“¿Quién anda por la vida cuidándose de que no la ataquen por militar en derechos humanos?”, es una de las cosas que todavía se pregunta la integrante de H.I.J.O.S. que hace 16 días sufrió un ataque que “nunca” imaginó que podía suceder: dos hombres ingresaron a su casa cuando regresó del trabajo y la golpearon, la amenazaron de muerte, la ataron de pies y manos, le taparon la boca y le vendaron los ojos, abusaron de ella y le dejaron en claro que todo aquello lo hacían por su compromiso político. “No vinimos a robarte, vinimos a matarte. A nosotros nos pagan para eso”, le dijeron. Antes de irse, pintaron en una de las paredes de su cuarto “VLLC”, sigla de “Viva la libertad, carajo”, la consigna que impuso Javier Milei. “Hoy, en plena democracia, un gobierno elegido por la gente habilita el ejercicio del terror y la crueldad desde todos los canales que tiene a disposición. Yo quiero que la Justicia identifique a los que me hicieron esto, pero también que dé con el aparato que hay detrás”, reclamó la joven, en diálogo con Página/12.
El ataque sucedió el 5 de marzo, fue denunciado ante la Policía y la Justicia el día 6 y difundido públicamente ayer por la red nacional de H.I.J.O.S, preservando la identidad de la víctima. “Este atentado contra la vida de nuestra compañera es un ataque político motivado por su militancia en derechos humanos y feminista”, denunció la agrupación. La noticia encendió todas las alarmas a pocos días de un nuevo aniversario del golpe de Estado de 1976, el primero en el marco de un gobierno nacional abiertamente negacionista de los crímenes de lesa humanidad a los que organismos de derechos humanos —como el que integra la joven atacada—, organizaciones políticas, gremiales y sociales dirán “Nunca más” este domingo 24 de marzo.
“Mi vida cambió muchísimo, está totalmente suspendida en el aire. Lograron eso, que también es terror e impunidad -reflexiona ahora la joven atacada-. ¿Qué pasa si ahora me escriben amenazándome? Yo no tengo red más que la de mi familia y mis compañeres, soy tan solo una trabajadora como el resto de les trabajadores de este país. No tengo nada que esconder, no manejo información de poder, no me hicieron esto más que por ser militante.”
A dos semanas del hecho, ella habló con este diario sobre el episodio, lo que vino después y lo que vendrá. Por pedido suyo no habrá referencias que permitan identificarla. Tampoco al lugar en que ocurrió el ataque, donde vivía hasta el 6 de marzo. Desde entonces se refugia en su familia, pero se vio obligada a distanciarse de su trabajo y sus espacios de militancia. Cerró sus redes sociales y no atiende el teléfono si no conoce muy bien a quien llama o escribe. ¿Volverá a su hogar? ¿Marchará el domingo? No puede responder.
El ataque
El 5 de marzo salió de su trabajo, se tomó un colectivo y llegó a su casa, en un edificio de departamentos. Abrió la puerta de entrada. “Todo parecía normal, puerta cerrada, cerradura sin forzar”, explica cuando Página/12 le preguntó si la cerradura estaba forzada. Ni bien puso “un pie adentro” -dice-, unas manos la sujetaron de atrás y le agarraron los brazos. Otras manos le agarraron la cara y le taparon la boca.
Eran dos hombres. “Cuarentones, grandotes, con fuerza, no eran pibitos”, describe. Lo primero que imaginó, mientras forcejeaba con ellos, fue que querían robarle. “Les dije que yo era una trabajadora, y que no tenía plata para darles. De hecho había cobrado y después de pagar las cuentas me quedaba casi nada de plata”. Pero ese no era su objetivo.
“Me empezaron a golpear y a amenazar”, cuenta. ¿Qué le dijeron? La joven recuerda exactamente lo que declaró ante la Policía: “No hables nunca más. Mirá lo que te pasa por hablar, sabemos que trabajas en los derechos humanos. Sabemos quién sos, no te te vinimos a robar nada, a mí me pagan por esto. Nosotros te vinimos a matar”. Tras cambiar de fuero, su denuncia espera avances en la Justicia federal. Aún no fue citada a declarar.
Ahí, entonces, le cayó la ficha y entró en shock porque “una no está esperando a que la vengan a secuestrar y a golpear y a amenazar por cuestiones políticas. Nadie está pensando que cosas así pueden pasar en un Estado que es supuestamente democrático”, advierte.
Los dos atacantes estaban armados. “Cuando me dijeron ‘no vinimos a robarte, vinimos a matarte’ lo primero que sentí es que efectivamente me iban a matar. Así que así termina todo para mí, pensé. En tres segundos voy a estar muerta y no me queria morir llorando, así que me guardé las lágrimas”, avanza el relato.
