El capitalismo, en su fase actual, muestra su rostro más despiadado: el crecimiento demográfico, los patrones de consumo y los modelos productivos exprimen al máximo la salud del ambiente y de los pueblos. Las solidaridades sociales se muestran más erosionadas que nunca y, en paralelo, la ciencia y la tecnología traspasan todas las fronteras de lo posible, a partir de avances en Inteligencia Artificial, robótica y tecnovigilancia. Como se suele postular, el conocimiento acumulado puede utilizarse para el bien o para el mal; por este motivo, no es descabellado pensar en conflictos bélicos renovados: las guerras de trincheras y los ejércitos masivos dan paso a nuevos modos tecnológicos y letales. Vehículos aéreos no tripulados de avanzada, drones más inteligentes y precisos, así como armas autónomas podrían protagonizar auténticas guerras electrónicas. Escenarios distópicos en que los hackers, eventualmente, estarían en condiciones de adquirir mayor relevancia.
De fondo: el cambio climático y el calentamiento global. Tormentas y sequías extremas dibujan un paisaje en que nuevas plagas se vuelven resistentes a los antibióticos. Así, en un panorama de recursos escasos y desigualdad marcada, bastaría con la escalada de cualquier conflicto menor para el despliegue de guerras que, hasta hace poco, solo pertenecían al campo de la imaginación. Los motivos sobran al momento de justificar las disputas entre potencias: energía, agua, vacunas y el dominio del espacio constituyen algunas de las excusas que podrían ponerse en juego. A continuación, apenas unas hipótesis que orientan hacia dónde podrían ir los bretes geopolíticos durante las próximas décadas.
Conflicto I: energía
A las disputas por el petróleo, la siguiente chispa que podría motorizar los próximos enfrentamientos entre potencias es el litio, un mineral presente en Argentina, Chile y Bolivia. A principios de 2023, la jefa del Comando Sur de Estados Unidos, Laura Richardson, advirtió que una de sus preocupaciones era la carrera por la obtención de este recurso en la región y su principal competidor es China.
Elon Musk, que como todo millonario con influencia en la arena pública realiza sus proyecciones sobre el devenir global, adelantó en la conferencia del Bosch Connected World que el próximo problema mundial estaría vinculado con la “falta de electricidad”. Básicamente, las ciudades modernas demandan una capacidad eléctrica que las redes actuales no pueden abastecer; así es como el sistema podría caer gracias a una infraestructura que no es apta para responder frente a tantos estímulos. “El crecimiento simultáneo de la movilidad eléctrica y de la IA está creando una demanda excesiva de generación de energía eléctrica”, pronunció el magnate sudafricano dueño --paradójicamente-- de Tesla, una de las principales compañías dedicadas al diseño de automóviles eléctricos.
Pero las predicciones de Musk no se despliegan en el vacío. De manera reciente, el impuso industrial de una potencia como Estados Unidos, precisamente, se relaciona con la Ley de los chips y la ciencia y la Ley de la reducción de la inflación. Mientras la primera prevé, entre otras cosas, 52 mil millones de dólares dedicados a empresas que instalen en suelo norteamericano fábricas de microprocesadores; la segunda subvenciona con más de 7500 dólares a cada comprador estadounidense de autos eléctricos. Rubros que demandan un gasto de energía mayor al realizado tan solo décadas atrás y que podrían despertar futuros conflictos que enfrenten a países por falta de energía y la apropiación de sus fuentes.
Conflicto II: agua
El problema del agua también se puso en evidencia de manera reciente. La crisis hídrica, de hecho, ya pone en jaque el presente y el futuro del planeta. A los inconvenientes que enfrentó Uruguay por la sequía que afectó al embalse Paso Severino en 2023 pueden sumarse otros conflictos como el de San Pablo en 2015 o Ciudad del Cabo en 2018. En concreto, desde hace décadas la demanda crece y la oferta se achica: según Naciones Unidas, 2.200 millones de personas carecen de acceso a servicios de agua potable. La mitad de la población mundial no tiene servicios de saneamiento gestionados de forma segura, lo que en muchos casos conduce a enfermedades diarreicas que afectan a los grupos más vulnerables.
De acuerdo a la UNESCO, 300 mil menores de cinco años fallecen cada año por esta causa. Se puede prever que el agua, al igual o más que el litio, será fuente de tensión geopolítica. Los países implicados podrían invadirse, desarrollar una carrera armamentística y entrar en guerra por el recurso. Así, un territorio como la Antártida podría convertirse en estratégico: un espacio que no pertenece a ningún Estado, y se define como territorio de paz y de ciencia.
