Fotos de Juan Dengueco Recio/ Acess Surf Hawaii/Locos Bro
Es una imagen seductora: surcar las bravas olas del mar en una tabla, sentirse libre, poderoso, en pleno dominio del cuerpo y con la mente desconectada de todo problema cotidiano. Por supuesto que es fácil fantasear con el surf; sin embargo, como en muchas cosas de la vida que implican tomar una decisión (aunque sea pequeña), muchas veces este deseo queda atascado pensando que “ya se pasó el cuarto de hora” o que es mejor dejarlo para "otro momento". O al menos esto sucedía antes, cuando el surf no estaba tan de moda y era más difícil conseguir tablas, equipamiento para el invierno y lugares donde ir a aprender un poco. Ahora la realidad es otra y esta disciplina no solo se está expandiendo, sino que trascendió su imagen de solo “buena onda” y para jóvenes para convertirse en un deporte que acepta de buena gana aficionados, turistas que buscan algo distinto y personas con capacidades diferentes a quienes les viene muy bien un cambio de aire y de rutina.
PURA PASIÓN Según el surfista Rodrigo Fuertes Boccia, en el Partido de La Costa el mejor lugar para andar por las olas es Punta Médanos, un accidente geográfico ubicado 20 kilómetros al sur de Mar de Ajó que genera diferentes rompientes. Además hay un faro antiguo y playa virgen, con los médanos y plantas típicas del ecosistema playero. “Se puede surfear todo el año, idealmente en otoño y primavera, pero depende mucho de los swels (olas oceánicas) que se acerquen a nuestra costa”, detalla mientras explica que el equipamiento básico para el verano es una tabla de surf acorde al nivel del surfer (más grande y ancha para los que se inician), al tipo de olas y una “pita” (es la cuerda que se agarra a un tobillo). En invierno hay que sumarle un equipo de neoprene que comprende traje, botas, guantes y capucha. “En la Argentina todavía es incipiente, pero a partir de su inclusión como deporte olímpico esperamos que se lo tome más en serio y se lo incluya dentro de las actividades de clubes y escuelas”.
Rodrigo aclara que, como en todos los deportes, en el surf también hay imágenes cristalizadas, como la del surfista holgazán que gusta de estar tirado en la playa dejando pasar el tiempo, cuando en realidad consiste en un deporte extremadamente complejo que, por lo general, se complementa con otras disciplinas para mejorar el rendimiento (como correr, nadar, andar en skate y hacer yoga). “El surf es un deporte que te conecta con la naturaleza, te hace sentir relajado y tenso al mismo tiempo, te exige concentración y cuando estás detrás de la rompiente esperando que se forme una ola y deseás surfearla haciendo tus mejores trucos, revela lo apasionante de sentir la adrenalina de cada instante. Y lo más grandioso es que no solo siente esta gran emoción el surfista experimentado: el que recién empieza siente lo mismo al lograr ponerse de pie o al realizar un pequeño truco”.
Maximiliano Prenski, de la Escuela de Surf de Mar del Plata, coincide en ese sentimiento al afirmar: “Amo el mar, me hace sentir que estoy vivo y todos los días me levanto haciendo lo que más me gusta, porque este deporte me dio todo, en especial conceptos de vida y códigos”. El surfista marplatense sostiene que el mejor lugar para este deporte en su ciudad es Biología, en Playa Grande, y que a partir de los cinco años los chicos ya pueden iniciarse en el deporte pero como recreación y en situaciones muy controladas por los padres o el instructor. En su opinión el mito del surf, más que con toda la parafernalia que pueda rodearlo, solo tiene que ver con la práctica en sí misma: “La idea de ir en busca de la ola perfecta es lo que sueña todo el mundo y ahí se conjugan todos los elementos: la perfección del momento y un deporte practicado en los rincones más locos de la naturaleza y lo más lejos posible de la civilización”.
ANIMARSE Y YA Ahora bien, más allá de los expertos y los que surfean desde los cinco años porque nacieron y se criaron cerca del mar, ¿cómo se hace para dar los primeros pasos siendo adulto? Lo que todos los especialistas van a recomendar es una tabla “a medida”, blanda y más bien grande para que tenga buena flotación y sea más fácil hacer equilibrio. Además, desde hace un tiempo se organizan viajes cortos donde turistas que buscan hacer algo distinto durante todo el año tienen la posibilidad de pasarse un fin de semana haciendo “vida surfer”: es decir tomando una clase de surf, practicando con las olas, comiendo asado, tocando la guitarra y pasándolo bien.
Eso es lo que cuenta Wenceslao Moreno Ituarte, surfista y profesor de la Escuela Billabong de surf y kayak de los hermanos Bollini de Miramar. “Trabajamos todos los fines de semana con personas que vienen de distintos lugares para divertirse y tomar clases de surf en todas las estaciones, porque hoy la tecnología de los trajes permite resguardarse del frío”, describe. “Queremos que la gente tenga la experiencia de surfear y viva como un surfista, no se trata de tomar una clase de una hora sino de compartir toda la experiencia”. Y con más de diez kilómetros de playa, Miramar es un lugar ideal.