Pero luego, en un movimiento, logró verlos: los descubrió con las caras tapadas, con las capuchas de sus camperas. A uno de ellos le vio los jeans azul oscuro, achupinados, remera negra y campera bordó y azul. Cuando se dieron cuenta de que los estaba mirando, la golpearon en la boca, la tiraron al piso, la arrastraron hasta su cama. “No mirés, hija de puta, te voy a matar”, le dijo el que tenía enfrente.
Le ataron los pies con un alambre y las manos con una funda de sábana que rompieron. Con otro trozo de tela le anudaron la boca y con otro más le vendaron los ojos. La pusieron boca abajo sobre la cama. Uno de ellos se le subió encima y comenzó a manosearla, con las manos y con el arma. El otro le apuntaba en la cabeza. Mientras el abuso sucedía, las amenazas continuaban: “Esto te pasa por hablar, te vamos a matar”.
Todo habrá durado una hora, más o menos. En un momento “hablaron con alguien por teléfono", y se fueron, no sin una última amenaza: “Nunca digas que estuvimos acá. Más te vale que ni grites porque vamos a volver y te vamos a matar”. Cuando ella escuchó silencio, comenzó a intentar desatarse las manos. Lo logró, se sacó la venda, corrió hacia la puerta, pero estaba cerrada y no encontró las llaves. No las encontraría más. Empezó a gritar. Los vecinos que la escucharon llamaron a la Policía. Los Bomberos debieron romper la puerta. Horas después, con la denuncia ya realizada, y con la Policía Científica tomando pruebas en el lugar, encontró el mensaje que le habían dejado en la pared de su cuarto: “VLLC”, el eslogan del partido de gobierno, La Libertad Avanza, y las siglas con las que el Presidente firma sus mensajes. También la palabra “ñoqui”.
El después
De la casa de la joven atacada sólo faltó una “carpeta que contiene información sobre los encuentros nacionales de H.I.J.O.S., conclusiones que sacamos en esos encuentros”, que ella tenía al lado de su cama. “En ese departamento había cosas de valor, cámara de fotos, computadora, televisores. Nada se llevaron, más que la carpeta de H.I.J.O.S., además de romper muebles, puertas, cajones, y revolverlo todo”, especifica.
En el comunicado que comenzó a circular ayer a la mañana a través de la Red nacional de H.I.J.O.S., la agrupación exigió “el inmediato esclarecimiento del hecho por parte del Poder Judicial”. La joven militante también exige “que se investigue”, pero “no solo a las personas que cometieron este acto”. “Quiero saber quién está detrás. Hay alguien que lo ideó, alguien que lo respaldó desde lo logístico y alguien que lo está habilitando”, señala. Tras el episodio, vecines del edificio le contaron que días antes "unos hombres les consultaron por mí, preguntaron si vivía ahí, me describieron. Les dijeron que me estaban buscando para hablar conmigo”, cuenta.
La lectura del episodio, entonces, es política: “Este es un mensaje a la agrupación y a todo el movimiento de derechos humanos”, interpretó Agustín Cetrángolo, referente de la regional porteña de H.I.J.O.S. El ataque -advirtió- “es una intimidación para todos, los atacantes no tuvieron ni mencionaron ninguna situación personal como motivo del ataque. Quieren infundir el miedo y se lo dijeron”.
Ella, que milita desde hace más de una década en H.I.J.O.S., opina igual: “Acá hay alguien que está pensando cómo generar dispositivos de terror para poder instalar un proyecto económico y político que sólo cierra con sangre. Y la sangre siempre la ponemos los mismos: nuestros viejos y viejas, nuestros hermanos que están aún apropiades”. Su padre es sobreviviente de la última dictadura; su abuelo fue preso político.
Asi como lo denunció la agrupación, la militante también considera que el ataque que sufrió está habilitado por “el discurso de este gobierno que es reivindicatorio de la dictadura, de los grupos de tareas, de los secuestros y las torturas y los mecanismos para infundir terror. Y también la instalación del goce de la crueldad. Esta gente goza de su propia crueldad. Lo vemos cuando celebran despidos y recortes, cuando cambian el nombre del Salón de las Mujeres en la Casa Rosada el propio 8 de marzo, cuando amenazan en las vísperas del 24 con indultos y spots negacionistas, cuando nos atacan abiertamente a la militancia de derechos humanos, feminista, por la diversidad. No es casual lo que me sucedió a mí, se tiene que entender en el contexto horrible que atravesamos todes”.