• Con Lalo de los Santos fuimos un fin de semana a tocar en Bariloche y terminamos haciéndolo durante un mes y medio. Animamos fiestas privadas, desfiles de modelos y recitales nostálgicos. Parábamos donde nos daban y cobrábamos lo que negociábamos, incluídos techo y comida. Este último punto fue neurálgico: el frío y el cansancio nos ponían los estómagos rabiosos de combustible. Por ello elegíamos sitios de canje con buen comedor o desayunos suculentos. En una de aquellas heladas tourneés es que la suerte se erigió pródiga con nosotros: El Canguro se llamaba el sitio. Y por más que su nombre propiciaba comida chatarra o ligera, por dentro era todo distinto. Lomo de ciervo, jabalí, truchas, salsa de hongos. Manjares exuberantes cargados de calorías que acompañábamos con buenos tintos. A la semana me empecé a sentir enfermo. Fui a una guardia y la médica que me atendió, al semblantearme la panza, me miró a los ojos y me preguntó: ‑¿Cambiaste de dieta últimamente?

    ‑Sí -cotejé y le detallé las delicias de la nueva mesa.

    Se rió y, poniéndome una fraternal mano en el hombro, sencillamente se explayó: ‑Nunca comiste tanto de eso que me decís y te encontrarás atorado, atragantado, empachado. Una semana de dieta y mucho té. Estás enfermo del síndrome del pobre -culminó.
     
  • En el ambiente musical, la figura del fierro, del mufa es muy difundida. Muchos han carreteado al costado de la ruta en busca de mejores vuelos debido a su fama. Muchos han perdido trabajos, compañía y choque de manos. Jamás le dí importancia. Creo estar demasiado ocupado en hacer algo bueno que fijarme en detalles menores. Una mañana estábamos grabando en los estudios ingleses de la CBS cuando entró a saludarnos uno de ellos. Hubo una retracción corporal en los músicos que noté instantáneamente. Para burlarme de la mala suerte y afrontar el pánico invité al recién llegado dándole la diestra. Al instante, la cinta que oíamos se detuvo y no hubo modo de reiniciarla. Uno de los pibes, para evitar la sensación de mala fortuna, propuso sacarnos una foto: el flash se atoró. Y al instante se cortó la luz. El pibe, casi sin haber entrado ya había echo flamear su fama como una bandera negra por sobre todos nosotros. Creo que se fue solo sin saludar casi, avergonzado hasta la salida. Lo vimos por la pequeña tevé de la cámara. Cuando pisó la vereda, todo volvió a la normalidad. Luego nos enteramos, por dichos, que había estado hablando de nosotros, acusándonos de ser unos yetas formidables.
     
  • El sujeto asumió como secretario de Cultura de una ciudad equis y mandó a llamar a sus exponentes más cercanos, fundamentalmente los músicos de rock. Los reunió en un salón amplio donde su vozarrón parecía imponer mas respeto. Solo él estaba sentado. "Empieza la democracia y todos somos parte de ella", sermoneó. Luego de un largo discurso repleto de obviedades y frases hechas, largó la arenga: ‑¡Voy a llenar esta Secretaría de gauchos!". Como si con ello equilibraría el colonialismo, la desfiguración imperial y las revoluciones nunca acabadas de las patrias latinaomericanas. Fue una oración cargada de resentimiento. Y un tiro directo a la música urbana que no sea "de raíz", como siempre les gustó proclamar a los  buscadores de la vasija mineral donde se habría de encontrar el Santo Grial Indio que nos liberaría de toda penetración. Incluídos el jazz y el rock nacional. Un espanto. Los músicos florecientes se retiraron de capa caída. Luego, él mismo, cantor de pelo en pecho se encargó de animar festivales patrios y liberadores del alma atrapada en "colonialismos culturales" negando las canciones que no eran estrictamente folclóricas. Se contrataba a sí mismo con asiduidad. En ese tiempo tuvo su paso por esa ciudad Tarragó Ros, su compadre, quien declaró que los Beatles "habían arruinado a una generación entera". Los músicos callaron y siguieron trabajando. Al tiempo, esta maravilla de transmisor cultural se hizo diputado nacional y ayudó apoyando leyes a regalar ferrocarriles, energía y aviones a las multinacionales. Allí anda, por esa Ciudad Gris, oculto de sus vergüenzas, arruinado de comer tanta impureza, acumulando grasa en su "cintura cósmica del sur". Su voz demagógica y ampulosa no trina más. Los músicos que fueran por él repelidos llegaron a grabar entre todos cerca de 150 discos, muchos de ellos, verdaderas obras de arte.
     
