Es la primera noticia de la mañana del jueves, antes de despejar el sueño, de notar que el sol estaba brillante después de una semana de mirar al cielo y ver amenazas. Ahí en el teléfono, el comunicado de la red de la agrupación H.I.J.O.S., la denuncia de un “ataque político” a una compañera. Una agresión violenta, en su casa, maniatada con cables. No quiero reproducir el detalle de la saña, solo traducir mi estupor.
Apenas vestida, sin poder salir del baño, el olor del café quemado, los mensajes se cruzan, no son todavía las ocho. Es un concierto la pantalla entre audios y palabras mal tipeadas, hago y contesto preguntas entre otras periodistas, activistas, hermanas con las que transité militancia en la misma agrupación HIJOS en los ’90.
La incredulidad se expande como un globo, la bronca también, las dos son mecanismos de defensa. No puedo hacerle lugar al miedo. Estoy harta de la tristeza. El día anterior los rumores de un indulto a los genocidas habían caído con más fuerza que la tormenta; arremangar el ánimo y poner manos a la obra para arremeter el día es una tarea cotidiana desde hace más de tres meses. Pero esto duele y hay algo que hacer, saber más, dónde, quiénes eran, ¿están ya las cámaras de la calle donde sucedió? ¿cómo puede ser? ¿Cómo puede ser?
Algunos datos se recopilan antes de volver a hacer un café; sucedió hace más de dos semanas, sin embargo, no hay ninguna investigación judicial disponible. Un tuit de Fernando Cerimedo, asesor digital de Javier Milei y La Libertad Avanza dice que el ataque es mentira, sin más datos, sólo, obviamente, estrategia digital. El vocero presidencial, Manuel Adorni, con su estilo monocorde y sobrador, dice que espera que se esclarezca, tampoco ofrece datos de la causa, no le resulta relevante que en ese ataque calificado como "político" por la agrupación que lo denuncia se haya dejado sobre una pared la firma con la que el presidente firma incluso el libro de actas del Congreso de la Nación en la apertura de las sesiones legislativas: VLLC. No hace falta traducción de la sigla. Recuerdo cuando en los '90 también éramos perseguides, las denuncias que hicimos, el desprecio con que nos trataban. Insistimos y llegamos a que nos reciba el entonces ministro de interior, Carlos Corach. Años después, después del estallido del 2001, se encontraron carpetas de inteligencia con nuestros nombres.
A la tarde, una compañera escribe en un grupo: “Qué rápido que vuelve el miedo ¿no?”
En la plataforma Radar, que registra desde 2022 los ataques de la derecha radicalizada, entendiendo éstos como “las acciones que expresan un deseo de aniquilación del otro con el objeto de silenciar, amedrentar, disciplinar o eliminar identidades políticas”, hay varios datos que le hacen lugar al miedo -aunque prefiera la bronca-. La aceleración de estos ataques -en 2022 se registraron 52 y hasta fines de 2023, 147-, el paso de las agresiones de lugares físicos -como sitios de memoria- a las personas: militantes de derechos humanos, militantes políticos, feministas y personas Lgbtiq+. En 2023, dice el informe: “se confirma de manera dramática una tendencia que venía insinuándose previamente: la casi totalidad de los ataques físicos registrados recaen sobre cuerpos que expresan una disidencia sexual.”
Militante de los derechos humanos y feminista, así se menciona a la compañera agredida en el comunicado de HIJOS. Un blanco privilegiado de los agresores, que según ese mismo registro, cada vez más se identifican como militantes libertarios. Datos de contexto necesarios que el gobierno y sus voceros no ven, o niegan, o no les importa. Es parte de su política cotidiana la agresión. Hasta Mirtha Legrand tiene miedo de hablar sobre el gobierno porque después la agreden. Si Mirtha tiene miedo, ¿cómo no alojar ese temblor?
La noticia de la agresión a la integrante de HIJOS no tuvo lugar en la mayoría de los diarios, la membrana de la burbuja en la que pretenden vivir quienes eligen no ver la crueldad de un gobierno que considera a buena parte de la población como descartable -alcanza con revisar las declaraciones de Milei que justifican el ajuste brutal sobre las jubilaciones diciendo que es la franja menos pobre, mientras encoge los hombros como un niño, o las de la canciller Diana Mondino, cuando los llama a morir en silencio en vez de tomar créditos- es gruesa, resistente. Mejor pensar que el sacrificio del ajuste que pagamos todes menos los capitales concentrados que siguen acumulando ganancias va a redimir a algunos, a los “argentinos de bien”, como los llama el presidente mientras construye su enemigo predilecto “los zurditos”. Feministas, ambientalistas -así tronó en Davos-, cooperativistas, cocineras de comedores populares, trabajadorxs del estado, de la economía popular, actores, actrices, cineastas, etc., etc., etc. Zurdos, amenaza para Occidente, un grupo informe pero bien identificao, el famoso agente externo que mostraban las propagandas de las dictadura con simpáticos tanques de guerra animados que los exterminaban para salvar a los ciudadanos de bien.
