Todas las personas tienen una función específica adentro de la maquinaria familiar. Siempre hay alguien que se ocupa de las tareas domésticas, mientras otros solo hacen desorden. En todas las casas hay un hermano que cuida más a sus padres que el resto. El tío que hace reír a todo el mundo, aunque por dentro -y cuando nadie lo ve- sea una persona amargada y triste. Hay una tía genial, relajada, que consigue regalos espectaculares para todos sus sobrinos. Y en medio de esa fauna también está la persona que cuenta la historia, que registra esa vida familiar, los encuentros y desencuentros interpersonales, los vaivenes económicos, el paso de los años. Ese parecería ser el rol de la narradora de Vida de Horacio, el último libro de Mercedes Halfon. A lo largo de todo el relato, esta narradora arma una trama que combina conversaciones con su padre, anécdotas familiares y su propia vida cotidiana para tratar de entender una dinámica familiar marcada por la docencia, el tango, la política, la vejez y un puñado de autos Falcon (de los no siniestros).
La escritura de Halfon es una escritura híbrida y por momentos partida. Ya en sus anteriores libros -El trabajo de los ojos, Diario pinchado y, en menor medida, Extranjero en todas partes- aparece este guiño a la indefinición: en sus historias conviven la ficción, la no ficción, el registro frío y distante del periodismo, la crítica cultural y pequeñas fugas hacia el mundo de la poesía. En este sentido, los relatos de Halfon se terminan volviendo relatos corales, más allá de que siempre están contados en primera persona. Vida de Horacio no es la excepción a esto. Allí se entrelazan diferentes registros y géneros, ordenados en pequeñas instantáneas que se centran en detalles de esa historia familiar que se intenta reconstruir y comprender a lo largo de todo el libro. El punto de vista que construye esta narradora para contar todo es por momentos bastante irónico, incluye en su relato algunos remates con doble sentido incluso contra su propia familia, a la que ama pero que por momentos no aguanta.
Tal vez, de todas las tonalidades que hay en el coro Halfon, la voz de Horacio sea la más particular: es segura, por momentos severa y utiliza una diversidad de términos y expresiones, cuyos significados son definidos por él mismo. Es por esto que la protagonista de la historia incluye un pequeño glosario en el que explica el significado de esos términos que solo se escuchan cuando salen de la boca de Horacio: “la precisa” (la verdad), “quedarse con la bananita” (mantenerse enojado por algo), “de profundis” (conversación sincera) y algunas expresiones más cuyo origen es completamente desconocido. El trabajo con la oralidad de este personaje a lo largo del libro es muy preciso y la autora trata de mantenerlo lo más fiel posible a su versión original. La voz de este personaje (por cierto, es el padre de la narradora) es una puerta de acceso a diferentes mundos y modos de hacer. Con el testimonio de Horacio se puede pensar la vuelta de Perón en el 73, el trabajo docente en medio de la dictadura familiar y hasta cómo lidiar con una fiesta de adolescentes altamente hormonados en el living de un departamento en Caballito.
Hay una tensión que recorre la totalidad de Vida de Horacio. Más que una tensión, se diría que es un desafío: ¿cómo narrar eso que es tan cercano a uno de una manera tal que la cercanía no contamine el relato? ¿cómo contar esas historias ajenas que están estrechamente vinculadas con la propia, sin caer en lugares comunes o en la cursilería barata? Sobre esto escribe Halfon: “El tiempo pasa y pasa. Un año exacto en el que no toco una coma. A veces creo que no sólo no estoy escribiendo, sino que mientras no lo hago estoy desescribiendo. Y no tiene que ver con que las palabras vayan a irse de la computadora, sino más bien con la posibilidad de encontrar algo que finalmente cierre este relato de hija. Algo que dé en el centro de la observación de lo cercano, lo tan cercano que a veces no puede describirse.”
Conocer la historia de esta familia es también conocer la historia de un tipo específico de familia. El relato que se cuenta en este libro consigue la potencia de la universalidad: no es un conjunto de anécdotas intrascendentes, sino la radiografía de una clase social. La historia que escribe Halfon condensa muchos rasgos de esa clase media politizada y relativamente intelectual que encontró la forma de surfear la incertidumbre argentina para poder tener algunas modestas comodidades –tener un auto, una casa propia, mandar a los hijos al colegio y la universidad–.
En Vida de Horacio la percepción del tiempo es difusa. El relato va y viene. Las escenas de la infancia se mezclan con otras del presente, aunque nunca quede del todo claro cuál es el “hoy”. Sin embargo, hay un tiempo que avanza sin parar y que convierte a Horacio en una persona que se agita al caminar, aunque tenga un andar pausado. Más allá de que la narradora se esfuerza por torcer esa línea que va siempre para adelante, Horacio se dispersa, envejece. Quizás sea por esto que la protagonista de Vida de Horacio intenta todo el tiempo que esa “desescritura” no avance sobre su padre. Ella hace todo lo que está a su alcance para crear un registro que pueda dar cuenta –con limitaciones, matices y sesgos, pero también con afecto y cariño– de cómo es su padre, de cómo fue su vida y de la manera en la que esa forma de estar en el mundo también configuró la suya. Lo que ella quiere es poder detener el tiempo, ir en contra de la vejez y, por qué no, evitar la muerte. De lo que se trata es de darle a Horacio unas páginas de eternidad. Un texto en el que pueda vivir para siempre.