Con ritmo de estruendo se anuncia: Ta-Ta-Ta-Taa. Hace meses que estaba aquí, pero ahora llegó el momento: Ta-Ta-Ta-Taa. Desde la entraña más profunda explota una orquesta de hormonas en sinfonía, se trata de la quinta en do menor, de Ludwig van Beethoven, tocada por todas las cuerdas y los clarinetes al unísono para que todo el mundo escuche, llegó el momento: estoy aquí ¡Recíbanme! Ella lo sabe, no se trata de las contracciones esporádicas de Hicks que ejercitaron el músculo uterino, no es la tiroides que durante semanas aumentó la frecuencia cardíaca, las palpitaciones y la sudoración que baña toda su piel. Ya no es el estrógeno que ayudó en la concepción, ahora es él, llegó el momento, se está anunciando.

El allegro con brío del primer movimiento no sólo anuncia la llegada, también pinta magistralmente el dramatismo del desenlace. La ruptura, el quiebre y la discontinuidad, culminarán la obra en que mágicamente una, se transformará en dos. Pero por ahora el contrapunto dialéctico de seducción entre ella y él, contrastan fogosamente, entre el Do menor y el Mi bemol mayor.

Desde hacía mucho tiempo los violines y la pelvis, los oboes y el sacro, los timbales y el útero, se venían preparando, pero son las hormonas las que despiertan al genio de la lámpara. Cuando ella se enamoró despertó su oxitocina y ésta habitó cada uno de sus orgasmos. Ahora, como en todos los momentos sublimes, las hormonas amazonas del amor se derraman en catarata desde su hipófisis y, seducido el útero, no tiene más alternativa que dilatar una y otra vez, esperando el momento. Aunque ella ya escuchó una vez la Quinta Sinfonía sabe que nunca la Sonata Beethoveniana se interpreta igual y conoce en carne propia los crescendos y diminuendos de la escuela sinfónica. Se trata de una línea melódica ascendente de dolor en que participa toda la orquesta y que culmina abruptamente en un oasis escaso de paz, previo a la próxima contracción.

Exposición, transición y desarrollo culminan en un pasaje de armonía errante entre coros de maderas y cuerdas, mientras la recapitulación pasa vertiginosamente tras una breve cadencia de oboe, expresiva y melancólica. Quizás, antes de la coda o epílogo del primer movimiento, la oxitocina se ve superada por la adrenalina, que también invade el cuerpo de ambos. ¿Será el momento? ¿Qué habrá afuera? ¿Debemos tener miedo? Hasta que se retoma el motivo principal de cuatro notas amplificando la tonalidad en forma progresiva para que un potente mensaje no deje lugar a dudas. Salta el tapón mucoso, hilos de sangre ya están presentes, ella estará atenta y vigilante, pero es aquí y ahora.

En el segundo movimiento, andante con moto, Beethoven desarrolla la obra lírica en forma de variaciones dobles, dos temas se presentan en formas alternadas, tocándose en un vals de preocupación y regocijo, mientras ella camina inquieta con sus manos en jarra sobre los huesos de las crestas ilíacas, en la parte de atrás de su cintura. Parece querer extender su panza, pero en realidad está ayudando a que la cabeza de él se ubique sobre las alas mayores de la mariposa ósea. Allí en su pelvis el Ilion, isquion, pubis, sacro y coxis, están avisados, él ya viene y tendrá que pasar por acá. Al recostarse por fin, otras hormonas empiezan a tener efecto; las endorfinas son una droga anestésica similar a la morfina, que ella ya experimentó en momentos de placer, escuchando música, en el sexo o hasta en un abrazo. Ahora está más preparada para el próximo ciclo de contracciones, donde los músculos del útero se dilatan y contraen en rítmicas variaciones de tonalidad cada vez más intensas.

Al unísono, la melodía creada por violas y chelos, con acompañamiento de contrabajos, es seguida de un segundo tema con la armonía de clarinetes, fagots, violines y un arpegio en las violas y los bajos. La doble espiral helicoidal de sus ADN parece entrelazarse y estirarse una y otra vez en el interior del cordón umbilical. Nuevamente, después del tercer tema, la orquesta entera participa de un electrizante interludio en que una serie de crescendos, epiloga el final del movimiento. Él ya está encajado en la parte superior de la pelvis, entre las dos alas que acogen su cabeza, la bolsa amniótica se ha roto y una marejada de vida busca destino de suelo. Con ellas se expanden las prostaglandinas, incitando la dilatación uterina, que ya es visible pero no suficiente. El teatro griego que dio origen a la Orchestra está preparado, las gradas descienden entre ambas piernas separadas y ella grita mientras el suelo de la pelvis cruje como si fuera a quebrarse.

“Scherzo con Allegro” es el tercer movimiento de la sinfonía natal. Alterna en forma juguetona los momentos de tranquilidad que preceden a la tormenta, con el aviso estridente del motivo inicial. Ta-Ta-Ta-Taa, una y otra vez la elocuencia sonora recuerda por qué están allí. El Scherzo principal, un trio contrastante, el retorno y el epílogo, retoman el Do menor y sirven de marco para los preparativos finales. Las alas grandes de la mariposa de la pelvis que antes se habían abierto e inclinado hacia atrás para recibirlo, ahora se cierran empujándolo para abajo, mientras se abren las alas inferiores en una exquisita danza nupcial. Mientras ella cierra sus piernas para acompañar el proceso, él inclina su cabeza y toca el mentón con su pecho. Entre chelos y contrabajos se logra transformar el ritmo cortesano del Minué en una danza intensa y salvaje, donde la sensación de pujo resulta irrefrenable, mientras el cuerpo del sacro se retuerce adolorido.

Ella grita en cada pujo y suspira entre ellos. Él debe girar un cuarto su cabeza, colocándose frente a la columna de ella en un movimiento cardinal que le facilite la salida. Cada espasmo promete ser el último, pero no lo es, el coxis casi se ha dislocado y sin solución de continuidad comienza el cuarto movimiento. De prisa el “Allegro” está en marcha. A la izquierda los violines, a la derecha, violas y violonchelos, detrás flautas, oboes y contrabajos. Después trompas, clarinetes y fagots, seguidos de trompetas y trombones. Al fondo los timbales. Los violines serán imprescindibles, el piano puede no estar.

El flujo y reflujo de las contracciones fue acelerando su tonalidad, momento a momento y lo que antes pasaba cada trece minutos, luego pasó cada cinco y ahora casi no tiene interrupción. Se sincroniza la voluntad de salir con la de pujar y lo que recién tenía pocos centímetros ahora abomba el perineo. Al final del desarrollo la música explota en fortìssimo y recapitula después de una pausa con los cornos del scherzo. Durante el Allegro, su cabeza alcanza por primera vez el aire, coronando su llegada, mientras en un virtuoso final se tocan compases alternados y crecientes que duelen de alegría. En algunos minutos cuando repose sobre su pecho, succionando un pezón, ella volverá a generar oxitocina y además sufrirá un shock adictivo de dopamina, que la hará fuertemente dependiente del olor de su hijo. Pero por ahora el desafío es el pujo final, en un momento beethoveniano de agotamiento. De repente la pelvis se mueve bruscamente, la cabeza de ella se echa para atrás junto con el sacro y el coxis, mientras el perineo cede y los hombros se dan a luz. Heroicas tonalidades parieron múltiples momentos de expectativa y con la última gota de energía se descubre, gozoso, un epílogo sublime. Pablo ha nacido.