1) La experiencia Cambiemos es un fenómeno inédito que arribó para quedarse. Los datos son elocuentes. Construyó una tercera fuerza vigorosa al interior del sistema político, gobierna los dos distritos más importantes país y colocó por primera vez en la historia democrática del país a un Presidente cuya identidad no es ni radical ni peronista. Visto en perspectiva es la confluencia entre la base histórica de la UCR más núcleos de centroderecha que otrora buscaron canalizar sus valores e intereses a través del golpismo militar. Tiene una conducción clara, y astucias varias tanto para la gestión como para las campañas electorales.
2) Frente a esta circunstancia hay que evitar dos tentaciones básicas. Percibir el proceso como mera repetición contemporánea de antecedentes tomados como modelo, o analizarlo bajo el prisma de una rareza absoluta propia de alguna desgracia argentina.
3) En este sentido las equiparaciones más habituales no son precisas. Compararlo con Fernando De la Rúa no corresponde, pues a diferencia de una macroeconomía en crisis (agotamiento de la Convertibilidad mediante) que caracterizó a los inicios del 2000, Mauricio Macri recibió una situación relativamente sana y próspera, con bajo endeudamiento e inclusión social. Lo que le permite pilotear con cierta holgura su proyecto de restauración conservadora. Asociarlo con el revanchismo oligárquico del 55 no es aceptable, pues el voto que lo apuntala es heterogéneo y alberga legítimas reivindicaciones de sectores sociales disconformes con algunos rasgos de los 12 años y medio de gobiernos del kirchnerismo. Y, por último, bosquejar un parangón con el menemismo tampoco es aplicable, pues si bien hay nítidos parecidos de familia desde el punto de vista ideológico, la sociedad civil de estos días es sustancialmente diferente a aquella desvalida y anómica que dejó la hiperinflación. El kirchnerismo implantó una conciencia firme de derechos que no es tan sencillamente vulnerable. Cambiemos lo sabe y regula con sensatez su impronta regresiva.
4) En esta dirección, si bien es palpable que este gobierno simpatiza con el pensamiento neoliberal (apertura importadora, liberación de los flujos de capital, reforma laboral proempresarial, monetarismo dogmático del Banco Central), en otros aspectos ha demostrado la flexibilidad ideológica imprescindible para administrar con éxito a una sociedad que no toleraría sin más la aplicación irrestricta de ese ideario. Se han mantenido buena parte de las política sociales, se promovió la obra pública y los créditos para el consumo en tiempo electoral y no se privatizaron (aunque se las desfinancia) las empresas públicas.
5) Un grave error del kirchnerismo fue subestimar la envergadura política de Cambiemos, imaginándolo como un accidente de la historia provocado por un fugaz descuido colectivo. Toda su retórica entre rudimentaria y tremendista partió del supuesto de que el proceso en curso se afinca en bases endebles que lo conducen más pronto que tarde a un colapso social. La explicación dominante consistió en vincular su triunfo con los engaños en la campaña del 2015 y al rol de los medios de comunicación hegemónicos para disimular y ocultar los desaciertos de Cambiemos. Apenas en cuentagotas el Frente para la Victoria presentó a la comunidad una narrativa consistente acerca de su propia responsabilidad en la derrota electoral.
6) Ese diagnóstico sobre engaños y ocultamientos es atendible, pero subestima los fastidios que la sociedad había acumulado respecto del proyecto nacional y popular, y la habilidad del macrismo para suscitar una esperanza de renovación en la política argentina. Doce años y medio fueron sin dudas mucho tiempo para desplegar meritorias transformaciones, pero también para perseverar en errores y dejar ostensibles tareas pendientes. He ahí una ventaja para Cambiemos. Es más sencillo prometer bienestar cuando recién se llega que ofrecer realizaciones que debieron haberse plasmado antes.
7) Las esperanzas colectivas cuando logran instalarse mantienen vigencia durante un periodo que suele no ser corto ni previsible. Los opositores pronostican y/o desean una erosión inmediata que tiende a no verificarse. Cuando el agente de esa esperanza inicial se equivoca o incumple lo prometido conserva el crédito que le facilita su lozanía.
8) Frente a ese escenario, la oposición a este rumbo nocivo para el país debe ser enérgica pero hábil, enjundiosa pero respetuosa del voto popular. Pensar (o peor, calificar públicamente) a Mauricio Macri como gato, vago o burro o comparar al gobierno de Cambiemos con la dictadura nos confina al aislamiento de una minoría intensa. Ese dispositivo discursivo debe ser sin dudas revisado.