  • Hugo García, mi ladero y amigo de la infancia, se solía quedar conmigo en la terraza contemplando las estrellas y fatigando la guitarra criolla, buscando acordes y melodías. Eramos jovencitos con una desesperación callada adentro que invitaba a la libertad de poder elegir, ser protagonistas de algo.

    ‑Tenemos que ponerle música a la ciudad -decía cándida, idílicamente.

    Yo pensaba lo mismo. Decidimos hacer una obra músico‑teatral al estilo de los grandes shows de las bandas como Pink Floyd y otras. Mi hermana me recomendó a un director teatral para que le consultemos. Fuimos a su casa y le contamos el proyecto. Tenía una barbita en punta, lentes culos de botella y fumaba inquisitoriamente. Estaba rodeado de libros y de compañeras de estudio. Nosotros éramos muy pichones. Tartamudeamos un poco al narrarle la idea.

    ‑Es una cagada -alargó cuando terminamos. Sencillamente, nos echó de su casa argumentando que no estaba para ocuparse de "cositas". El tiempo puso las cosas en su lugar. Del tipo aquel ni el nombre se recuerda, y nosotros, pajaritos solitarios de Echesortu pudimos, si no ponerle música a una ciudad, acunarla, calmarla, abrazarla al menos con nuestras jovencísimas canciones.
     
  • Virgilio Expósito, compositor de fuste, encontraba placer en reiterar las mismas anécdotas sobre la creación gloriosos tangos, pero a la mitad del relato se dormía, pues sufría de narcolepsia. ‑Hay que dejarlo un rato y ya vuelve -aclaraba su esposa, como quien dice que alguien se fue de viaje pero regresará en minutos. Ya que la anécdota era muy conocida, algún presente la terminaba. Cuando Virgilio volvía, olvidado de donde estaba, retomaba la cuestión hasta culminarla. Todos disimulaban que ya conocían el final. Y a cada uno de la Trova con quienes charló les contó lo mismo, asegurándoles que era casi un secreto compositivo. Empezaba: ‑¿Sabés como hicimos Naranjo en flor? -Y al final se quedaba dormido.
     
  • La obtención de un premio tiene encapsulado el porqué y el cómo. Eramos ya conocidos y recibiríamos el podio junto a otros artistas llegados de distintos puntos del país. Lo debatimos entre un sí y un no, y por mayoría se decidió ir como a una estampa antropológica, un curiosear por el mundillo de las alfombras rojas y el strass. Nos divertimos mucho y cenamos mejor. Al momento de recibir el premio yo le agradecía, para agregar más delirio, a las Trillizas de Oro, y nos sentamos riéndonos en la mesa asignada. Mi respaldo daba con otra silla. Cuando quise correrla me encontré con el perfil inconfundible de Isabel Sarli. Toda la velada estuve dialogando con ella. Era ese el verdadero podio, mi triunfo personal. Luego, con la noche avanzada, se empezó a levantar tormenta y en las carpas elegantes se empezó a sentir algo de zozobra. Isabel resolvió irse antes de tiempo y me eligió para que la acompañase hasta la salida. Lo hice, saliendo del sitio, llevando del brazo a la Dama de nuestros desvelos.

    ‑¡Ay, que viento feo!... Yo le tengo mucho miedo a las sudestadas -murmuró por lo bajo. Si hubiese sido joven ella y yo más dispuesto, la hubiese conducido al hotel y consumado el sueño argentino. Pero era ya una señora muy mayor a quien acompañé hasta el auto negro que la estaba esperando y a quien despedí con una reverencia. Me quedó en la solapa su perfume. Esa noche no dormí.

 

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