“Disney nos hace gays” afirma Alberto Mira desde el título de uno de los apartados de “Miradas insumisas”, su libro ejemplar sobre la representación de maricas, lesbianas, trans y travestis en el cine. El propio autor señala que uno de sus primeros recuerdos fue cuando a los cuatro años proyectaron un corto en el que Mickey luchaba contra unos fantasmas en el jardín de infantes. ¿Qué mejor metáfora para las infancias maricas que la imagen de pelear contra los demonios -internos y externos- cuando en la calle insultan, en el colegio acosan o pegan y en las familias discriminan?
Más allá de evidentes conservadurismos y de fomentar la ideología capitalista y norteamericana, también es cierto que de diversas maneras Disney construyó resistencias, gustos y placeres y también dio cuenta de los miedos de la comunidad LGTIBIQ. En ocasiones, por obra y gracia de creadores gays y lesbianas se edificó una estética camp y rosa que nos identifica y en otras, inconscientemente, las pasiones diversas se filtraron como el invitado no deseado y reprimido de las mentes más ultramontanas. No parece casual que el parque de atracciones Disneylandia sea asiduamente visitado por parejas del mismo sexo como si se tratara del paraíso soñado gay, ni tampoco que, gran parte de nosotros evoquemos una infancia plena de patos, ratones, sirenas, ardillas, perros y gatos parlantes, bosques con brujas hombrunas y hadas mariquetas y castillos habitados por reinas diversas y príncipes de modales afrancesados.
Sin ir más lejos, mucho antes de que Luca y Alberto sellaran su pacto de amor en Luca (2021), aun antes de que se dibujara a la malvada Úrsula tomando como modelo a la travesti Divine en La sirenita (1989), de que el solterón, perverso y afeminado Scar de El rey León (1994) proyectara sus maldades, o de que, la sirenita Ariel tuviera que operarse -trans-cisionar- y se quedara muda haciendo literal aquello del amor que no osa decir su nombre, el universo creado por Walt Disney acompañó de diferentes maneras las identidades y los deseos diversos a la heteronormatividad durante los momentos más oscuros del siglo XX.
Así, cual inmersa fiesta electrónica contemporánea Alicia se tomaba una pastilla y los objetos se agrandaban o achicaban; haciéndose eco del temor ancestral de los gays a envejecer y ya no ser deseados, el bello Peter Pan vivía una adolescencia eterna y el Capitán Garfio -marinero al fin y encima pirata- lo perseguía obsesivamente hasta el final de sus días; la harapienta Cenicienta huía de la injuria exterior e interior, se volvía glamorosa en un baile y se redimía gracias a un amor imposible y prohibido; el estilo de la Cruella de Vil de 101 Dálmatas (1961) y de Maléfica de La bella durmiente devenía inspiración de las drag queen del mundo…
Asimismo, las películas animadas paradigmáticas de Hollywood tuvieron mucho que decir en términos de “amistades” queer: nunca fueron precisadas las naturalezas ni el cariz de las relaciones entre los enanitos de Blancanieves (1937), ni entre el zorro y el gato de Pinocho (1940), ni entre Gus y Jack, los ratoncitos modistos que confeccionan el vestido de Cenicienta (1950), ni entre los dos perros machos de Los aristogatos (1970) … En términos de deseo, los musculados brazos del apuesto príncipe de La bella durmiente anticipan la carne inflada de testosterona de Hércules (1997), los tríceps desarrollados de Tarzán (1999) y el despechado torso del proletario Aladdin (1992)… y podríamos seguir…
La caja mágica se hace eco y recoge esta tradición con escenas e imágenes que tienen reminiscencias a éstas y otras películas -como la infaltable e insoportablemente marica Mary Poppins (Stevenson, 1994)- a través de un repertorio de canciones que devinieron icónicas de la comunidad LGTBIQ y, que, a su vez, iluminaron algunos de los más alegres -o nostálgicos- musicales de Broadway (otro género que nos pertenece por derecho propio).
El medio de acceso a este universo encantador es una pequeña caja a la cual ingresa la joven Mara (Luján Blaskey) y que, magia de Disney mediante se metamorfosea en una caja gigante. En efecto, Mara penetra en este aggiornado país de las maravillas provisto de cuatro escenarios paradigmáticos en los cuales transcurrieron la mayoría de las ficciones del inefable Walt: los cielos, el inframundo, el bosque, el mar y el pueblo encantado.
Este viaje es la excusa para desgranar fragmentos de 78 canciones de películas clásicas de Disney, cuyo mero título hace suspirar a locas y afines: “Deseo”, “Soñar es desear”, “Un amigo fiel”, “Esta noche es para amar”, “A través del espejo”, “Un mundo ideal”... Y por supuesto no pueden faltar “Hakuna Matata”, “Libre soy” (con la princesa Elsa de Frozen devenida símbolo lésbico) y “Dos oruguitas” (cuya letra tiene reminiscencias del lema de la activista trans Lohana Berkins: “En un mundo de gusanos hay que tener mucho valor para ser mariposa”).
Acompañada de los infaltables Mickey Mouse (Lala Livschitz), Minnie (Mauricio Bila), Pato Donald (Lucía Adúriz Bravo), Daisy (Elis García), Goofy (Jesús Catalino) y Pluto (Tomás Luna), con un notable elenco y una impecable orquesta en vivo, según el ambiente en que se encuentra, Mara vuela, cae, bucea, camina, pasea o se sumerge y sobre todo retorna al mundo perdido de la infancia.
Con constantes referencias a Alicia en el país de las maravillas, de La caja mágica puede decirse lo propio que de la obra cumbre de Lewis Carroll: es un musical escrito para las niñeces que nunca es infantil. En efecto, más allá del espectáculo de luces, la aparición de personajes fantásticos y algunos efectos que contribuyen a la fantasía es más apreciada por el público adulto y más comprendida por aquellos que crecieron o se interiorizaron en el mundo de Walt Disney. Si son de la comunidad, hay plus.
La Caja Mágica. Guión y dirección: Thaddeus McWhinnie Phillips. Codirectora y coreógrafa: Lynne Kurdziel Director musical: Isaac Saúl. Con Luján Blaksley, Lala Livschitz, Mauricio Vila, Menelik Cambiaso y 18 actores más. 90 minutos. Teatro Opera. Funciones: martes, miércoles y jueves a las 20, viernes y sábados, 18.30 y 21.30, domingos a las 19. Hasta el 31 de marzo.