El gran editor de “la vieja escuela”, que publicó más de cuatro mil libros en cincuenta dos años de trabajo, será declarado Personalidad Destacada de la Cultura este martes a las 18 horas en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires. El itinerario de Alberto Díaz es como un viaje maravilloso por el mundo de la edición argentina y latinoamericana. La primera escala empezó en 1969 cuando se inauguró la sucursal de Siglo XXI en Buenos Aires y continuó en el exilio en Colombia y México, donde se hizo cargo de la editorial Alianza. Tras el regreso de la democracia, abrió la sede de Alianza en el país y fue su director editorial hasta 1991. Dirigió también la editorial Losada y luego pasó a formar parte de Espasa Calpe, que después se fusionó con el grupo Planeta, donde fue director editorial de Emecé y estuvo a cargo de los sellos más literarios, Seix Barral y Destino.
En un viaje a Montevideo descubrió Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano; fue editor de Julio Cortázar, Antonio Di Benedetto, Ernesto Sabato, Mario Benedetti, Ricardo Piglia, María Elena Walsh, Jorge Luis Borges, Tulio Halperin Donghi, Beatriz Sarlo, Carlos Altamirano, Andrés Rivera, Abelardo Castillo, Juan Gelman y Juan José Saer. Decidió retirarse en 2022 y, entre otras cosas, se dedicó a escribir un libro sobre Saer que le había encargado la Universidad Nacional del Litoral (UNL), y que se publicará este año.
En el Salón Dorado de la Legislatura, Díaz recibirá un diploma del diputado Franco Vitali y estará acompañado por Carlos Ulanovsky, Ana María Shua, Ignacio Iraola y Horacio Tarcus. “La importancia de Alberto Díaz en la edición en habla hispana es enorme. Vía Alianza y Siglo XXI, en los 60 y los 70 Alberto inventó un modo de editor: el editor que viajaba por Latinoamérica descubriendo talentos y fundando editoriales, en un momento en que la edición argentina era la más potente en habla hispana. Alberto descubrió autores, abrió mercados, ayudó a las librerías”, resume Iraola la “tremenda influencia” de Díaz y lo define como “un militante absoluto de los libros”. Iraola, que fue director editorial del Grupo Planeta para el Cono Sur entre 2005 y 2022, compartió viajes, convenciones, habitaciones de hotel y premios literarios. “De Alberto aprendí dos cosas centrales en mi vida: dignidad y lealtad ante todo”.
A fines de marzo de 1976, Díaz estaba trabajando en Siglo XXI cuando un grupo de tareas de la Marina lo secuestró. Estuvo desaparecido más de un mes y medio, aislado y encapuchado, sin poder hablar con nadie, hasta que lo soltaron y decidió exiliarse en Colombia con su mujer, la historiadora María Ester Rapalo, y sus dos hijos: Laura y Carlos. Ulanovsky lo conoció en el exilio mexicano. “El buen afecto fue naciendo en comiditas, en festejos o preocupaciones de la tribu argenta, en cumpleaños de hijas e hijos, en cruces casuales. Fue simple advertir que los Díaz eran gente sencilla, con sentido de la convivencia y de la solidaridad. Venían de pasarla mal, como casi todos, pero estaban enteros, hablaban en tono discreto y eran mesurados y fáciles de tratar”, recuerda el periodista y menciona que el capítulo cinco de su libro Seamos felices mientras estamos aquí está dedicado a Alberto y a María Ester. “El texto se llama ‘Bajo el volcán’ y habla de algunas de las complicadas características del clima mexicano: época de lluvias, temblores y terremotos, el smog tan tóxico. Ellos fueron siempre la antítesis de lo tormentoso, fueron la vívida y esperanzada expresión ‘Siempre que llovió paró’”.
En 2006 Ana María Shua tenía la mayoría de sus libros agotados y el sello en que publicaba, Sudamericana, le informó que no pensaba reeditarlos. Después de la rescisión de los contratos, salió a buscar un hogar para sus libros. “En ese momento no tenía una nueva novela y cualquier autor sabe lo difícil que es cambiar de editorial sin un libro inédito. Entonces pensé en Alberto Díaz, de Planeta, a quien conocía apenas, pero que siempre me había parecido una excelente persona y un editor de altísimo nivel. Tuve la enorme suerte de que Alberto se interesara en mí. No en mi próxima novela, sino en mí como autora, en mis libros, en lo que pomposamente se podría llamar mi obra. Y en mis posibilidades futuras. Díaz aceptó contratar todos mis libros de ficción, armó un cronograma de reediciones…¡y lo cumplió! Y por si fuera poco, tuvo razón y las reediciones se vendieron. Alberto Díaz me cambió la vida. No quiero imaginarme lo que podría haber sido de mí y de mis libros sin su interés y su impulso”, plantea la autora de Los amores de Laurita.
Shua destaca que Díaz siempre fue “un editor de literatura, volcado hacia la calidad y la perdurabilidad de los textos, mucho más que hacia el éxito comercial inmediato”. Aunque nunca trabajó en el editing de sus libros, revela que Alberto hizo algo “mucho mejor” al formar grandes editoras dentro de Planeta. Decidió publicar los libros de Shua en Emecé y la dejó en manos de la editora Mercedes Güiraldes. En literatura infantil la llevó hasta a Adriana Fernández, hoy la directora editorial de Planeta, que en esa época era la editora de infantiles. “El papel de Alberto fue siempre el de un gran lector, que es lo que un escritor espera de sus editores. Fue amigo y defensor de sus autores, por los que a veces tuvo que librar batallas con el sector comercial de Planeta”, reconoce la escritora y pondera que se preocupó por el catálogo. “Alberto no es un editor de novedades; luchó porque los libros de sus autores estuvieran siempre en librerías. No hay que hablar en pasado; un editor sigue siendo editor para siempre. Alberto Díaz es el editor de mis sueños”.
Carlos Díaz, que heredó el oficio, habla de su padre con profunda admiración. “Alberto Díaz es un gran editor, uno de los buenos, de la vieja escuela, de esos que están en franca extinción, aunque probablemente lo que esté en crisis sea ese mundo editorial que era impensable sin estos editores. Me gusta verlo como un protagonista de la historia de la edición argentina y latinoamericana. Un protagonista junto a muchos y muchas más, porque la historia de las grandes editoriales que nos marcaron y que seguimos queriendo hasta hoy, incluso las que desaparecieron, fueron en general proyectos colectivos, fueron hijos de un clima de época y no se explican por la genialidad de una única persona. Alberto navegó esas aguas durante más de cincuenta años junto a traductores, editores, autores, libreros y lectores que le dieron forma a nuestro querido mundo cultural. Así como muchos de los libros que publicó ya cumplieron su ciclo, muchos otros se siguen y seguirán leyendo, son libros considerados clásicos, forman parte de bibliografías y de nuestro acervo cultural. Ese es el mejor legado de un buen editor”.