antiguo. Versiones del siglo XIII o XIV, que nunca habían conocido la imprenta, y que se conservaban manuscritas en el Palacio del Escorial. Bueno, solo se editó el primer tomo, que abarca el Pentateuco. Ahora bien, si vas al Levítico en ese tomo, te encontrás con que la palabra “puta” aparece a cada rato. ¿Podés creer que es en esos pasajes de Levítico que por primera vez asoma la palabra “puta” en la lengua castellana? Lo dice el propio Corominas, en su Diccionario etimológico. Los traductores medievales quizás no estaban muy deconstruides, pero puritanos no eran...
--Y algunas de esas traducciones fueron censuradas...
--Sobre la censura, lo que a mí me llama la atención, sobre todo, son los casos de no censura en tiempos en que esperaríamos que sí existieran. Por ejemplo, en las primeras décadas del XIX, el catolicismo, por entonces no promovía la lectura directa de la Biblia salvo para las élites, y mucho menos la lectura de versiones cismáticas. Se condena entonces a las Sociedades Bíblicas protestantes y sus ediciones mientras los papas mismos redactan encíclicas condenatorias. En muchos países la persecución a estas biblias y sus distribuidores fue feroz: hubo muertes y quemas de Biblias. Era parte de la guerra de perros y gatos de estas dos grandes ramas de la cristiandad. En nuestro territorio eso no sucedió. Clérigos católicos como Castañeda, el Deán Funes, Segurola o Valentín Gómez ayudaron a los agentes de las Sociedades Bíblicas a distribuir biblias que el propio Papa había condenado. Eran lo que se llama “regalistas”, es decir, ponían al Rey, y más tarde a los distintos gobiernos patrios, por encima de Roma. Personajes tan disímiles como Facundo Quiroga o Sarmiento leyeron la Biblia de esas ediciones protestantes. Quiroga, de hecho, le firmó el pasaporte a uno de esos agentes. Ahora, censura, lo que se dice censura, aparece en la Dictadura del Proceso: el famoso caso de la Biblia Latinoamericana, a la que tildaron de “marxista” y cosas por el estilo, aunque tenía aprobación eclesiástica y sólo reproducía algunos de los aspectos más radicales de la doctrina social de la Iglesia post Concilio Vaticano II. Volaron librerías, volaron libreros, volaron catequistas y militantes sociales. Volaron en el peor sentido de la palabra. He visto ejemplares con sus imágenes recortadas: tenía imágenes de gente pobre, negra, morocha, indígena, en situaciones cotidianas, o imágenes de Luther King o de Hélder Câmera. Todo eso era visto como marxista y subversivo. En la otra punta ideológica, también fue censurada la Biblia de los Testigos de Jehová, a la que se conocía como “la Biblia verde” por el color de sus tapas. Los Testigos no saludaban la bandera o se negaban a hacer el servicio militar. Se los consideraba agentes del imperialismo yanqui. Como se sabe dentro de la Junta Militar había posiciones encontradas, desde las neoliberales pro yanquis hasta las nacionalistas de viejo cuño. Bueno, estas dos biblias eran imaginadas algo así como los dos polos de la “guerra fría”, el Kremlin y el Pentágono. Claro que no eran ninguna de las dos cosas.
--Para terminar, ¿por qué es importante una historia de los modos de leer la Biblia en Argentina?
--Hasta hace poco la historia “laica” no se ocupaba de la historia religiosa argentina Por otro lado las distintas iglesias, o movimientos nacionalistas, escribían la historia eclesiástica sosteniendo que la Iglesia era la pureza y el estado laico una porquería. El Instituto Ravignani escribió la primera, y la UCA la segunda. Ambas manifestaban una ignorancia espantosa: solo importaba la apología. Hubo excepciones, claro, pero sólo recientemente la historia laica se ocupó del terreno religioso como un campo de estudio sin el cual se hace muy difícil entender muchos acontecimientos: desde la Revolución de Mayo hasta la Dictadura pasando por el peronismo. Los modos de leer (o no leer) la Biblia tienen que agregarse a estos avances. La Argentina produjo más traducciones bíblicas que cualquier otro país de Latinoamérica: eso algo tiene que decirnos. Las primeras versiones de la Biblia al español realizadas por judíos en un país de habla hispana se realizaron aquí. Los tangos, las letras de rock, están atravesados por la Biblia: sólo hay que saber dónde arañar. Creo que hay un falso laicismo que combatir, tan peligroso como el chupacirismo. Y un falso progresismo. Al progre le hablás de la Biblia y te pone cara de trosko y te cita a Marx y que la religión es el opio de los pueblos. Bueno, la cita no es de Marx ni del Manifiesto comunista. Es del teólogo anglicano Charles Kingsley, y Marx lo copia en la Crítica de la filosofía del Derecho de Hegel; no hay comillas porque en ese momento todos la conocían. A ese mismo progre el Gauchito Gil o el culto a Gilda le parecen interesantes porque así creen estar acercándose al pueblo, a los pobres. Me recuerdan a la Susanita de Quino y el chiste de la polenta. Lo cierto es que la Biblia ha estado siempre en la trama de nuestra historia. Sólo hay que desenredarla un poco.