“24 de marzo: las calles amanecen con el siluetazo”. La frase aplica tanto para el 24 de marzo de 1983 como para este domingo. El Siluetazo fue una performance que nació con un régimen militar en retirada, en el marco de la Tercera Marcha de la Resistencia, cuando por iniciativa de tres artistas (Rodolfo Aguerreberry, Julio Flores y Guillermo Kexe en alianza con las Madres y las Abuelas), creatividad y política se articularon -explícitamente- para expresar la demanda de aparición con vida de los 30 mil.
En distintas ciudades y pueblos del país, según relata Adriana Taboada, una de las impulsoras del Siluetazo, se marchó con las figuras. “Cada espacio social, cultural, asamblea vecinal, organización gremial sumó la producción de siluetas a sus propias actividades. La idea era pegarlas en las fábricas, clubes y escuelas en donde trabajaron y militaron los desaparecidos. El siluetazo histórico de 1983 tenía que ver con que las ciudades amanecieron con las pintadas de las figuras en espacios públicos,“pero nuestra propuesta este año es que cada grupo que quisiera sumarse lo hiciera a su modo”, dice Taboada.
De hecho desde Historias Desobedientes (agrupación conformada por hijos de represores) hicieron un siluetazo virtual. La CTA Autónoma, por su parte, tomó el Siluetazo como actividad propia, como parte de su Congreso Ordinario. Las figuras en general se pegan el 23 de marzo por la tarde-noche para que las calles despierten el 24 con los nombres de los desaparecidos. Pero en el caso de algunas facultades de la UBA, como Sociales, que este año también incorporaron esta acción, los diseños se pegaron el viernes 22, último día hábil antes del 24.
Siluetazo, tradición norteña
Uno de los lugares del país en el que el Siluetazo tomó una magnitud muy grande fue San Fernando. Se trata de una práctica política que en Zona Norte es todo un fenómeno: quizás una de las más concurridas relacionadas con Derechos Humanos, una tradición artística y militante de conmemoración.
“Desde hace 30 años compañeros de San Fernando de manera ininterrumpida, cada año construyen siluetas en los espacios públicos, actos, instituciones de Vicente López, San Isidro, San Fernando y Tigre”, cuentan desde la Comisión Memoria Verdad y Justicia de Zona Norte.
“Lo más conmovedor es que cada año más jóvenes se acercan. A los de mi generación nos hace contrastar mucho esto que hoy vemos, que no tiene nada que ver con aquellas épocas en las que éramos 15 pegando las figuras con engrudo a escondidas. Todo silenciosamente y medio en solitario. Nos reconocíamos por el tipo de letra de la pintada”, recuerda para Página12 el referente social y sobreviviente de la zona Anselmo Gallo, desde la plaza principal del municipio, el sábado a la noche durante un acto previo a la pegatina, que incluyó murga, poesía, discursos, guitarras y canto colectivo, para unas 200 personas.
Desde las 21 horas distintas caravanas salieron desde la Plaza Mitre para desembocar en algunos puntos claves de San Fernando. En la confección de las siluetas trabajaron en talleres de artistas visuales de la zona durante el verano para tenerlas listas para la noche del 23.
Las formas de representar a los desaparecidos dan cuenta de una evolución del tipo de conversación pública sobre el tema. Nombrarlos, dejarlos en forma de huella en las paredes de la ciudad, del conurbano y de todo el país, es una necesidad y una respuesta que se escuchó con fuerza en momentos en los que el Gobierno provoca escogiendo esta fecha para la difusión de un spot negacionista y minimiza la denuncia que H.I.J.O.S. dio a conocer sobre el ataque a una de sus militantes.
Del blanco y negro al color
Cuando hace 30 años en San Fernando empezaron a hacer el Siluetazo, las figuras eran oscuras (una figura negra sobre un fondo blanco). Luego fueron apareciendo elementos identitarios, colores, palabras. “Fueron apareciendo el nombre, apellido, fecha de desaparición y la de nacimiento”, relata Daniela Urquiza, vecina de la zona. Se empezaron a consignar sobre las figuras signos, caracterizaciones: un barrio, una filiación partidaria o la pertenencia a algún espacio de militancia. “Cuando empezamos a la filiación no la incluíamos porque quedaban resabios de los servicios, entonces tendíamos a no dar información. Además el discurso más extendido era la teoría de los dos demonios, entonces, ponerle a la silueta que había militando en tal organización para mucha gente funcionaba como el dato que ‘justificaba’ su destino”, recuerda.
Nuevas generaciones refrescaron el Siluetazo, y esas figuras fueron perdiendo de a poco su condición de genéricas. Por ejemplo la irrupción de las jóvenes feministas entre las creadoras de siluetas se tradujo en tener en cuenta el dato del embarazo. En esos casos, las siluetas empezaron a dibujarse con el contorno de la panza y con la semana que cursaba al momento del secuestro.
A eso de las 21 horas, las caravanas salieron desde la Plaza Mitre, en distintas direcciones para hacer las pintadas y pegar las figuras. Con adolescentes y chicos muy jóvenes, de la militancia barrial, a la cabeza, los grupos llegaban a cantando a cada uno de los puntos del itinerario.
“La zona norte fue muy castigada, la represión pegó muy fuerte”, recuerdan los vecinos. Algunos casos emblemáticos fueron las desapariciones en la capilla de Carupá, donde trabajaba el cura “Pancho” Soares, una de las primeras víctimas eclesiásticas del terrorismo de Estado, y los Astilleros ASTARSA, donde al menos 60 trabajadores navales fueron desaparecidos.
“En un tiempo de avasallamiento del Estado, con un gobierno que busca disputar el sentido de la historia reciente, acciones como ésta son clave”, afirma Anselmo Gallo, minutos antes de subir al escenario en el que recibirá una distinción por su historia de militancia en el municipio por parte de estudiantes secundarios. “Los desaparecidos tienen derecho a que conozcamos sus vidas. Conocer sus ideas nos ayuda a repensar este momento, a recuperar sus luchas. Viven en el canto de estos chicos, que cada vez más vivaces de acercan a nuestras historias para hacer renacer la resistencia”.