9) Cuando se produce un resultado electoral, el análisis debe detenerse siempre en las virtudes del que ganó y en los defectos del que perdió, pero nunca en los supuestos defectos del que votó. Observar al macrismo como la mera resurrección de añejas vetas reaccionarias de la cultura política argentina y a sus seguidores como un segmento anómalo de necios o masoquistas obnubilados por el grupo Clarín nos conduce indefectiblemente a un callejón sin salida. Hay que explorar la complejidad de ese voto, la parcial razonabilidad de su contenido y la manera de interpretarlo en clave de un proyecto alternativo nacional y popular.
10) Es imperioso abandonar el concepto según el cual "los sectores populares votaron en contra de sus intereses"; como si esos intereses fueran entidades trascendentales al flujo dinámico de la historia y los actores sociales sujetos preconstituidos sin capacidad alguna para advertir en cada momento cual opción interpreta más sabiamente sus aspiraciones. Por lo demás, la consolidación de una hegemonía o la "batalla cultural" no implica la cristalización imperturbable de una verdad social sino la oscilante circulación de certezas que dependen del talento de cada contrincante.
11) Es equivocada la inclinación a pensar que los orígenes de nuestro voto responden a fundamentos invariables, siendo el económico el más habitualmente invocado. Ciertamente esto no ha ocurrido el 22 de octubre, pues en ese terreno (como en tantos otros) el desempeño de Cambiemos es deplorable. A veces pesan más las expectativas que las concreciones, un conjunto de valores y no la materialidad de lo efectivamente puesto en práctica.
12) Los hechos, sabemos, se tramitan a través de interpretaciones. Durante este gobierno se contrajo la economía, se disparó la inflación, aumentaron la pobreza y el desempleo, empeoró la distribución del ingreso. Durante éstos últimos meses esos indicadores mejoraron como mero rebote estadístico respecto del desquicio del 2016. El discurso de Cambiemos (que hoy conserva mayor credibilidad) asoció su mal primer año a la herencia recibida y lo que viene ocurriendo al despegue de un tiempo venturoso. Allí prevalecieron.
13) No es exacto afirmar que el 60% de los ciudadanos votó en contra del ajuste y el 40% en su favor. El conglomerado opositor contiene desde Sergio Uñac hasta Néstor Pitrola por lo que obviamente carece de conducción y orientación unificada; y entre los que acompañaron a Cambiemos hay muchos que lo hicieron aún discrepando con sus peores iniciativas. El acto de votar siempre supone establecer prioridades, que por cierto no convalidan la totalidad de la oferta finalmente preferida.
14) El proyecto nacional y popular tuvo una fecha infausta. El 14 de junio de 2016 cuando aparecieron los bolsos de José López. Hecho de enorme impacto simbólico que además brindó credibilidad a la hasta entonces infructuosa satanización moral lanzada desde el antikirchnerismo más furioso. El factor corrupción fue fundamental en esta elección, lo que exige a futuro que los candidatos del kirchnerismo vivan en un dos ambientes, se desplacen en un auto usado y veraneen en la Bristol con la vianda y la sombrilla (casi sin exagerar).
15) Delatando el uso hipócrita y perverso que hace el macrismo del imaginario republicano, el sistema judicial se ha puesto mayoritariamente a su servicio, inventando causas absurdas, persiguiendo impunemente a opositores y buscando deteriorar a Cristina Fernández de Kirchner.
16) El rol de Cristina Fernández en la campaña fue conmovedor, afrontando con hidalguía una suma de adversidades, recorriendo el territorio, explorando alternativas y brindando en general con solvencia entrevistas de todo tipo. Sin embargo, es evidente que hoy tiene un techo que obliga a disponer de un plan B para el 2019.
17) Es correcto predicar la unidad del panperonismo, pero a sabiendas que parece inviable a corto plazo. Habrá dirigentes que pactarán (explícita o vergonzantemente) con el macrismo y otros que torpemente piensan que pueden ser competitivos excluyendo a Unidad Ciudadana. Es fundamental elaborar una agenda parlamentaria activa y un programa transformador de futuro que permita transparentar la trinchera ideológica de cada uno. Hay que reconstruir autocríticamente el proyecto nacional y popular y otear el escenario a principios del 2019 para definir eventuales alianzas y confluencias.
18) No hay de ningún modo que dar por perdida la elección presidencial del 2019. Este modelo es perjudicial para la nación, macroeconómicamente insustentable y socialmente excluyente. Argentina no es Finlandia; la realidad, siempre tumultuosa, está abierta. Hace falta inteligencia.