Pablo Díaz tiene 65 años. Llega puntual a la sala del Tribunal Oral Federal (TOF) 1 de La Plata y se ubica en la primera fila. Está nervioso por la sentencia que va a conocerse en un rato: hace 47 años que se despidió en el Pozo de Banfield de sus compañeros de la militancia estudiantil. De ellos, no se supo nunca más nada. A los pocos minutos, aparece Emilce Moler —tan menuda y con una sonrisa tan amplia como a los 17 años cuando se la llevaron de su casa—. Los dos son sobrevivientes de uno de los casos que más hondo han calado en la memoria de los argentinos: la Noche de los Lápices,un operativo de septiembre de 1976, cuando fueron secuestrados estudiantes secundarios de La Plata. También está en la sala —unas filas más atrás— Gustavo Calotti, que también sobrevivió a esa redada.
Durante cinco horas, escucharán al juez Ricardo Basílico leer el veredicto que dejó diez condenas a prisión perpetua, una sentencia a 25 años de prisión y una absolución por crímenes cometidos en las brigadas de Banfield, Quilmes, Lanús-Avellaneda y San Justo.”Ahora necesitamos saber dónde están. Quiero saber dónde están los chicos”, pide Pablo Díaz mientras se abraza a la salida del tribunal.
El juicio comenzó en plena pandemia. Octubre de 2020. Pasaron tres años y medio, infinidad de testigos que contaron qué sucedió con más de 600 víctimas que estuvieron secuestradas en esos campos de concentración de la provincia de Buenos Aires.
Las presencias en la sala del primer piso del edificio de 8 y 50 dan cuenta de cuántas vidas están atravesadas por los hechos que se ventilaron en el juicio. Está Teresa Laborde Calvo, la hija que Adriana Calvo parió –maniatada y con los ojos vendados– mientras la trasladaban desde la Comisaría 5ª de La Plata hasta el Pozo de Banfield. Están también sus hermanos Santiago y Martina.
En la primera fila está sentada Elsa Pavón, la primera abuela en recuperar a su nieta gracias a los análisis genéticos. Cerca de ella está Victoria Moyano, que nació en el Pozo de Banfield. A su lado, Clara Petrakos que busca a su hermana que también nació ahí. Pedro Nadal está firme junto a Elsa: él fue secuestrado junto a su mamá, que pasó por el Pozo de Quilmes, y restituyó su identidad gracias a Abuelas de Plaza de Mayo.
Ana Laura Mercader se ubica entre Pablo Díaz y Emilce Moler: sus padres fueron secuestrados y asesinados. Alejandrina Barry también ocupa los primeros lugares. Su mamá estaba embarazada de ella cuando estuvo secuestrada en Banfield, antes del golpe de Estado de marzo de 1976. Daniel Santucho Navajas se acomodó en una silla en un costado. Es el último nieto encontrado por Abuelas. Nació en el Pozo de Banfield, donde estaba cautiva su mamá Cristina Navajas. Su hermano Miguel Santucho le apoya una mano sobre el hombro cada tanto para hacerle sentir su presencia.
La lectura del veredicto arranca a las 13.45 y se extiende hasta casi las 18.30. Solo Basílico está presente. Los otros dos jueces que integraron el TOF1 para este juicio –Walter Venditti y Esteban Rodríguez Eggers– lo siguen de manera remota. Lo mismo que los doce imputados. Ninguno está en la sala.
–Cárcel común, perpetua y efectiva. Ni un solo genocida por las calles de Argentina– se escucha cada tanto. “Así es La Plata”, dice –sin esconder el orgullo– la abogada Guadalupe Godoy.
Durante el proceso, el TOF1 examinó las responsabilidades del Ejército –a través de la Brigada de Infantería Mecanizada 3 con asiento en La Tablada, que estaba a cargo del área 112 que abarcaba los partidos de Avellaneda, Lanús y Lomas de Zamora, entre otros– y del aparato de inteligencia a partir del rol que cumplió el Destacamento 101 de La Plata. También indagó en el papel del gobierno dictatorial en la provincia y el accionar de la Bonaerense, entonces al mando de Ramón Camps. Miguel Osvaldo Etchecolatz, el exdirector de investigaciones de la Bonaerense, murió en mitad del juicio.
Los jueces dictaron diez perpetuas: las de Federico Antonio Minicucci (jefe del Regimiento de Infantería Mecanizada 3 de La Tablada), Guillermo Domínguez Matheu (jefe de Actividades Psicológicas del Destacamento de Inteligencia 101 de La Plata), Jorge Héctor Di Pasquale (jefe de la sección de Operaciones Especiales del Destacamento de Inteligencia 101 de La Plata), Carlos María Romero Pavón (jefe de Reunión Interior del Destacamento 101 de La Plata), Roberto Balmaceda (jefe de Contrainteligencia del Cuerpo de Actividades Especiales del Destacamento 101 de La Plata), el exministro de Gobierno Jaime Lamont Smart, Juan Miguel Wolk (jefe de la División Delitos contra la Propiedad y de la División Delitos contra las Personas y de la dirección de investigaciones Zona Metropolitana), el médico policial Jorge Antonio Bergés, el comisario Horacio Luis Castillo y Carlos Gustavo Fontana (enlace entre el Destacamento 101 y el Batallón de Inteligencia 601).
Alberto Julio Canditi –que también integró el Destacamento 101 y fue extraditado desde Uruguay– recibió una pena de 25 años de prisión mientras que Enrique Augusto Barre –que fue el número dos del “Nazi” Wolk en el Pozo de Banfield– fue absuelto. La curiosidad es que Barre fue defendido hasta diciembre pasado por Mariano Cúneo Libarona, actual ministro de Justicia de la Nación.
Los represores están todos en prisión domiciliaria, con la única excepción de Di Pasquale, que está detenido en la Unidad 34 de Campo de Mayo. El TOF1 dispuso realizarles estudios para ver si podían cumplir la pena en prisión. Recién el 5 de julio se conocerán los fundamentos de la sentencia. Se descuenta que las querellas y la fiscalía –integrada por Ana Oberlin, Gonzalo Miranda y Juan Martín Nogueira– apelarán la absolución de Barre. El fallo –que fue festejado, especialmente ante un gobierno negacionista como el de Javier Milei y Victoria Villarruel– les deja sabor amargo a los abogados de la jurisdicción: los jueces no hablaron de genocidio. Solo Basílico dijo que los crímenes se cometieron “en el marco del genocidio” que se perpetró en la Argentina, pero quedó en minoría.
– Lo condenaron– dice tras la lectura del fallo Marta Ungaro. Es la hermana de Horacio Ungaro, otro de los pibes desaparecidos en la Noche de los Lápices. Para ella, la condena de Wolk es más que un logro: cuando decían que estaba muerto, lo buscó y lo encontró.
Teresa Laborde Calvo está conforme con la sentencia. Se abraza a la salida con Alejandrina Barry. “Es reparador”, dice Barry, y se presiona el pecho como si pudiera tocar algo de la angustia contenida.
Emilce Moler sonríe. Está junto a su hija. “Nuestro dolor lo convertimos en piezas jurídicas”, dice. Y vuelve a casa con las ausencias a cuestas y con la certeza de que, una vez más, su testimonio sirvió para condenar a los criminales.