En 1857 nació en el barrio porteño de Flores Agustín Gnecco, hijo de un capitán naval genovés. Con los años, Gnecco se hizo muy sanjuanino y muy coleccionista, llenando su casa de imágenes coloniales, monedas, papeles, muebles y todo tipo de objetos históricos. Y también de restos humanos, porque Gnecco, como tantos de su generación y como su amigo Estanislao Zeballos, era un recurrente ladrón de tumbas indígenas. Del saqueo quedó una morbosa colección de cinco cadáveres completos, treinta cráneos y una enorme cantidad de objetos personales y rituales robados.
En 1944, un hijo de Gnecco combinó con Eduardo Udaondo, director del museo que hoy lleva su nombre en Luján, la donación y el envío de buena parte de la colección a esos pagos bonaerenses. Ahí fueron también los cadáveres robados y sus ajuares funerarios, que fueron exhibidos por un tiempo. Con los años, al personal del Udaondo le dio vergüenza el botín, que quedó guardado en un sótano.
Este miércoles y después de un largo trabajo de identificación de los restos, el gobierno de la provincia de Buenos Aires los va a devolver a sus parientes y descendientes de las comunidades huarpe de San Juan. La despedida va a ser ritual, con un canto a cargo de la escritora, cantante y activista mapuche-tehuelche Carina Carriqueo, con otros representantes de las Primeras Naciones bonarenses. Y también estarán representados los que recibirán los restos y les devolverán su dignidad, la Organización Territorial Huarpe Pikanta.
El destino de los restos de estos ancestros es la comunidad huarpe Las Chacras, en Caucete, San Juan, a unos 160 kilómetros de la capital. Allí hay un espacio sagrado donde descansan muchos otros que se salvaron de los saqueos "científicos"
El trabajo
El primer análisis de la morbosa colección se hizo entre 1997 y 1999 en el marco de un proyecto de extensión de la Comisión de Investigaciones Científicas de la Universidad Nacional de Luján. Los trabajos fueron dirigidos por el doctor Carlos Cansanello, con los arqueólogos Alicia Tapia y Mariano Ramos. El informe explica que lo que donó Gnecco es "un conjunto de elementos óseos disociados, especialmente integrados por cráneos, por restos humanos individuales conservados por momificación natural y restos culturales asociados a los entierros".
En el 2008, antropólogos y arqueólogos de un proyecto oficial de la Universidad Nacional de Luján se comunicaron con la comunidad Qom de San Pedro para anoticiarlos de la situación. En 2012, se realizaron reuniones con pueblos originarios en El Antigal, Primer Centro de Interpretación Indígena de la Argentina, y en el Concejo Deliberante de San Pedro. Así se logró el consentimiento de las comunidades originarias para realizar el estudio y proceder a la identificación de los restos. Ese mismo año se tomaron muestras y el antropólogo Mariano Ramos presentó un informe a las autoridades del Museo con “la identificación precisa de carácter étnico de los restos esqueletarios”.
Todo esto iba acompañado por el Instituto Cultural de la provincia, que puso a trabajar a la Dirección Provincial de Coordinación de Políticas Culturales, la Dirección de Diversidad y Prácticas Identitarias, la Dirección Provincial de Patrimonio Cultural y el Complejo Museográfico Provincial “Enrique Udaondo”. En paralelo, se involucraron el Consejo Provincial de Asuntos Indígenas de la Subsecretaría de Derechos Humanos del Ministerio de Justicia bonaerense, el todavía existente Instituto Nacional de Asuntos Indígenas y el Programa de Arqueología histórica y Estudios Pluridisciplinarios de la Universidad de Luján.
Como se verá por la escala de tiempo, pasaban los años y no se hacía la restitución, que recién tomó impulso en el gobierno de Axel Kiciloff y la gestión de Florencia Saintout al frente del Instituto Cultural. Para la funcionario, todo esto "se enmarca en la Ley nacional 25.517 sobre restos mortales de las comunidades indígenas y representa una importante política de reparación histórica, ante el genocidio, la colonizacion y cosifiacion de nuestros Pueblos Originarios”.
El marco legal
El primerísimo artículo de la ley que cita Saintout dice que “los restos mortales de aborígenes que formen parte de los museos y/o colecciones públicas o privadas, cualquiera fuera su característica étnica, deben ser puestos a disposición de los pueblos indígenas y/o comunidades de pertenencia que los reclamen". La ley es de 2001, pero recién en 2010, con Cristina Kirchner en la presidencia, tuvo un encargado, el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas, que el presidente Javier Milei acaba de disolver efectivamente.
La Constitución Nacional, a todo esto, reconoce la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas y ordena el respeto a su identidad y el derecho a una educación bilingüe e intercultural. También reconoce la personería jurídica de sus comunidades, la posesión y propiedad comunitarias de las tierras que tradicionalmente ocupan, y regula la entrega de otras aptas y suficientes para el desarrollo humano. Todo esto, por supuesto, apenas pasa de lo declarativo y sigue siendo una larga lucha política hasta el simple reconocimiento por escritura de las tierras que ocupan desde siempre.
La Constitución de la provincia de Buenos Aires, en el artículo 36, también reconoce los derechos de los pueblos indígenas y dice que “la Provincia reivindica la existencia de los pueblos indígenas en su territorio, garantizando el respeto a sus identidades étnicas, el desarrollo de sus culturas y la posesión familiar y comunitaria de las tierras que legítimamente ocupan”.
La restitución de los ancestros huarpe que realizan ahora Kiciloff y Saintout es resultado de la voluntad política de cumplir estos marcos constitucionales y legales, largamente ignorados. Es también un acto de justicia para ir levantando una lápida de las que pesan. El robo de tumbas de las Primeras Naciones fue sistemático después de la expedición de Roca, con cientos de enterratorios violados por buscadores de platería, textiles y cráneos para las colecciones "científicas". El Perito Moreno, Gnecco, Georges Claraz fueron de los más activos en esto de saquear tumbas.
La crueldad con que esto se hacía es notable. Estanislao Zeballos descubrió que entre los prisioneros encadenados había un baqueano y le ofreció la libertad a cambio de guiarlo. El pobre hombre, un mapuche, pronto descubrió que lo que buscaba el huinca eran tumbas para excavar y robar...