Un mito familiar suele desembocar en un relato endogámico, una narrativa neurótica, más cercana a la reflexión y alejada de la acción; este no es el caso. “Estaba la leyenda en mi familia: decía que el tío de mi padre fue miembro de los Peaky Blinders. Mi padre siempre me hablaba de esta gente muy bien vestida, que tenía mucha plata y poder. Mi madre era prestamista y corredora de apuestas” dijo el creador de la serie que lleva el mítico nombre de Peaky Blinders, Steven Knight, guionista de la magnífica Promesas del Este y uno de los tres creadores del show de preguntas y respuestas ¿Quién quiere ser millonario? Peaky Blinders va por su cuarta temporada, y tiene fans declarados como Dennis Lehane (guionista y escritor de The Wire y Río Místico, entre otras bombas), Michael Mann, David Bowie la amaba (iba a participar de la serie con una canción que nunca llegó a concretarse) e incluso Snoop Dog. “Es increíble que, cuando empecé a investigar sobre las pandillas y el crimen organizado de fines del siglo XIX y las dos primeras décadas del siglo XX, hubiera tan poco material. Es como si nos hubiéramos olvidado de esa historia, o quisiéramos borrarla”.
Producida por la BBC, Peaky Blinders comenzaba su primera temporada, allá por el 2013, con sortilegio chino: un polvo rojo en el hocico de un hermoso caballo de carreras. Thomas Shelby (interpretado por Cillian Murphy, el irlandés de ojos azules como el acero) es un corredor de apuestas ilegales del hipódromo y cabeza de la familia mafiosa Shelby. El contexto: Birminghan, Inglaterra, 1919. Shelby, como su hermano mayor, y sus compañeros de infancia, pelearon en las trincheras de la primera guerra mundial, en Francia. Y Shelby, como varios jóvenes ingleses de la primera parte del siglo XX, volvió a casa traumatizado, roto, con imágenes de muerte y destrucción impresas en la retina que calma con largas y profundas estadías en el país del opio. Hombres partidos por la experiencia bélica, sin contención social: volvían a las calles del mismo modo en el que se habían ido: sin nada.
La vuelta al clan familiar, la burbuja económica de entreguerras y el clima filo fascista que se respiraba en las calles de Londres en el primer tramo del siglo anterior, retratados por varios escritores como Julian MacLaren-Ross y Muriel Spark, construyen el marco que utiliza Steven Knight para narrar el ascenso de Shelby y sus ansias de poder total, con sus negociaciones entre clanes de otras familias. Como en Pandillas de Nueva York de Martin Scorsese, o más acá en la historia, como Boardwalk Empire, serie con la que ha sido comparada en varias ocasiones, y que Knight asegura, un poco de mal modo, no haber visto por temor a una contaminación creativa, los clanes de las colectividades, los inmigrantes sin amparo legal y las familias que se encuentran con un territorio hostil, pelean por repartirse territorios, sobreprecios, bares y protecciones. “Seguimos creyendo que la Historia avanza de un modo lineal pero no es así. Miramos hacia atrás y creemos que la historia nos enseña cómo gradualmente nos volvimos cada vez más permisivos, más comprensivos sobre nosotros mismos y nuestra naturaleza humana. Lo cierto es que en los años 20 había más libertinaje y más hedonismo que en los 60” dijo Knight en The Guardian.
En estas tres temporadas pasearon todo tipo de actores y personajes. Murphy, Sam Neill como un jefe de la policía honesto y patotero que no peleó en la guerra y es tildado de cobarde, Helen McCrory en la piel de Polly Shelby (Aunt Shelby) verdadera cabeza del clan, y el ya enorme Tom Hardy como Alfie Solomons, un judío facho que negocia de igual a igual con Thomas Shelby. Se espera la participación de Adrien Brody para la nueva temporada en alguna posible conexión con Estados Unidos. Detalle aparte: la banda de sonido es una exquisitez. Desde el tema inicial, “Red Right Hand” de Nick Cave, hasta anacronismos y licencias musicales (que se agradecen) como PJ Harvey o Jack White and Co.
Sin embargo, más allá del refinamiento musical, el vestuario muy a tono con la época, y los altos grados de estilización visual con sus secuencias de pelea filmadas en cámara lenta, no deja de haber fanáticos marcando similitudes y diferencias entre la historia real y la serie. Thomas Shelby existió, aunque, según los perfeccionistas, no operó en 1920 sino en 1890. Se llamaba “peaky blinders” a las pandillas de chicos y mafiosos que desde fines del siglo XIX asaltaban a la gente, robaban negocios y corrían apuestas ilegales, también conocidos como “sloggers” (Anthony Burgess los usó como referencia en La Naranja Mecánica). Con los años, esas pandillas fueron perfeccionando su técnica (hicieron política interna), generaron códigos similares a las mafias italianas y fueron organizando sus actividades, nucleados alrededor de mujeres (sus tías y madres): al no ir a la guerra, fueron ellas las que quedaron en el barrio y mantuvieron el negocio familiar, las apuestas y la seguridad de los bares y de las familias. Como si se trataran de punteros políticos de este siglo, los “peaky blinders” se daban sus lujos: gastaban plata en ropa (vestían impecable) y se hacían llamar de ese modo por las hojitas de afeitar que enhebraban en la parte interior de sus boinas y que, en alguna pelea callejera o amenaza, lanzaban a los ojos de sus oponentes para cegarlos de una tajada (“blind” es cegar).
La serie refleja otro marco social importante para la historia Inglaterra (y del mundo): las primeras revueltas obreras, las agrupaciones sindicales guiadas por los pocos lectores del El 18 Brumario de Luis Bonaparte de Marx, que, envalentonados por la reciente revolución bolchevique en Rusia, agitaban obreros en las puertas de las fábricas y se daban a la fuga. En esa caldera donde se mezclan mafiosos de guante oscuro, agitadores comunistas, anarquistas furiosos, las primeras agrupaciones sindicales, los movimientos obreros, separatistas irlandeses (es el comienzo del IRA), surge un nuevo tipo de organización social y una nueva manera de entender la ley a espaldas de la monarquía estatal. “La narrativa inglesa, salvo Charles Dickens, no tiene una gran tradición de novela social” señala Knight “y todavía se discute el uso de la lengua, si es baja o alta, si es slang o no. Pero hay cosas que siguen estando ahí, que son parte de la cultura inglesa: si hubiéramos filmado esta serie en Londres hubiera sido muy irreal. En cambio, en Birmingham todavía vive gente de esa época, y esa herencia es parte de su día a día, como lo era para mi o para mis padres; es su Lejano Oeste. Todavía hay mucha locura y armas en las calles, un montón de cosas que suceden por fuera del radar y que un londinense apenas sabe que existen. Eso también forma parte de nuestra historia”.