Una ficción peninsular
Los Alpes, la Torre de Pisa, la basílica de San Pedro, los canales de Venecia: todo cabe en Italia In Miniatura, el parque temático de Viserba di Rimini que reproduce el patrimonio arquitectónico y natural italiano, por medio de miniaturas a escala de 1:25 a 1:50. Se trata de un capricho encantador del empresario y amante del arte Ivo Rambaldi, que desde 1970 se dedicó a expandir este parque de 273 miniaturas, distribuidas en una superficie de de 85000 metros cuadrados, que se pueden recorrer en 17 pequeños trenes en movimiento. Además de miniaturas, el parque también ofrece atracciones y espectáculos, como el monorraíl, la zona de los piratas y la isla de los dinosaurios. Desde su creación, el fotógrafo Luigi Ghirri (1943-1992) quedó fascinado. Entre fines de los '70 y comienzos de los '80, Ghirri recorrió los pasillitos del parque tomando fotos del parque y sus visitantes. El resultado es encantador, desconcertante y un poquitín melancólico con gente de grandes tamaños metiendo la nariz en callecitas desiertas, en picos de montaña con nieve virgen, en bosques espesos, como si se tratara de una feria de variedades particularmente exótica. Con esas imágenes, la editorial Mack, de Inglaterra, acaba de publicar un libro de fotos de Ghirri, que además lleva la firma de Rambaldi: Italia in miniatura. Sucede que además de las imágenes, el libro incluye planos, maquetas y anotaciones del empresario mientras iba edificando en su cabeza el mundo que luego tendría a sus pies y que iría expandiendo de manera constante. En la introducción del libro, la curadora y fotógrafa Ilaria Campioli compara las fotos con el mundo en que hoy podemos acceder al mundo a través de Google Earth e incluso, a los paisajes desiertos que nos dejó la pandemia de covid durante un tiempo. Ghirri, en su momento, dijo: “Quizás es en este espacio de ficción, donde la realidad logra camuflarse, pasar desapercibida y reaparecer cada tanto en su forma más perfecta y también, más imposible”.
Soplando en el viento
“¡No puedo esperar a verte esto! Será maravilloso”, “Estoy emocionada de ver estas fotos”, “¡Maravillosas imágenes para despertar! ¡Timothée se ve increíble!”, Estos fueron algunos de los comentarios que se pudieron leer en las redes sociales de A Complete Unknown, que es el nombre de la biopic de Bob Dylan protagonizada por Timothée Chamalet, de la cual se conocieron las primeras imágenes, tomadas en Nueva York. Pero también hubo otros comentarios: si la nariz de Dylan en su juventud se parecería a la de Chamalet, si los jeans de Dylan no eran más ajustados y con un corte distinto al que se ve en las fotos. En fin. En esas imágenes, el actor francoestadounidense de 28 años aparece lookeado como los primeros discos de Dylan: zapatos marrones, jeans clásicos, camisa de rayas color chocolate con una bufanda del mismo color, guantes y boina, sosteniendo el estuche de una guitarra acústica. De hecho, el director del film, James Mangold, aclaró que la biopic va a estar focalizada en un punto específico de la larguísima carrera del artista: el punto de ruptura en 1965, en el Newport Folk Festival, cuando Dylan decidió conectar una Fender Stratocaster y usarla en su concierto, para espanto de los puristas del folk. Es probable que la película se estrene en 2025. Es decir, cuando se cumplan sesenta años de aquel festival en una época donde la gente no opinaba de todo en redes sociales sino que prefería hacer historia poniendo el cuerpo arriba y abajo de los escenarios.
Un rayo misterioso
Un estudio reciente reivindica a los imanes de heladeras, esos que traemos de viajes o nos traen y que son capaces de evocar memorias felices o no tanto. Pero que, en cualquier caso, tienen más poder evocador que una fotografía. Por muy omnipresentes que sean los imanes, sorprendentemente pocas investigaciones se han detenido en lo que les sucede a estos pequeños objetos que están ahí, impávidos, sosteniendo notitas o facturas o recetas médicas. “Si pensás en la frecuencia con la que abrís una heladera, los imanes mantienen una vitalidad distinta a cualquier otro recuerdo o memorabilia que termina al fondo del cajón”, razonó el doctor John Byrom, de la Universidad de Liverpool, quien dirigió la investigación. Byrom y sus colegas realizaron entrevistas en profundidad con 19 británicos que poseían al menos 20 de esos recuerdos. La investigación, publicada en Annals of Tourism Research, encontró que estos recuerdos podrían incluso desencadenar respuestas emocionales, y algunos participantes afirmaron que los imanes eran más importantes que las fotografías como ayuda para la memoria. “Ahora me saturé de las fotos y lo que me importa cuando viajo es traerme un imán para la heladera”, confesó un participante. Otra participante reveló que mantenía un imán específico a la vista sólo para recordar que ciertas vacaciones en España fueron un desastre. “Me ayuda a saber que mi vida ahora es mejor que eso”, dijo la mujer. Porque total, el recuerdo siempre termina siendo una especie de rayo furtivo que ilumina. O que oscurece.
El inventor del karaoke
Shigeichi Negishi era un hombre de unos cuarenta años, allá por 1967. Dirigía una empresa de ensamblaje de productos electrónicos en Japón y le gustaba llegar a su trabajo cantando. En cierto momento, no se sabe si en broma o en serio, algún colega le dijo que cantaba mal. Y a esa crítica le debemos la creación de la primera máquina de karaoke del mundo. Esta anécdota volvió a circular en estos días, cuando se conoció el fallecimiento de Negishi. Tenía 100 años. Según el Wall Street Journal, la hija de Negishi, Atsumi Takano, dijo que su padre murió por causas naturales el 26 de enero, después de una caída. Fue él quien creó un prototipo de una máquina de karaoke que funcione con monedas y producida en masa, con la marca "Sparko Box". Hasta que apareció Sparko Box a fines de los 60, el karaoke implicaban el uso de pistas de acompañamiento hechas por bandas en vivo o grabaciones instrumentales. “Al automatizar el canto, se ganó la enemistad de los artistas que veían su máquina como una amenaza para sus trabajos”, escribió el autor Matt Alt en las redes sociales. Alt entrevistó a Negishi para su libro Pure Invention: How Japan Made the Modern World. “Es un singular precursor del debate en torno al impacto de la IA en los artistas actuales”, agregó Alt. Sparko Box empleó cintas de casete de ocho pistas de grabaciones instrumentales disponibles comercialmente, con las letras en un folleto en papel. El negocio tuvo problemas y Negishi lo disolvió en 1975, cansado de los conflictos que surgían con los músicos. Nunca patentó su invento. De hecho, mucha gente atribuye la invención al DJ Daisuke Inoue. Su contribución a comienzos de los 70 fue crear versiones de pistas de acompañamiento de canciones pop en tonos que pudieran adaptarse a la gente común. Negishi nació el 29 de noviembre de 1923 en Tokio. Era un chico intelectual y estudió economía en la Universidad Hosei de Tokio. Luchó en el ejército japonés durante la Segunda Guerra Mundial y pasó dos años en un campo de prisioneros después de la derrota de Japón en Singapur. Su carrera en la industria electrónica despegó durante el auge empresarial de la posguerra en Japón. Después de jubilarse a los 70 años, se centró en sus pasatiempos: hacer cestas, esculpir y, naturalmente, cantar karaoke. “Sentía mucho orgullo al ver que su idea evolucionó hasta convertirse en parte fundamental de la cultura pop”, dijo su hija, Atsumi Takano.