6 - DESCANSAR EN PAZ
(Argentina/2024)
Dirección: Sebastián Borensztein
Guion: Marcos Osorio Vidal y Sebastián Borensztein
Duración: 105 minutos
Intérpretes: Joaquín Furriel, Griselda Siciliani, Gabriel Goity, Lali González y Santiago Zapata
Estreno el jueves en salas y el miércoles 27 en Netflix
No hay película, serie, libro u obra de teatro que no requiera de un espectador o lector dispuesto a abrazar la suspensión de la incredulidad, es decir, a limar los bordes más filosos del sentido crítico para dejarse llevar por los vericuetos de la ficción que se construye ante sus ojos. Solo así podrá “creerse” lo que cuentan los escritores o los intérpretes sobre un escenario o un set de filmación. Flamante producción nacional de Netflix, plataforma donde desembarcará el miércoles que viene tras una semana de exhibición en un puñado de salas, Descansar en paz pone a prueba hasta qué punto es posible sostener esa suspensión. Lo hace mediante una larga cadena de giros de guion que suceden a intervalos cuya regularidad vuelve imposible no pensar que responden a una cuidadosa diagramación fruto del análisis de los tan mentados algoritmos. Tantos giros tiene, tan estrafalaria es la manera de enredar los hilos de la historia, que lo que en principio es risiblemente ridículo termina como algo ambiguo e incómodo.
Hablar sobre el último trabajo de Sebastián Borensztein (Un cuento chino, Kóblic, La odisea de los giles) entraña el problemón de caer en exceso en las revelaciones sobre el largo recorrido –físico, temporal, emocional, ético– de su protagonista. Se contará lo mínimo indispensable, como que se llama Sergio (interpretado por Joaquín Furriel) y tiene todo lo que en 1994, punto cero del relato, podría querer alguien como él: una esposa leal (Griselda Siciliani) como madre de sus dos hijos, un amplio departamento, dos autos y una casa en un country, entre otras delicias. Lo que no tiene es plata. Incluso peor: se endeudó hasta la médula para sostener gastos corrientes –“típico de estatista empobrecedor”, diría algún economista libertario – y hasta el fiestón de Bat Mitzvah de la hija mayor. Que promedie la década de 1990 explica buena parte de la situación, ya que Sergio tiene una fábrica insostenible con la competencia de productos importados, como él mismo reconoce. Le debe a sus empleados, a familiares, a amigos, al colegio, al banco y, lo más grave, a un prestamista (un Gabriel Goity con agregado capilar pero la hijaputez de siempre) que atiende en sus oficinas de Balvanera.
Hasta el barrio de las telas va Sergio con el dinero de la venta de la casa del country justo cuando el calendario marca el 18 de julio de 1994, fecha asociada desde entonces al Atentado a la AMIA. Allí comienza a espiralarse el asunto hasta mucho más allá de lo imaginable. Habrá largos saltos temporales, viajes, muertes inesperadas, duelos, culpas, muertes, reseteos amorosos y familiares en dos países, redes sociales y hasta un intento de redención que da pie a otra cosa. Lo interesante es cómo esa acumulación desenfrenada reconfigura los escenarios. El narrativo, desde ya, porque lo que es de una manera se pone patas para arriba en un pestañeo. Pero también el moral, ya que Sergio va dejando atrás la cordura y, con ella, el rol de pobre víctima de un usurero. Este último, a su vez, termina siendo poco menos que un tipazo que trabaja de garca. Descansar en paz, entonces, como una película sin “buenos” ni “malos”. O, por qué no, una donde unos y otros conviven en una misma persona, aunque cambie de nombre.