​Ayer nomás, cuando no existían torres de droga y soja, el rascacielos más alto contaba con veinte pisos, bibliotecas populares, bares, clubes, como faros culturales, iluminaban los barrios de vecinos acostumbrados a esperar las noches de verano sentados en las veredas, mi ciudad era un laberinto de tapiales. Sordos y mudos muros escondían vías muertas, estaciones en ruinas y oxidados galpones, sólidos biombos de material impedían observar el río enrejado de García Lorca. 

Las paredes sin dueño eran mi juego preferido, no podía evitar treparlas, caminar por las alturas cual trapecista de circo, dominando un equilibrio previamente practicado sobre los cordones adoquinados de las veredas echesortuinas. Para disfrutar del Paraná había que viajar hasta la Florida, subir al monumento o cruzarse a la fluvial. 

Los pescadores nocturnos, portadores de un permiso especial para pescar en la zona portuaria, era gente elegida, testigos privilegiados del rumor de las aguas en su danza secreta con la luna llena. Por suerte, nadie puede vivir eternamente de espaldas a la maravilla, en un nuevo amanecer voltearon las paredes y el horizonte se pintó de marrón y verdes. 

Si el tiempo es río y de tiempo somos, entonces me encuentro cerca de mi estuario, sobre islas de un delta de imágenes proyectadas por mi memoria. Los días cayeron sobre mi alma como gotas de agua horadando la piedra, se llevaron lentamente mi niñez, mi adolescencia, mi juventud, mis amigos y mis amores. 

Hoy carezco de sentidas charlas en mesas sin manteles, con menús de palabras horneadas en el pecho, me falta la compañera con quién contemplar estrellas en silencio, sin ecos de reproches ni reuma de rutina, hoy sólo lo tengo a Tartu, mi último perro, al que no enterraré, el que me sobrevivirá. Me sigue más que mi propia sombra, no desaparece en la oscuridad de mi dormitorio, sólo se enrosca y duerme a mis pies.

Nunca le enseñé nada de todo lo que hace, lo aprendió solito, sus defectos no alcanzo a verlos, a los amigos se los acepta tal como son, aunque debo confesar que padece una debilidad que nos hermana, trepa tapiales como un gato. Lo bauticé con ese nombre en homenaje a Tarturi, la orquesta típica que adoraba Elena. Yo lo prefería a D'Arienzo pero ella decía que no bailaba rock. 

Si bien siempre fui de madera para cualquier coreografía, mi compañera se las arreglaba conmigo en la pista como una surfista manipulando su tabla sobre la arena caliente. A pesar de todo, nunca cambió de pareja, todavía no pude ni quiero olvidarla, ya no bailo, sólo silbo milongas por los atardeceres. 

Las caminatas matinales con el Tartu son sagradas, mi socio vaga ligero delante mío, subiendo y bajando todo obstáculo que se le cruza, de a ratos detiene su marcha y espera que me acerque un poco. El paseo por la Costanera siempre lo hacemos río arriba, como remando contra la muerte, como volviendo a la salida. 

Durante la excursión intento dejar de pensar, procuro escuchar mis pasos, sentir mis latidos, en ocasiones el viento reaviva cenizas de antiguos fogatas que supuse extinguidas. Esta mañana marché durante varios minutos por la banquina de la hidrovía privatizada, a la par de un barco de ultramar en búsqueda de un puerto en dónde cargar alimentos, la repetida postal me despertó el recuerdo de un profesor de Historia de la secundaria. 

Pude ver una nítida imagen frente a mí, sus cabellos largos y blancos, los rasgos duros de un rostro con mirada buena, mas no logré recordar su apellido, los nombres propios son registros que se oxidan con los años, aprendí en no esforzarme para recordarlos, ellos vuelven a mi memoria cuando quieren, de repente y a destiempo. Hoy valoro mucho más la tarea de aquél hombre, su pasión por enseñar una materia que a la mayoría no les interesaba, su esfuerzo constante en enseñarnos a pensar, su negativa a repetir sin sentido pequeños resúmenes de manuales historicistas, un rosario de hechos y fechas sobre un pasado aparentemente desconectados del presente. 

Una tarde nos propuso un juego, a la cuenta de tres, debíamos levantar un sólo objeto elegido entre nuestras pertenencias, teníamos que hacerlo sin pensar, escogerlo por impulso. Lo expuesto fue muy variado, libros, estampitas, encendedores, perfumes, crucifijos, lapiceras, fueron algunos de los bienes exhibidos. 

Por mi parte levanté la llave de la puerta de entrada de mi casa. En mi elección se basó el docente para, mediante preguntas y respuestas grupales, arribar jugando a viejas ideas olvidadas de los próceres de mayo. La primera conclusión a la que arribamos fue que todos vivíamos en una casa con puerta y éramos portadores de distintas llaves para cada cerradura. Si el vecino, dueño de la propiedad más cara de la zona, inmueble protegido con doble traba, candados y alambres de púa, nos aconsejaba colgar cortinas para cubrir aberturas de ingreso a nuestras viviendas, hasta el ciudadano más ingenuo sospecharía de dicho asesoramiento, tan distante al propio accionar del consejero. 

En un clima participativo pocas veces logrado en su cátedra, resultó consensuada una palabra entre todos los presentes que reflejó una cualidad común del objeto seleccionado, término que el docente escribió con mayúsculas imprenta en el pizarrón, “PROTECCIÓN”. 

Posteriormente, el maestro se encargó de darle una connotación histórica a la acción de resguardar un territorio, se explayó sobre el proteccionismo, la libre navegación de los ríos y la puerta de entrada a nuestro país que fue, es y será el Río de la Plata. 

Dicen que los ignorantes no tienen la culpa de sus errores, pero los necios sí. ¿Cuánto habrá de olvido y cuánto de culpa en todos los adultos mayores que vivimos tantas veces la misma historia? Cuando mi perro ladra es porque desea volver. 

Esta vez llegamos hasta el puente que cruza a Victoria, para regresar, subimos la barranca y fuimos cortando camino a través de plazas, calles y bulevares. Tengo entendido que los canes jadean mucho porque sudan muy poco, en este caso yo transpiro por los dos. Fiel a nuestra costumbre, nos sentamos a descansar en el patio a la sombra del ciruelo, previa hidratación con agua del mismo río marrón.

 

 

Nota al pie: Forlán se llamaba…Carlos David Forlán.

 

 

[email protected]