Gracias a su calidad y capacidad de producción, el cine mexicano tuvo su “edad de oro” entre comienzos de los años 40 y fines de los 50 del siglo pasado, con sus estudios –como los legendarios Churubusco- trabajando a pleno para satisfacer una creciente demanda popular, en un proceso cultural de identificación nacional que colmaba las salas de todo el país. Para dar cuenta de ese apogeo sin parangón, la Sala Leopoldo Lugones –en colaboración con la Embajada de México- inicia este viernes un ciclo titulado “Espectáculo a diario: las distintas temporadas del cine popular mexicano”, integrado por diez clásicos en versiones restauradas enviadas especialmente por la Filmoteca de la UNAM, que incluyen melodramas, sátiras, dramas sociales y policiales negros, representativos de la diversidad y riqueza de esa producción.
La muestra forma parte de una retrospectiva aún mayor que se presentó en el Festival de Locarno del año pasado, con curaduría a cargo de los críticos cinematográficos Olaf Möller y Roberto Turigliatto, y que desde entonces está recorriendo cinematecas de todo el mundo. Hay mucho para descubrir entonces en la Lugones, desde el film noir La noche avanza (1952), del especialista en el género Roberto Gavaldón, con su mundo oscuro y corrupto, hasta Trotacalles (1951), “un caso insólito, centrado en un grupo de solidarias prostitutas que hacen frente a clientes abusadores y explotadores sin escrúpulos” (como señala el excelente material informativo que acompaña la muestra), dirigido nada menos que por una mujer, Matilde Landeta, una adelantada a su época, que desafió el machismo imperante en el cine de su país y en la sociedad mexicana toda.
Y si se habla de machismo y arquetipos nacionales es bueno destacar dos de las grandes películas del ciclo, que por varias razones funcionan como espejos enfrentados: Pueblerina (1948), obra maestra de Emilio “Indio” Fernández, que figura en todas las listas de las mejores películas de la historia del cine de su país, y su reverso, El río y la muerte (1954), dirigida nada menos que por Luis Buñuel durante su largo exilio mexicano y que será el film de apertura del ciclo. No parece una casualidad que ambas estén protagonizadas por Columba Domínguez, una de las grandes figuras del cine mexicano, que llegó a competir en belleza y popularidad con Dolores del Río y María Félix, sus rivales más famosas.
El “Indio” Fernández (1904-1986), que se había hecho un nombre como actor en Hollywood, ya venía en México de conseguir importantes éxitos como director con películas como Flor silvestre (1943), María Candelaria -premiada en el Festival de Cannes 1946- y Enamorada (1947), cuando se lanza a la aventura de Pueblerina, una película de bajo presupuesto para sus estándares y con un rodaje, mayormente en exteriores, de apenas dos semanas, un lapso muy exiguo.
Más allá de sus diálogos básicos pero impactantes, el guion de Mauricio Magdaleno –basado en una idea del propio Fernández- propone un melodrama arquetípico: el de un hombre (Roberto Cañedo) que después de haber estado en prisión por haber defendido el honor de su prometida (Columba Domínguez) regresa a su pueblo natal para reencontrarla viviendo aislada “como una cabra arisca” y con un hijo fruto del estupro al que la sometió su rival, el terrateniente de la zona.
Todo preanuncia un duelo inexorable entre ambos: desde la autoridad del pueblo, que sabe que “el rencor es el rencor”, hasta la decisión del héroe, que está resuelto a llevar al altar a su novia y reconocer a su hijo bastardo. “¿Casarte con Paloma? Palabra que eres muy macho”, le dice admirado un amigo, que sabe que esa decisión enfurecerá a su rival, de armas llevar.
Tanto o más que su argumento, que adscribe a la narrativa institucional del cine mexicano de la época, lo que sigue llamando hoy la atención de Pueblerina es su enorme potencia visual. Con la colaboración de su director de fotografía favorito, el virtuoso Gabriel Figueroa, los encuadres del “Indio” –heredados de los de ¡Que viva México!, de Sergei M.Eisenstein- sacan el mejor provecho no sólo de los rostros nativos, como tallados en madera, de Cañedo y Domínguez, sino también de los imponentes exteriores, donde los símbolos rurales replican la determinación de la pareja protagónica, que llevará adelante su proyecto de vida “firmes como esos volcanes que Dios puso allí y que nada ni nadie puede mover”.
Contra esa monumentalidad tan barroca como solemne de Pueblerina parece sublevarse socarronamente El río y la muerte, uno de los films menos vistos y recordados de Buñuel en México, por lo que la posibilidad de verlo restaurado y en pantalla grande es una oportunidad que no conviene dejar pasar. Allí donde Pueblerina tiende al exceso y la grandeza, la película de Buñuel en cambio reduce deliberadamente todas sus escalas, desde los paisajes hasta los personajes. El tema central es un poco el mismo –los duelos por honor, la glorificación de la hombría, el culto a las armas- pero visto en negativo, por reducción al absurdo, ese que Buñuel heredó de su militancia en el surrealismo.
“Me interesó mostrar una costumbre auténtica de la costa de Guerrero: cuando alguien ha sido asesinado, el cadáver es llevado sucesivamente a las casas de los parientes y los amigos, donde los del velatorio van tomando copitas. Luego, llevan el ataúd frente a la casa del asesino, que ha huido, y los deudos gritan: ‘¡Que salga el tal por cual! ¡Va a pagar esta muerte!’ Y comienzan las venganzas en cadena entre las familias”, le contó en una entrevista al historiador Tomás Pérez Turrent.
Es sabido que, en México, Buñuel se adaptó sin problemas al sistema de estudios, pero jamás renegó de nada de lo que allí hizo, subvirtiendo costumbres y valores desde el interior mismo de los materiales que le ofrecían, como hizo por ejemplo en El (1953) y Ensayo de un crimen (1955), dos de sus cumbres del período mexicano. El río y la muerte no está a esas alturas, pero el modo en el que Buñuel socava el orgulloso machismo mexicano es notable. Y muy divertido también, como cuando uno de los vengadores del pueblo va a buscar a su rival a la ciudad y, como lo encuentra enfermo, conectado a un pulmotor, y no puede retarlo a duelo, lo abofetea cobardemente.
Información completa del ciclo, aquí: https://complejoteatral.gob.ar/ver/Espect%C3%A1culo-a-diario