Durante trece años, entre 1987 y 2000, mientras sobrevivía con trabajos pasajeros en agencias de publicidad, museos o verdulerías, Linda Smith llevaba una vida creativa consagrada a escribir canciones dulces y extrañas que grababa en su casa, en cassettes, con una portaestudio de cuatro pistas. Hacía las tapas a mano con recortes de revistas y letras mecanografiadas, luego las fotocopiaba y finalmente dejaba todo en un buzón real, para que algún cartero se lo acercase a quien le hubiera escrito tras leer sobre ella en algún fanzine. A comienzos de siglo, con la sensación de que no estaba yendo a ninguna parte con su música, decidió retomar la carrera en artes visuales que había abandonado. Poco a poco sus canciones fueron quedando como un recuerdo de otros tiempos, pero hoy, a sus 69, a partir de la reedición en vinilo de un par de aquellos cassettes, revistas como Wire, Mojo, Uncut y Pitchfork parecen competir por dar con el halago que finalmente le haga justicia: “Leyenda de la música hecha en casa”, “Pionera del dream pop”, “Heroína lo-fi”, “Tesoro escondido del underground”, “Artesana del pop de dormitorio años antes de que alguien supiera qué hacer con esa etiqueta”. Ella intenta tomarlo con naturalidad, aunque recibió los mimos con gusto: “Si me preguntabas hace cinco años si pensaba hacer algo nuevo con la música, la respuesta iba a ser ‘No’”, cuenta desde su casa en Baltimore. “Pero es muy lindo lo que está pasando. Fueron tantos años alejada de la música que hasta yo me estaba olvidando de mí”.
La repercusión de su obra con un retraso de treinta años comenzó a partir de un exquisito trabajo de reedición por parte del sello independiente Captured Tracks. Primero fue el compilado Till Another Time: 1988-1996, lanzado en 2021 con una selección de canciones de sus primeros tres cassettes. Y este año se coronó con dos trabajos de 1995 recién relanzados: Nothing Else Matters (“No tenía idea de que existiera la canción de Metallica, nunca escuché metal”) y I So Liked Spring, este último basado en la lírica victoriana y modernista de la poeta británica de comienzos del siglo pasado, Charlotte Mew. Lo cierto es que a esa altura Linda ya llevaba casi diez años navegando como solista en una escena de autogestión casetera que había visto nacer de la misma manera a artistas tan variados como Daniel Johnston, Dead Kennedys, Beck o Guided By Voices.
Todo comenzó a mediados de los ochenta, cuando consiguió su primera portaestudio de cuatro canales. Su idea no era lanzarse sola sino encontrar nuevas maneras de escribir canciones para The Woods, la banda con base en Nueva York y reminiscencias a The Velvet Underground y el jangle pop que integraba por entonces. “Sacamos un simple, pero era difícil llamar la atención. Y no tocábamos en vivo lo suficiente como para llegar a ser conocidos en absoluto en la escena”, recuerda. “La banda se separó poco después, y la portaestudios se convirtió en su propio fin”. En 1987 lanzó su primer cassette solista, The Space Between Buildings, y ya los primeros segundos marcaban el tono de todo lo que llegaría después: silencios, acordes espaciosos y cambios de ritmo con guitarras juguetonas, voces con coros superpuestos y letras donde lo cotidiano es intervenido con juegos de palabras que levantan aires inesperados y luminosos a la vez.
“Cuando empecé solo intentaba hacer algo inspirado en lo que estaba escuchando en ese momento”, cuenta. “Me gustaban mucho Patti Smith y bandas británicas del sello Rough Trade como The Raincoats y Young Marble Giants. Pero al componer me salía mucho de la radio que escuchaba de chica en los sesenta: The Beatles, Shangri-Las, todo Motown, incluso Frank Sinatra, artistas con grandes éxitos que a su vez eran muy diferentes entre sí”. Su voz suena cálida, con la aguda tranquilidad de quien sabe lo que quiere. “Cuando empecé a tocar siempre formé bandas con amigas, nos inspiraban todas esas mujeres que con sus bandas decían cosas que realmente importaban. Pero cuando empecé como solista no había muchas mujeres grabando canciones por su cuenta, al menos ninguna que conociera. Nunca pretendí ser una profesional de estudio, solo quería hacer canciones y sumarme a ese movimiento que estaba apareciendo por fuera del mainstream para conocer gente con inquietudes similares”.
Nothing Else Matters surgió de la curiosidad por experimentar con una nueva portaestudio de ocho canales que había comprado a mediados de los noventa: “La estaba usando por primera vez y quería que las canciones tuvieran todas estas partes pequeñas en capas, sentía que estaba haciendo todo un disco de pop-rock”, ríe. En I So Liked Spring, su siguiente grabación, los poemas de Charlotte Mew la llevaron en una dirección mucho más simple: “Ya me había dado el gusto de aprovechar todas las posibilidades de grabación en el disco anterior, así que simplemente pensé en limitarme en ese sentido y permitir que resaltaran las palabras”. Tras dos décadas dedicada a las artes plásticas sin grabar música, en la cuarentena de 2020 comenzó a escribir nuevas canciones a distancia junto a su amiga Nancy Andrews, con quien en los ’80 había tenido una banda llamada Cabeza de Cerámica de Madonna con Brazos de Plástico. “Nancy me enviaba una pista y yo añadía voces o teclados. Después me pasaba letras que había sacado de viejas novelas baratas y así armaba una canción a partir de ellas”. El resultado fue A Passing Cloud, un disco firmado por ambas que finalmente vio la luz el año pasado. Una deliciosa colección de piezas íntimas y refrescantes que Linda subió a Bandcamp junto a toda su discografía, recién digitalizada.
“Ahora estoy preparando un disco con canciones nuevas. En lugar de cosas complicadas trato de juntar muchas capas simples, sea para una canción o cuando pinto algo. Pero cuando hago una no intento con la otra. Me resulta difícil hacer dos cosas a la vez”, ríe. En los últmos años también volvió a tocar en vivo, algo que no hacía desde los ‘90, cuando Stephin Merritt la invitó a abrir shows de su banda The Magnetic Fields: “La verdad es que nunca sentí al escenario como mi lugar natural. Tampoco me veo de gira durante meses. A menos que tengas mucha plata detrás apoyándote con lindos cuartos de hotel y esas cosas, viajar de una ciudad a otra puede ser algo arduo. Pero poco a poco estoy cambiando mi modo de pensar. Por alguna razón que se me escapa, los niveles de interés con respecto a mis discos son diferentes, así que no esperes quejas de mi parte. Siempre es agradable sentir que hay más gente que te quiere escuchar”.