Rosa Amarilla es una artista y profesora de artes visuales de la localidad de Ingeniero Pablo Nogués, provincia de Buenos Aires. Con veinticuatro años, en su obra ensaya variaciones libres, exploraciones sensibles y búsquedas personales sobre una misma e insistente temática: las sillas y los sillones. Hija de un artesano de las sillas, en sus pinturas y grabados estos objetos actúan como atesoradores de su memoria familiar y como catalizadores de toda una serie de imágenes sentimentales que se despliegan y desbordan sobre el espacio, y ayudan a entender más a la propia artista. "Construir estas sillas, rearmarlas, hurgar en ellas, partir a la mitad un sillón y ver qué hay dentro, como si fuera de carne, se volvió un proceso importante para ver qué me pasa a mí", afirma.
Hasta el 29 de marzo, su obra podrá verse en la muestra colectiva “Narrativas Vinculares” de la Casa Cultura y Arte (CCA) del Municipio de Malvinas Argentinas. Curada por Belén Espinosa, esta exposición es la primera del CCA y está compuesta por artistas bonaerenses convocados por el “Registro Municipal de Cultura” que, desde el 2023, busca conocer y promover el arte del municipio. La programación especial de este mes en el municipio es con motivo del Día de la Mujer Trabajadora, por lo que la muestra de Amarilla está acompañada del arte de otras mujeres que, como la pintora y docente, recién están comenzando su carrera.
-¿Dónde nace tu interés por la temática de las sillas y los sillones?
-Principalmente de mi papá, que es tapicero y su taller está en mi casa. Yo tenía que hacer un proyecto para la facultad y veía que los artistas que me interesaban partían de una temática que les era cercana, algo que les daba mucha potencia. Lo más cercano que yo tenía, y que veía todos los días, eran las sillas y los sillones que van y vienen todo el tiempo en mi casa, desde hace muchos años. Esto, primero, fue una excusa para investigar el color, el espacio, las formas, pero desde hace un año empezó a formar un significado más personal. Así, el sillón y la silla terminaron siendo una excusa para mostrar un sentimiento, un lugar, una experiencia que tuve.
-¿Qué encontrás en estos objetos?
-Nunca dibujo a las personas, pero sí a las sillas y a los sillones que ellas habitaron. Pasa mucho que llevan trabajos a mi casa, después deciden no hacerlos por alguna razón y las sillas quedan abandonadas. Yo me imagino que esa gente vivió cosas ahí y que las dejó atrás, que nos las regaló o se las olvidó. Las sillas que últimamente retraté son sillas que están en mi casa y que hizo mi abuelo, que hacía carpintería. Años después, mi papá las tapizó. Yo no conocí a mi abuelo, pero siento que estos objetos guardan muchas capas de memoria.
-En el acercarse a esta memoria de los objetos, ¿hay un movimiento autobiográfico?
-Cuando empecé a pintar, muchas veces me pasó que decía: bueno, nadie en mi familia hace algo artístico. Y mi papá siempre me corregía diciendo que él hacía algo artístico, algo artesanal. Así me empecé a interesar en el proceso manual que hacía mi viejo de desarmar estas sillas y volverlas a armar. Y comencé a trasladar este proceso al plano de los sentimientos que me estaban pasando. Ese proceso se volvió central, mucho más que el resultado. Construir estas sillas, rearmarlas, hurgar en ellas, partir a la mitad un sillón y ver qué hay dentro, como si fuera de carne, se volvió un proceso importante para ver qué me pasa a mí.
-¿Es en esta atención por el proceso donde aparece tu interés por trabajar con técnicas y soportes muy variados?
-En parte, sí. Me interesan la pintura y el grabado por igual. Pero tiene que ver con la intención, porque saco materiales que usa mi papá para su trabajo y los uso en el mío. Estampar sobre una tela que usó mi viejo o hacer un gofrado con lija, tela, plástico, que son los mismos materiales que usó mi papá para construir la silla, le da una carga sentimental muy potente a la representación del objeto.
-La naturaleza interviene en todas tus obras. ¿Por qué?
-Muchas de las sillas que quedan en mi casa terminan en mi patio y las plantas empiezan a consumirlas. Pasa algo muy lindo con eso, porque la naturaleza que se las devora también forma parte de los tapizados de esas sillas. Así, la naturaleza sale de la silla y vuelve a la silla donde empezó. Entre la naturaleza y los sillones, se forma una sola cosa que se retroalimenta. El objeto y la naturaleza siempre están, pero para representar mis sentimientos, para crear escenarios de sentimientos que son míos pero también que son universales. El desamor y un comienzo forman parte de toda una sola cosa cíclica que también se ve en las plantas. A veces, en mis pinturas, se generan escenarios medio surrealistas, de ensueño, pero en realidad la imagen que yo tengo es la de mi patio en el que hay un gran naranjo que suelta un montón de flores.
-Este mes exponés por primera vez en tu municipio. ¿Ves una identidad bonaerense en tu obra?
-Sí, quizás no se ve tanto en mi serie de las sillas, pero lo veo presente en el oficio de mi viejo. En la muestra también hay una serie que yo le puse “Comer mandarinas al sol”, que la realicé al principio de la pandemia y que son todas casas de mi barrio. Sobre esta exposición, me parece muy lindo que se haga porque no es algo que suceda mucho en la zona. Entre los mismos artistas no nos conocíamos. Sin cosas así, terminás siempre conociendo más gente de capital que de tu propio barrio.