Milei no es negacionista, parece un imitador de gestos y política económica de la dictadura. Es lógico que haya elegido el mismo enemigo sobre el que, en los '70, descargó un plan sistemático de secuestro, tortura, desaparición y exterminio. Ese plan sistemático que denunciamos colectivamente, popularmente. Siempre, pero con más fuerza cada 24 de marzo. Porque es con la fuerza común que nos da estar con otres en la misma lucha, en el mismo ejercicio de memoria que podemos contrarrestar, 40 años después, la burda explicación de la guerra contra la subversión. No hay guerra cuando un Estado y todo su aparato represivo, burocrático, económico y propagandístico dedica sus esfuerzos a eliminar a un grupo determinado: militantes políticos, sindicales, comunitarios, religiosos, estudiantes; revolucionarios con voluntad, deseo y determinación por cambiarlo todo. Subversivos se decía entonces.
Un día antes de la denuncia del ataque a la compañera de HIJOS -Hijos e hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio, vale la pena recordarlo-, el ministro de Defensa se fotografió con Cecilia Pando, militante por la impunidad de los genocidas, y dijo que la dictadura había sido “demonizada”. Ya no alcanza con la teoría de los dos demonios, ahora se busca reivindicarlos a la vez que se intenta involucrar a las fuerzas armadas a cuestiones de seguridad interior. Los rumores sobre el indulto siguen fuertes, la amenaza sigue servida.
Todo el día de ayer me llegaron mensajes al celular, preguntando amorosamente cómo estoy, sin más, seguramente porque mi madre fue una de los 30 mil detenidos desaparecidos, aunque los huesos de mamá fueron rescatados de una fosa común en el cementerio de San Martín en 2010. Hay quienes ni siquiera preguntan, mandan abrazos, sabiendo lo necesarios que son en estos días. Esa ternura es una barrera fuerte contra el miedo.
El domingo es 24 de marzo, las calles y las plazas del país van a desbordar, estoy segura, más que nunca. Aunque no quiero decir Nunca Más, en esta época necesitamos complejizar ese grito porque ahora mismo la represión es una imagen cotidiana que está disponible y repetida para alimentar a quienes quieren ver cómo se sacrifica a quienes protestan para ver menos el sacrificio de no poder cargar la sube o comprar todo lo necesario para sostener la vida. La marcha del 24, esa cita que nos devuelve a nuestra historia, la sangrienta y también la de la militancia que buscaba un mundo otro, un mundo mejor, que tenía capacidad de imaginar y de ponerse en la tarea de hacer ese mundo más justo también está amenazada por la imposición del “protocolo anti piquetes”. Esa simplificación que des identifica la diversidad de luchas y formas de habitar la calle, la heterogeneidad de cuerpos e identidades que sí ven, ven clarísimo el régimen de la exclusión y la crueldad, es otra de las maneras de quitar humanidad para poder tirar gases nocivos, para avanzar con violencia injustificada sobre las personas, sobre el pueblo. Vamos a salir igual, no hay refugio detrás del miedo, escondite tampoco. La única casa común que nos alberga está ahí, entre las banderas que inventamos, las que nos cobijan hace tiempo, las que todavía necesitamos diseñar.
Si digo que no quiero gritar simplemente Nunca más es porque necesitamos, de manera urgente, mover hacia delante esa consigna, decir Basta ya. La reivindicación de la dictadura no es discursiva, la vemos en acto todos los días. Y además porque necesitamos imaginar, diseñar un mundo otro, aunque las burbujas de los algoritmos y la sociedad de la des información y el click bait nos digan que es imposible.
Este pueblo dio vuelta la impunidad, no nos olvidemos. A fuerza de tenacidad, de persistencia, de resistir la desazón, la tristeza y la agresión de la injusticia. De resistir la idea disciplinadora de que sólo se puede luchar por lo posible. A pesar del hambre que conocemos, del despojo.
¿Cuántas veces nos hacemos la pregunta sobre cómo queremos vivir? ¿Cómo queremos vivir con otres? ¿Acaso es posible vivir bien mientras el dolor arrecia, mientras se deja morir a unxs de hambre, a otres por falta de medicamentos? ¿Qué estamos dispuestos y dispuestas a resignar para que un fuego común nos entibie a todos, a todes? ¿Qué queremos recordar este domingo además de la memoria de la masacre? Todas nuestras pérdidas arden en estas preguntas y en tantas que faltan formular. También arde lo que conseguimos, lo que nos hizo sonreír o hacer sonreír a los vecinos, a las jubiladas con moratoria, a las fábricas recuperadas, a los niños que accedieron por primera vez al mar o a unx dentista. A veces vivir es habitar esas sonrisas. A veces es bailar toda la noche. Otras reconocer los besos disidentes que nos damos. Las huellas que se salen del camino. El tiempo que no alcanza pero se entrega en la tarea en común. ¿Cómo queremos vivir? Las preguntas necesitan ser abiertas, inventadas y reinventadas. No podemos conformarnos a resistir ni a defender. Tenemos que inventar. El tiempo es ahora. La cita es con la memoria que reclama este presente. Y con esas viejas, Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, que inventaron un camino para todes y que ahora nos reclaman. Nos vemos el 24 de marzo, en las calles y en las plazas.