No son casos aislados, escándalos efímeros, perdidos en medio de una maraña de acontecimientos que pronto los sepultarán. Los debates que hace diez años resultaban impensables hoy, en cambio, generan revuelo y son aceptados como lo que son: cuestionamientos a algo que tradicionalmente ni siquiera se registraba. En lugar de ser un episodio único, la seguidilla de denuncias contra el (ya no) todopoderoso productor de Hollywood Harvey Weinstein desató un efecto dominó a nivel global, que en Argentina, de momento, tuvo su correlato con las denuncias contra el conductor y autodefinido “difusor espiritual” Ari Paluch, y en Europa llevó a las integrantes de la Eurocámara a plantea casos de la casa en el mismo recinto. Las ondas expansivas todavía crecen y ninguna enumeración es completa. “Somos contemporáneos de un cambio de época, un momento donde hay subjetividades que gracias a ese debate se empiezan a modificar”, advierte la investigadora del Conicet Mercedes Calzado, para quien, además, no es menor que parte del debate transcurra en televisión, radio, diarios, portales. “Los medios son parte de esas experiencias de socialización. Tal vez no instalan originalmente el tema, pero sí lo tratan y hay algo que se empieza a modificar cuando se cuestiona la validez de algo que suele pasar por experiencia cotidiana natural”, añade la especialista, a cargo de un proyecto de Conicet, Defensoría del Público y el Centro de estudios avanzados de la Universidad Nacional de Córdoba que analiza las transformaciones del noticiero televisivo.
La prueba de que está operando un cambio está al alcance de la mano, por excesivamente optimista que parezca. De hecho, la memoria social de varias generaciones está repleta de personajes, programas, películas y relatos que hoy serían imposibles. No, no imposibles: impensables.
–La industria cultural durante años planteó esa idea de las mujeres que juegan a ser objeto de deseo y de varones que con el roce físico o la palabra de más adquieren una actitud valorada por sus pares. Esa cosa de pícaro, del simpático que se pasa del límite se legitima históricamente en la industria cultural, pero es lo que está cambiando en los últimos años. Por ejemplo, el género picaresco de fines de los 70, los 80, el teatro de revista, los programas de Alberto Olmedo, tenían la clave de lo gracioso justamente en pasar el límite: el roce físico, la mano fuera de lugar, la mirada pícara al espectador. El cine en Argentina, especialmente durante la dictadura, estuvo construido en base a esos estereotipos de mujeres y varones, y hasta también entrados los 80, con la serie de películas de Los bañeros más locos del mundo, por ejemplo. Y es un género que por momentos vuelve, no es que desaparece. Por momentos vuelve como género natural.
–No solamente de ese tipo de géneros. Hay productos hoy masivos que antes eran más asociados a clase media ilustrada con derivas similares, como un sketch clásico de Les Luthiers, “Serenata mariachi”, que opera humorísticamente a partir de un femicidio.
–Y eso hoy sería imposible, impensable. Es más: ellos seguramente no lo harían. Pero es un momento social. En esos productos se naturalizan ambos estereotipos: el del varón construido sobre ese ir-sobre-la-mujer, y sobre esa mujer que gusta de ser el objeto de deseo porque sino no es mujer. De alguna manera, esto es lo que plantea (Elisabeth) Noelle-Neumann acerca de la espiral de silencio. Ella plantea una teoría según la cual las personas adaptan sus opiniones y sus prácticas a lo que es aceptable socialmente. Si vos opinás o decís algo que se corre de ese lugar, estás amenazado o amenazada de quedarte aislado de la media. Y de alguna manera, lo que viene sucediendo en los últimos años es que se va instalando un clima de opinión adverso a ese espiral de silencio. Hace diez años, hubiese sido muy difícil que una persona con un cargo jerárquicamente menor que el de un periodista, como el caso de la microfonista de Ari Paluch, saliera a jugar su trabajo de la manera en que lo hizo en este caso. Eso lo que está demostrando es que empieza a haber un clima de opinión diferente. Lo que parece que se instala muy de a poco es una tendencia que cristaliza esa posición pública de la denuncia, de decir “no me gusta que pase esto”, y es una posición pública que es legítima y que invalida estas prácticas.
–¿Se podría pensar que son indicadores de algún cambio de mentalidad?
