Se podría decir que parte del éxito político de Javier Milei consiste en haber encontrado en el conflicto permanente el método para poner en acción la disputa política y en “la casta” el significante a llenar con todo lo que las víctimas del sistema detestan. Son los dos ejes en los que el actual Presidente centraliza su forma de actuar en el escenario público y lo que –según muchas opiniones- le permite reinstalarse permanentemente en el centro de la escena.
Lo importante es reincidir en el conflicto, pero al mismo tiempo construir y multiplicar los adversarios, sin importar quienes sean o cómo se posicionen. En esa categoría suelen caer incluso aliados coyunturales, potenciales aliados, actuales o futuros. Si sale airoso de la confrontación Milei se transforma automáticamente en el “león” que arrasa con los adversarios. Si eso no sucede será “víctima” de “la casta” que se opone al cambio votado por “la mayoría”. Así de sencillo.
Tampoco tiene mayor importancia el contenido de los mensajes. No hay novedad en lo que anuncia, no importa si se cae en la reiteración. No hay prejuicio en usar la exageración o la mentira. Es parte de la estrategia. El tema quedará instalado y la “responsabilidad” de desestimarlo caerá sobre los adversarios entendidos como enemigos. Es la confrontación por sí misma la que adquiere potencialidad comunicacional sin reparar ni siquiera en la verdad o la falsedad de los contenidos.
Milei y los suyos hacen del conflicto permanente su principal argumento y recurso comunicacional.
Detrás de la comunicación política del mileismo se alinea un ejército de trolls que obran como la primera línea del combate discursivo actuando como la infantería de la milicia del relato de LLA. Son los encargados de atacar con munición gruesa en cuanto a los temas de agenda, pero también en lo relativo al lenguaje.
Luego vendrá el propio Milei con sus “me gusta” o reposteando en el escenario digital. De eso trabaja el Presidente y se ufana de hacerlo.
Casi en la retaguardia llegarán los medios convencionales afines al gobierno para subrayar, destacar, aplaudir y comentar el discurso del oficialismo. Y si se suman entrevistas las mismas serán supervisadas por el aparato comunicacional con sede en la Casa Rosada y, llegado el caso, editadas por motivos políticos, pero también estéticos.
Mientras se avanza en arrasar los medios públicos con seudo argumentos presupuestarios, entre las mentiras a consignar se cuenta también el anuncio falaz de la eliminación de la pauta publicitaria oficial porque “no hay plata”. Es evidente -aunque difícilmente comprobable- que los medios adictos siguen recibiendo fondos por vías indirectas.
No hay plata, en cambio, para información pública del gobierno y de sus actos y, muchos menos aún, para la comunicación de las políticas públicas. Aunque en este último caso bien se podría decir que no hay nada para comunicar dada la inexistencia de tales políticas.
La suma de todo lo anterior es la forma como Milei y los suyos entienden la comunicación del gobierno con la ciudadanía.
Sin embargo, es evidente que -por lo menos hasta ahora- La Libertad Avanza sigue cosechando éxitos que se miden no solo en likes sino en niveles de aceptación en la sociedad.
Cambió la forma de comunicar pero también el modo que tiene la ciudadanía de consumir información política para la toma de decisiones ciudadanas. Cambiaron las audiencias y los perfiles de las mismas. Lo supo entender Milei y quienes lo rodean y en ello reside parte de su éxito.
En este camino se quemaron muchos libros y más papeles. También teorías que en otro tiempo se dieron por ciertas.
Sin duda hay que repensar la comunicación política. Pero sería incurrir en grave error sostener que por ser coyunturalmente exitoso el “método Milei” es el único válido y al que hay que imitar. En primer lugar porque la propuesta está también atada a los cambiantes avatares de la política. Pero además porque la comunicación –como experiencia humana y como derecho- sigue siendo mucho más compleja que apenas la conflictividad digital permanente. También porque las redes sociales digitales –a pesar de su gran incidencia- no son el único escenario para procesar la producción de sentidos en la perspectiva del derecho a la comunicación que abarca la vida de las personas en su integraliidad y en todas sus dimensiones.