Durante los sábados en la Argentina de 1979, todos los hombres de la fiesta querían ser John Travolta: ostentaban camperas de terciopelo y pantalones Oxford que acompañaban con gafas de sol y collares. Las mujeres lucían vestidos brillosos con lentejuelas y, entre risas y contoneos, intentaban acercarse al look de Donna Summer. El ruido de los brindis llenaba el aire y hacía que el tiempo pareciera detenerse, al menos, por unas horas.
La juventud estaba anestesiada por la música disco. Night Fever de los Bee Gees tapaba el ruido de las balas y las sirenas: afuera, un gobierno militar ya consolidado dominaba la calle en la época más sangrienta de la historia argentina, marcada a fuego por la violencia sistemática, el terrorismo de Estado y la persecución y censura a la cultura argentina.
El rock de los 70
Hasta ese entonces, gran parte de la juventud de nuestro país centraba su identidad en las bases del rock y el folklore. Con su colección de vinilos desparramados en el piso de la habitación, se sumergían en una atmósfera de intimidad para escuchar los melotrones y sintetizadores de Charly García en La Máquina de Hacer Pájaros, la prosa rebelde de Mercedes Sosa o al visionario Luis Alberto Spinetta en Invisible.
Quienes no contaban con la posibilidad de tener un vinilo, sintonizaban su música por la radio. Fue por este medio, el 24 de marzo de 1976, que un locutor interrumpió La Balsa de Litto Nebbia para anunciar que la Junta Militar –conformada por el teniente general Jorge Rafael Videla, el almirante Emilio Eduardo Massera y el brigadier general Orlando Ramón Agosti– derrocaba a la entonces presidenta María Estela Martínez de Perón.
En una entrevista con Página|12, el historiador Sergio Pujol asegura que, en sus principios, “el rock no se presentaba como una forma de protesta contra el Estado”. A pesar de eso, muchos álbumes de rock comenzaron a tener difusión restringida –o directamente prohibida– y algunos artistas debieron callar a sus musas para sobrevivir.
Operación Claridad
En 1976, la dictadura comenzó con una clara persecución a un sector de la cultura de nuestro país. Consideraban que ciertos músicos, poetas y escritores transmitían –de forma directa o subliminal– “mensajes subversivos que afectaban a la moral, a la iglesia y a la familia”.
Para llevar a cabo de forma ordenada y estratégica esta “depuración ideológica”, los militares pusieron en acción la “Operación Claridad”. Liderado por el coronel Agustín Valladares, este plan recopiló información de los consumos culturales de la juventud a través de la vigilancia y el espionaje en recitales, disquerías, escuelas y universidades. Esto devino en la quema de libros y en la censura y prohibición de incontables personalidades del ambiente cultural, artístico, educativo y periodístico.
Según Sergio Pujol, "La Junta Militar censuraba parte de la cultura para 'expurgar de contenidos políticos e inmorales' los repertorios de las canciones populares''. El rock exploraba sus manifestaciones en el cambio y, para Jorge Rafael Videla, iba en contra de “los valores positivos y esenciales” que la dictadura prometía inculcar en la juventud de una Argentina oscura.
En su libro “Rock y Dictadura: crónica de una generación” (Booket), el historiador relata que “en el imaginario de buena parte de la sociedad argentina, el rock traía cabello largo, y el cabello largo traía droga, y la droga traía amor libre, y del amor libre a la disolución de la institución familiar había un solo paso”. Así, artistas y público rockero estaban en alerta, frente a una junta militar que tiempo después encontraría –de forma inesperada– un aliado musical en esta batalla que, en palabras del almirante Massera, se daba “en el alma del hombre”.
Los afiebrados robots del sábado por la noche
El 20 de julio de 1978, el tan esperado estreno de "Fiebre de Sábado por la Noche" sacudió las pantallas de cine de todo el país. Dirigida por John Badham y protagonizada por el carismático John Travolta, la película cuenta la historia de Tony Manero, un joven que busca escapar de su vida cotidiana a través del baile en las calles de Nueva York. La banda sonora de la película, con canciones de los Bee Gees como “More Than a Woman”, “Night Fever” o “Stayin Alive”, contribuyó en gran medida a su éxito. La era dorada de la música disco en Estados Unidos arribaba a la Argentina y abría un nuevo abanico de posibilidades para las noches de diversión.
La fiesta disco se desplegaba como una efervescencia de luces y sonidos. Las bolas de espejos giraban sin cesar y sus destellos cortaban el aire con un resplandor futurista. En muy poco tiempo, John Travolta se convirtió en un ídolo juvenil y en el enemigo de la movida del rock en Argentina.
En septiembre de 1978, la revista Expreso Imaginario –irreverente, contra la corriente y despojada de modas– le declaró la guerra al género disco. En su tapa aparecería una imagen de John Travolta con un tomate estallado en su frente: "Fiebre del sábado a la noche: contagiosa temperatura de entorpecimiento cerebral balanceándose al ritmo del consumo moderno", escribió el poeta, compositor y periodista Pipo Lernoud en la nota central de aquella entrega titulada “Los afiebrados robots del sábado por la noche”.
“La música disco era bailar despreocupadamente y juntarse con amigos para hablar de cosas divertidas. En plena dictadura esto iba en contra del pensamiento de todos los que veníamos del rock y queríamos hacer un mundo más justo y pacífico", asegura Pipo a Página|12. La dictadura comenzó a subir el volumen de parlantes que vibraban al ritmo de Kool and the Gang, Gloria Gaynor o Abba para tapar las disidencias, los cuestionamientos al régimen y el llanto de las madres de desaparecidos. Buscaban una música que se baile y no se cante, que se disfrute un sábado a la noche y no genere cuestionamientos. En definitiva, una música muda de contenido.
Un nuevo “ser joven” argentino
Pipo Lernoud formaba parte del sector de la juventud que se encontraba en la vereda de enfrente del boom del disco en nuestro país: “Los militares usaban esa música para construir un nuevo 'ser joven', despreocupado y que solo busque la diversión. Nosotros lo vimos como un avance superficial, que con el tiempo se convirtió en un gran aparato comercial”, reflexiona.
En diálogo con Página|12, Pipo cuenta que fue cuestión de tiempo para que parte del ámbito rockero se diera cuenta de que “el mensaje de la película era totalmente diferente al que se creía. Eran jóvenes marginados que tenían al baile como forma de vida”. Sin embargo, “inculcar eso en la juventud argentina, en un momento donde soportaba dictadura, era escapar un poco de todo”, justifica.
Por un lado, el oscuro aparato represivo de la dictadura censuró a gran parte de la música popular argentina. Por el otro, inundó el mercado con una música foránea que invitaba al frenesí y desconectaba las mentes críticas y reflexivas. Por eso, al día de hoy no suena tan desacertada la reflexión final de Pipo en aquella nota de Expreso Imaginario: "El mundo se acaba, señores, olviden todo y mírenlo bailar bajo las luces".