A fines de 1921, para celebrar al año siguiente el décimo aniversario de su fundación, la Federación Agraria Argentina (FAA) decidió producir una película que diera cuenta de la lucha común que emprendieron los pequeños productores agropecuarios de la época, mayoritariamente inmigrantes italianos, explotados por los grandes terratenientes y por los almacenes de ramos generales, que les arrebataban el fruto de sus cosechas. El resultado de esa iniciativa fue el largometraje En pos de la tierra. Episodio de la vida de un campesino, una producción íntegramente santafesina que a partir de ahora debe incorporarse al canon del cine social argentino y cuya versión recientemente hallada y restaurada tendrá su primera exhibición en el país este sábado a las 20 en el Malba, con entrada gratuita, dentro del ciclo Cine mudo + Música en vivo, que organiza Fernando Martín Peña.
Existían retazos dispersos de la película, que incluso circulan en pésima calidad en YouTube (alguno incluso se utilizó en el documental franco-argentino Aller simple, tres historias del Río de la Plata, de 1996), pero el trabajo del equipo conducido por la investigadora y archivista rosarina Sofía Elizalde permitió ubicar una copia completa en 35mm soporte nitrato, en buen estado de conservación general, que fue la que se digitalizó en calidad 4K y que ahora –después de su paso por el Festival Internacional de Cine Silente de México- se verá en Buenos Aires. No está demás destacar que este rescate de una obra de gran valor patrimonial fue posible gracias al apoyo de varias instituciones públicas, una de las cuales –el Fondo Nacional de las Artes, nada menos- hoy está acéfalo y desfinanciado por el gobierno del presidente Javier Milei.
En principio, En pos de la tierra nació como un film de propaganda institucional, pero visto hoy trasciende esa intención original y -a más de un siglo de su realización- su tema no ha perdido casi nada de su vigencia: la concentración en pocas manos de grandes extensiones de tierras y la expoliación que sufren los trabajadores rurales sigue siendo, lamentablemente, una realidad cotidiana. Dirigida y presumiblemente escrita también por el rosarino Antonio Defranza (1895-1962), la trama se concentra en José, un campesino italiano que, empujado por la pobreza, decide subirse a un barco y venir a probar suerte en suelo argentino, dejando atrás, con gran dolor, a su mujer y a sus hijos, a quienes luego espera poder enviarles dinero para que se reúnan con él.
A la manera del escaso cine argentino del período mudo que ha sobrevivido, como Juan sin ropa (1919, dirigida por George Benoît), un film cinematográficamente más avanzado y que probablemente sirvió de inspiración a la película de Defranza, el tema social está enmarcado dentro del modelo narrativo del melodrama. En un comienzo, la soledad y la pobreza consumen al pobre José, que sobrevive malamente con distintos conchabos –reparando los rieles del tranvía, fabricando ladrillos- mientras llora la ausencia de sus seres queridos. Pero finalmente su duro esfuerzo como peón rural le permitirá traer a su familia, deslumbrada primero por la generosidad de la tierra argentina, hasta que aparecen en escena los “bastardos y alcahuetes”, según los intertítulos del film, que no se andan con eufemismos. Son los propietarios que se quedan con lo mejor de su cosecha y los “rameros”, dueños de los almacenes de ramos generales, que le compran el resto del grano a precio vil, cuando no se escapan sin siquiera pagarle un peso.
Es allí cuando el conflicto individual de José se convierte en gesta colectiva, en tanto su caso está lejos de ser el único. Los humildes chacareros comienzan a reunirse y a organizarse en cooperativas, mientras acuden a la Federación Agraria Argentina, que los respalda con su incipiente pero ya muy activa organización, como queda expuesto en los tramos documentales de la película. Allí el director Defranza abandona a José para dar cuenta de la febril actividad de la organización, de la que el periódico La Tierra es un instrumento fundamental, que “fustiga a los parásitos” a través de los 15 mil ejemplares por hora que salen de su moderna rotativa.
Aunque curiosamente nunca alude en forma explícita al legendario “Grito de Alcorta”, la rebelión campesina que en agosto de 1912 dio nacimiento a la FAA, En pos de la tierra sí registra en cambio la masiva movilización chacarera del 26 de agosto de 1921 a Buenos Aires en procura de la sanción de una ley de arrendamientos rurales. De hecho, ese registro documental –que incluye una marcha por la Avenida de Mayo hacia el Congreso Nacional que hoy exasperaría al “protocolo” de la ministra de Seguridad Patricia Bullrich- fue el puntapié inicial de la película, que luego incorporó la trama ficcional del campesino italiano José, que se enamora de una vez y para siempre de la tierra argentina y que está dispuesto –como muchos de sus paisanos- a luchar para defenderla de los ataques de “latifundistas e intermediarios”. Argentinos de bien, diría la clase dirigente de hoy, respaldados como siempre por la policía, que recibía órdenes gubernamentales de “hacer respetar la libertad de trabajo” de los carneros.
Básica y primitiva en sus recursos formales, incluso en comparación con otro film mudo santafesino cuatro años anterior, El último malón (1918, de Alcides Greca), que sacaba mejor provecho de la cruza entre la ficción y el documental, En pos de la tierra sin embargo logra conmover por la sinceridad y veracidad de su relato, por algún apunte de humor ingenuo y por el retrato de esas gentes anónimas, humildes, por esos rostros que no se privan de mirar pícaramente a cámara mientras el piamontés Esteban Piacenza, presidente de la FAA de la época, los arengaba: “Compañeros, no se trata de cometer un delito; se trata de la defensa de nuestros más sagrados derechos”, sin olvidarse de las “mujeres heroicas de la chacra”.
Vistas panorámicas del puerto de Buenos Aires y del vértigo de automóviles y tranvías que marean a José a su llegada a la gran ciudad –que venía de celebrar el primer centenario de la Nación con unos fastos que dejaron afuera a gran parte de la población- también son parte esencial de una película que ahora vuelve a integrar el patrimonio de la historia del cine argentino.