Sin embargo, como es sabido, el uso pacífico de los territorios comunes también tiene sus límites.
Conflicto III: vacunas
Los virus podrían poner en jaque el equilibrio geopolítico. Ya se advirtió durante la última pandemia de coronavirus el modo en que los países desarrollados acapararon los recursos escasos (basta recordar que hubo naciones que compraron por adelantado la cantidad de vacunas necesarias para inmunizar varias veces a su ciudadanía), mientras que los instrumentos internacionales para que las tecnologías lleguen a los países más pobres no funcionaron. De hecho, según el sitio Our World in Data, África inoculó tan solo al 40 por ciento de su población.
Nada invita a pensar que, de haber una nueva pandemia, el planeta no tendrá un comportamiento similar al que ya mostró. Las naciones más poderosas del mundo son las que destinan mayor dinero al desarrollo científico. No fue casualidad que Reino Unido, Estados Unidos, China y Rusia hayan sido los primeros territorios en fabricar sus propias vacunas.
¿Cómo superar una crisis sanitaria en el futuro si los países, lejos de comportarse de manera colectiva, actúan por su cuenta? Si en las pandemias de las próximas décadas algunos tienen la solución y otros no: ¿de qué forma las naciones podrán asegurar sus fronteras en tanto la vida de millones vuelva a depender de un pinchazo que ofrezca inmunidad?
Conflicto IV: espacio
A diferencia del siglo pasado en que la carrera espacial solo estaba dominada por Estados Unidos y la Unión Soviética, en el presente hay otras naciones que hacen lo propio y observan con buenos ojos la chance de conquistar territorios no explorados. Además de China que se había sumado al podio previamente, en agosto pasado India colocó su primera misión no tripulada en la Luna. Israel y Japón también realizaron sus intentos y cada vez están más cerca. Desde la NASA sueñan con que el satélite natural funcione como una estación de servicio desde donde los astronautas puedan tomar un respiro, cargar combustible y luego retomar viaje hacia otros planetas como Marte. De hecho, la misión Artemisa va en esa línea.
En 2023, Bill Nelson, el titular de la agencia espacial estadounidense, estuvo en Argentina y cuestionó el secretismo chino en sus misiones espaciales: “Consideramos que lo que hace está muy bien, aunque es extremadamente secreto. Cuando pusieron sus tres elementos de su estación espacial, ellos no reservaron combustible en la nave espacial para un reingreso controlado y no nos contaron hacia dónde se dirigían. No sabíamos hacia dónde se precipitaban”.
¿Cuánto tardarán las potencias en militarizar el cosmos si la ciencia comienza a encontrar recursos valiosos en las diferentes geografías planetarias? No es ilusorio pensar que el conflicto entre las potencias continúe también en medio de estrellas y asteroides.
Conflicto V: ciencia
Gracias a las posibilidades que en el presente habilitan la Inteligencia Artificial, el aprendizaje automático y la robótica, la convivencia con bots es cada vez más real. De hecho, entre la sorpresa y la fascinación, las rutinas cotidianas de la humanidad en este punto del siglo XXI están atravesadas por la presencia de máquinas. Peajes y conmutadores, pero también docentes, artistas, enfermeros y médicos que funcionan de manera automatizada y se comunican mediante pantallas. No son humanos, pero parecen.
En este contexto, se recicla y adquiere un sentido renovado ese interrogante que la ciencia se realiza a sí misma desde que es ciencia. ¿Qué sucedería, entonces, si esos avances también fueran aprovechados para el mal? Si los mismos robots que enseñan, ayudan a un enfermo y pintan cuadros impresionantes, también fueran utilizados como máquinas de matar.
Solo un puñado de años de desarrollo separan a la ficción de la ciencia, pero será necesario despabilarse. Por caso, ya están en camino los procesos de de-extinción de mamuts lanudos que habitaron el planeta hace 6 mil años. Un equipo de la Escuela de Medicina de la Universidad de Harvard planea volverlo real. ¿Y si en el futuro se pudiera correr aún más la frontera de lo posible y hacer lo propio con los dinosaurios? ¿Y si esos bichos de mayor porte terminan por convertirse en la principal amenaza?
Jurassic Park, pero también Star Wars, Mad Max, Terminator y otras ficciones ya no alcanzan para imaginar un futuro desbordado de ansiedad que se escribe en tiempo presente y además da miedo.