–Lo que se manifiesta, creo, es un principio de cambio de mentalidad y una experiencia diferente respecto de lo que significa en este sentido el estereotipo de un varón y de una mujer. Me parece que esas mismas comedias picarescas de los 70 y 80 con las que crecimos, con las que varias generaciones crecieron, hoy ya no tienen lugar en los medios de la misma manera que hace algunos años. Al menos, lo que se empieza a ver es una disputa ante ese espiral de silencio donde no se podía decir que no te gustaba, que no estabas de acuerdo, que estabas viendo que ahí había un estereotipo inválido, a que, por otro lado, exista eso: un clima de opinión en el que se modifica el umbral de tolerancia. El manosanta de Olmedo hoy no estaría socialmente tan permitido en un espacio televisivo como hace algunos años. Pareciera que de a poco se va produciendo un cambio en los procesos de subjetivación y en la validez de lo que es ser un varón piola y una mujer deseable. Y en ese sentido, quizás, es que estamos siendo contemporáneos de una modificación en la que los umbrales de tolerancia de lo que está permitido y lo que no empiezan a cambiar.
–Eso se disputa en la escena pública.
–Sí, y en los medios se ve eso. La disputa ente quienes condenan que alguien se atreva a enfrentar el acoso, la estigmatización de la figura femenina o quienes transforman en victimarias a las mujeres que son víctimas y denuncian. Por otro lado, están quienes empiezan a instalar como intolerable este tipo de práctica. En los medios se ve esa disputa, pero es una disputa que hasta hace unos años no aparecía ahí. Quizás eran debates más de ámbitos intelectuales o de un entre amigas, o con mucha suerte, entre una madre y su hija, y más que debate, comentarios.
–Entendido como algo privado, no social.
–No como algo social sino como una molestia. Si tenías suerte, podías conversarlo en el ámbito privado, en la sobremesa de tu casa, y poder compartir ahí una experiencia que percibías como inválida. Por fuera de eso no era un tema. Y de ahí, al piropo, a la apoyada en el colectivo. Porque ahora sí son tema de debate público digo que somos contemporáneos de un cambio de época.
–La inclusión de estos debates en los medios valida perspectivas diferentes a las tradicionales.
–Al menos por el hecho de que aparezca el debate y que haya dos posturas contapuestas, sí. Al existir, aunque una sea menos válida que la otra, se empieza a modificar un poco esto de lo permitido y lo no permitido, de lo tolerable. Es interesante porque el cambio permea no solamente en clave femenina, sino también en la masculina, porque si se pone en debate una práctica masculina, ahí también empieza a estar en juego la misma subjetividad masculina. La mujer puede tener posibilidad de denunciar, y el varón también. Hace unos años, algunas prácticas convertían a un varón en piola, y si un compañero le decía algo, quedaba inhabilitado por decirlo; hoy es algo que se pone en juego.
–¿Hay posibilidad de backlash, de reacción que deshaga los cambios que empiezan a operar?
–Cuando hay indicios de que se instala un debate de estas características, es difícil volver atrás.
–¿Este proceso podría compararse con algún otro proceso histórico de cambio de mentalidades?
–Podría ser el derecho al voto, el derecho de las mujeres a trabajar, el derecho a la socialización de la mujer por fuera de la esfera privada, la socialización pública, por fuera del seno familiar. Hay algo que empieza a modificarse y en ese sentido es alentador, porque si lo que está cambiando de a poco es una matriz, esas subjetividades de a poco empiezan a tener otros elementos para configurarse, no necesariamente los dominantes.
–¿Qué tipo de elementos?
–Quizá durante un tiempo ese tipo de relación de poder a través de la práctica y la palabra masculinas sigan estando presentes, pero empieza a haber otros elementos en el debate para que haya modos de subjetivación distintos. Lo que pienso es que un niño, una niña que hoy empieza a tener un poco más de idea de lo que está pasando alrededor, están creciendo con estas discusiones, en medio de un clima de opinión que no es el mismo que el que había cuando en la televisión se emitía el sketch del manosanta. Hay algunos elementos que hacen que hoy ese estereotipo de mujer y ese de varón se empiecen a reconstruir y a construir con algunos otros elementos diferentes. O al menos en el medio de una disputa. Son debatidos. En cualquier caso, es alentador. Mis hijos no van a crecer en ese mismo clima de opinión y con esa industria cultural que crecimos nosotros. Al menos hay voces disruptivas que plantean algo distinto, dicen que no está bien, no es permitido, no sos canchero si tocás un culo. Creo que lo que se está construyendo es un debate actual de cara al futuro, de cara a la manera en que las experiencias y prácticas que vienen estén dadas por otra configuración, por otra manera de ser, de hacer y de decir lo que se hace.