“El bombero generalmente se encuentra con cosas desagradables, te acostumbrás a ver muertos y uno va perdiendo un poco la sensibilidad en ese sentido. Pero ese día hubo cosas que me llamaron la atención”, recordó Ernesto Manzo, quien en diciembre de 1978 tenía veintidós años y era parte del incipiente cuerpo de bomberos de Villa Gesell. “Nos avisaron que había que ir a buscar tres cadáveres a la playa, a la altura del paseo 127, cerca del muelle. Cuando llegamos, vimos que en realidad eran seis y estaban totalmente deteriorados, en estado de descomposición. Aunque hay algo que nunca me voy a olvidar: tenían las manos cortadas. Y algunos, incluso, la cabeza. De esa forma era imposible identificarlos”.
“Nos ordenaron llevarlos a la comisaría y tuvimos que dejarlos en un pasillo. Y después no supimos más nada. No tomé conciencia en el momento de lo que esos cuerpos significaban. Después nos enterábamos de que en el Partido de La Costa se había encontrado uno, después tres, más adelante cuatro, y así, porque teníamos contactos con los bomberos de Santa Teresita, San Clemente y Mar de Ajó. Fui a declarar varias veces a Dolores por todo eso que vi, la última en 2014”.
Ernesto Manzo falleció en noviembre de 2018, pero en todos los años previos fue uno de los pocos testigos de estos hallazgos que se animó a contar todo lo que recordaba. “En ese entonces yo era un pibe y en Gesell estábamos medio aislados de lo que venía pasando. Como bombero tenés que actuar en muchas circunstancias diferentes, pero lo que nunca me habían enseñado era a ir a recoger cadáveres de desaparecidos a la orilla del mar”.
Durante muchos años las historias de cadáveres aparecidos sobre las playas bonaerenses durante la última dictadura eran parte de cierta mitología costera: muchos aseguraban haber visto u oído algo, aunque no había ninguna documentación al respecto.
Y así sucedió hasta el 2004, cuando el Equipo Argentino de Antropología Forense fue autorizado a exhumar quince cuerpos enterrados entre 1977 y 1978 como NN en los cementerios de Villa Gesell, Lavalle y Madariaga, los más cercanos a las orillas que durante aquellos veranos se habían convertido en morgues de arena. Y, después de un largo trabajo, varios de ellos pudieron identificarse: la monja francesa Léonie Duquet y las Madres de Plaza de Mayo Azucena Villaflor, Ángela Aguad, Esther Ballestrino y Mari Ponce fueron algunas.
“Aunque es imposible establecer un número preciso, hablamos de miles de personas arrojadas en los vuelos de la muerte”, explicó Maco Somigliana, miembro del EAAF. La primera tanda de hallazgos se produjo en diciembre de 1977, cinco en total, entre ellos los de distintas Madres de Plaza de Mayo y el de Duquet. Pero exactamente un año después fue cuando se produjo la mayor cantidad de hallazgos. “Que los cuerpos hayan aparecido en un mismo mes de dos años distintos puede responder a distintas teorías. Una es que en ambos casos se habían registrado fuertes sudestadas en los días previos, pero también puede tener que ver con que en diciembre hay más gente que en otras épocas del año, y por lo tanto existían más posibilidades de que los cadáveres puedan ser vistos”.
En efecto, en diciembre de 1978 se registraron once cuerpos en el Partido de La Costa, pero a estos se les agregaron tres en Pinamar y uno en Villa Gesell, distrito en el que se cree que hay al menos un cuerpo más por identificar. Esta cifra tiene que ver con los datos documentados en la burocracia estatal (como las actas de los cuerpos de bomberos, los peritajes policiales o los cementerios), aunque a juzgar por los comentarios de distintos testigos presenciales está claro que hubo otros cadáveres que no quedaron asentados en papeles.
Si bien las identificaciones que el EAFF logró establecer fue en base a tumbas NN en cementerios de Lavalle, Gesell y Madariaga, no se descartan entierros similares en otras necrópolis de la región. “Hay un hallazgo en la Bahía de Samborombón por parte de un paisano que se metió a buscar una vaca y encontró un cadáver. Dio aviso y estuvieron un día para retirarlo, porque la zona es fangosa y de difícil acceso para vehículos, más aún en esa época. La persona fue enterrada en el cementerio de Dolores, pero nunca se pudo establecer el lugar”, apunta Somigliana. Es por esto último que el trabajo del EAFF aún no se ha agotado: aún hoy siguen trabajando en tumbas y fosas de la zona buscando más novedades.
A pesar de que el trabajo resulta complejo e inagotable, la identificación de las víctimas de vuelos de la muerte en cementerios cercanos a la Costa Atlántica fue importante porque le añadió un nuevo eslabón a la cadena de esos vuelos, que hasta entonces se venía reconstruyendo con testimonios presenciales, causas judiciales e investigaciones, pero aún sin encontrar cuerpos.
Con la promesa de ser trasladados a una cárcel común, los detenidos-desaparecidos eran dopados y luego subidos a una avioneta o helicóptero para ser desde allí arrojados al Río de la Plata. El mecanismo fue depurándose sobre la marcha: con el tiempo los asesinos comprendieron que era mejor amputarle las extremidades y quitarles la ropa para dificultar aún más la posibilidad de que sean reconocidos. Por las dudas, también los ataban con sogas o alambres.
De ese modo los cuerpos desnudos y mutilados fueron cayendo en distintas partes, desde el Delta del Paraná hasta aguas uruguayas, aunque las corrientes de los ríos y del océano devolvieron a muchos de ellos a la superficie. Así aparecieron uno tras otro en distintas localidades balnearias no sólo de Argentina, sino también de Uruguay. Todos fueron enterrados como NN en tumbas sin mojonear o incluso en fosas comunes. Algunos fueron identificados. La pregunta es cuántos faltan aún encontrar. Quizás tenga algo para decir Carlos Facio, el juez de Dolores que ordenó no investigar demasiado sobre esos cadáveres de las playas y que la semana pasada fue formalmente enjuiciado por el encubrimiento.