El “tour” comienza con la llegada a la escuela, donde primero se trabaja fuera del agua con una tabla dibujada sobre la arena y, entre otras cosas, se practica la postura de la remada (boca abajo y usando las manos) y la forma de dar el salto para subirse a la tabla. Esto es clave: hay que aprenderlo bien para no adquirir vicios que luego cuesta quitar. Otro dato tranquilizador para el que se inicia es que se entrena con el agua a la cintura solamente, así que si bien es un buen extra saber nadar, no es indispensable porque el alumno nunca está en situación de riesgo gracias a dos motivos: siempre está con el instructor y siempre hace pie. Además, los trajes ayudan a flotar. Las jornadas de entrenamiento suelen culminar con asados o yendo en grupo a probar la cerveza artesanal de la zona. “Tenemos muchos tipos de cerveza que me encargo personalmente de seleccionar”, dice Francisco Frezzia (que también elabora su propia cerveza), de La Bière, un barcito frente a la playa que además organiza conciertos con músicos locales y otros de más lejos. “Además de los típicos platos tenemos propuestas de comidas más innovadoras y apuntamos a que nuestro establecimiento sea sustentable, ya que con el desecho de la malta se puede producir biogás para usar en la cocina y estamos por colocar paneles solares para generar energía”.
Volviendo a las clases, Wenceslao cuenta que llega todo tipo de gente: los que no saben nada, los que miraron mucho pero nunca se subieron a una tabla y otros que van aprendiendo porque se hacen escapadas habituales. “Lo que motiva al turista a venir es lo que ve en las redes con la onda del surf, el contacto con la naturaleza, hacer una actividad nueva y experimentar un fin de semana distinto”, remarca. Además está todo muy bien organizado y pensado, ya que la escuela brinda todos los elementos que se necesitan para la práctica. Solo hay que llevarse la toalla.
OTRA MIRADA De forma complementaria a todo lo que ya se sabe del surf, hay otro aspecto que tiene que ver con el trabajo mental, la salud y la función social de este deporte. La escuela Billabong de Miramar trabaja con tercera edad, con personas con capacidades diferentes o con alguna especificidad física como cuadriplejia, hemiplejia y parálisis cerebral. En este contexto los beneficios que brinda el surf son muchísimos y uno de los más importantes es el aspecto social, ya que en muchos casos para las personas que tienen poca movilidad implica salir de sus casas y compartir su día con otros, tener nuevas experiencias y hablar de cosas nuevas. “También se dan muchos beneficios a nivel físico y emocional”, remarca Wenceslao. “Los surfistas son muy colaborativos y colaborar está en el espíritu de este deporte, así que naturalmente surge un trabajo en equipo para ayudar a la persona que quiere iniciarse; surfear te cambia la vida”.
Un caso de cambio de vida para mejor es el de Nicolás Gallegos, que desde hace muchos años tiene una lesión de médula que le impide caminar, desde hace cuatro está dele surfear y en 2015 participó en el primer mundial de surf adaptado en La Jolla, California, donde llegó a semifinales en su categoría. “Empecé con esto gracias a Leandro Padilla y a Wenceslao”, relata. “Un día tomando mate en la playa donde Wen trabaja de guardavidas me chicaneaba con que no me animaba a surfear y al día siguiente me aparecí con un traje, me metí al mar atado en la tabla y me picó el bicho del surf adaptado”, relata. El armado de tablas también fue todo un desafío y trabajó con Facundo Ane, shaper (término usado para referirse a quien arma tablas de surf) de Clover Surfboards de MDP y con Locos Bro de Miramar buscando la tabla adaptada a sus necesidades y que le permitiera remar con facilidad. Nico sostiene que todo esto implica mucho trabajo, ingenio y prueba y error, pero que el surf le cambió la vida… como le ocurre a todo el mundo que empieza.
“En cuanto a mi discapacidad, me ayudó a superar muchas cosas porque el mar demanda muy buen estado físico y de mi cuerpo funciona solo un 50 por ciento, así que era todo un desafío. Me enseñó a tener paciencia, a no desesperar en momentos críticos y a mantener la calma aunque la estés pasando mal”, describe. “Mi mensaje para la gente que lee esto es que se animen, que se puede empezar poco a poco y que es un deporte que no tiene vuelta. Las personas con movilidad reducida casi nunca tienen acceso al mar, siempre lo están mirando desde arriba, desde las ramblas y esto lo cambia todo. Además, adentro del mar no necesitamos ayudas, ni sillas ni bastones, somos autónomos y podemos disfrutarlo”. Más allá del surf, Nicolás destaca que con muy poco se podría facilitar el acceso a la playa para todos: por ejemplo con más rampas (y más anchas) en vez de tantas escaleras, lo cual permitiría que muchas personas que hoy no lo pueden hacer tengan la posibilidad de tirarse un rato en la arena o meter los pies en el agua.
“El surf ha crecido mucho en los últimos años y pasó de ser moda a un estilo de vida”, reflexiona Wenceslao. “Siempre quise mejorar mi nivel surfístico e indagué en distintas disciplinas y prácticas hasta que conocí el yoga; ahí sentí que esto me iba a cambiar para toda la vida porque con el yoga se logra flexibilidad física y, sobre todo, frenar la mente: ese es el objetivo principal y lo que transmitimos en las clases. Una persona que tiene la mente serena va a surfear mejor que una inquieta y aquí entra también la meditación, que es lo que más me gusta y el estado al que llego cuando surfeo. Y lo mejor de todo es que no solo se disfruta ese momento, sino lo previo y lo posterior, porque después de estar entre las olas uno se va con una sonrisa en la cara y de buen humor porque el cuerpo se siente mejor y eso repercute en todo lo que uno hace”.