La inflación minorista de febrero fue del 13,2 por ciento, acumulando un 36,6 por ciento en los dos primeros meses del año. La suba de precios interanual escaló al 276,2 por ciento. El incremento fue aún mayor en la canasta de bienes y servicios utilizada para medir la línea de la pobreza e indigencia: 290,2 por ciento y 301 por ciento, respectivamente, debido al fuerte alza del precio de los alimentos y servicios básicos. Es el tercer mes consecutivo que la inflación en Argentina es la más alta del mundo superando a la República del Líbano (177 por ciento) y Venezuela (85 por ciento).
Volviendo al último Indice de Precios (IPC) mensual, el número de febrero fue un poco menor al esperado. La proyección promedio de las consultoras privadas, publicado por el REM del BCRA, era del 15,8 por ciento. A su vez, la inflación medida por el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires fue del 14,1 por ciento.
En declaraciones radiales, el presidente sostuvo que “nadie esperaba que lográramos un proceso de desinflación de estas características, que hoy es mucho más profundo que el que se dio durante la convertibilidad”. Como en los dos meses anteriores, Javier Milei volvió a festejar ese “numerazo”, a pesar de tratarse del tercer valor más alto de toda la serie histórica desde la salida de la convertibilidad.
Los dos registros más elevados anteriores (25,5 y 20,6 por ciento de diciembre de 2023 y enero de 2024) también corresponden a la gestión libertaria. En el gobierno del Frente de Todos, la mayor suba del IPC había sido del 12,8 por ciento en noviembre de 2023.
El fogonazo inflacionario está lejos de ser un fracaso gubernamental. Esa dinámica es funcional a la estrategia de licuación de ingresos/ahorros y reacomodamiento de precios relativos. Sin perjuicio de eso, el gobierno sabe que no puede extenderse en el tiempo. La inflación tiene un efecto corrosivo de la adhesión popular para cualquier gobierno, con independencia de su orientación ideológica. La sociedad demanda resultados en el frente inflacionario. De no producirse mejoras en el corto plazo, la suba de precios erosionará el capital político del líder libertario.
En el artículo “El monstruo de la inflación”, el intelectual boliviano Álvaro García Linera explica que “la inflación de dos o tres dígitos es un desquiciador social. Volatiza cualquier lealtad social previa. Ante ella, memoria de luchas, comunidades de afecto y acción previamente constituidas, se disuelven espantadas frente al colapso de todas las referencias de orden de la realidad que provoca la incontenible elevación diaria de los precios. La inflación transmuta convicciones revolucionarias en adhesiones reaccionarias. Desestabiliza gobiernos, castiga a candidatos y puede encumbrar a anodinos políticos como grandes salvadores. La elevada inflación es un agente de la incertidumbre estructural que agrede el horizonte predictivo con el que las personas concurren al mundo cada día. Y, lo más relevante políticamente, abre en la estructura cognitiva de las personas, la desesperada búsqueda de nuevos referentes discursivos y propositivos que le ayuden a recuperar la certidumbre del mundo”.
El ascenso de Milei al poder tiene mucho que ver, aunque no sólo con eso, con la explicación de García Linera. En el debate vicepresidencial, Victoria Villarruel aseguró que iban a bajar la inflación "de un hondazo”. Ese es el terreno que definirá la mayor o menor fortaleza gubernamental para los próximos meses.
La inflación avanza
El gobierno exhibe orgulloso una trayectoria descendente de la inflación, aunque desde valores altísimos, en los primeros tres meses de gestión. Los primeros datos de marzo revelan una reversión de esa tendencia. Las consultoras midieron una aceleración de los precios de los alimentos durante la primera semana del mes. Las proyecciones iniciales, considerando los factores estacionales (educación, textiles) e incrementos tarifarios, muestran una inflación más elevada que la de febrero.
Eso motivó una serie de medidas efectistas lanzadas desde los despachos oficiales. Por ejemplo, el anuncio de la apertura de las importaciones de alimentos y medicamentos para “facilitar la competencia”. Lo cierto es que las importaciones ya están liberadas hace tiempo. Lo que se agrega son dos beneficios para los importadores: reducción del plazo de pago de importaciones de alimentos, bebidas y productos de limpieza, cuidado e higiene personal, que pasan de cancelar la deuda en 4 cuotas (a los 30, 60, 90 y 120 días) a una sola cuota a 30 días; y la suspensión, por 120 días, del cobro de percepción de IVA adicional e impuesto a las ganancias a las importaciones de productos de la canasta básica como alimentos y medicamentos . El comunicado oficial resaltó que "entre los principales productos beneficiados se encuentran: banana, papas, carne de cerdo, café, atún, productos de cacao, insecticidas, shampoos, pañales, entre muchos otros productos".
La medida fue cuestionada por la Unión Industrial Argentina (UIA) porque “afecta seriamente la competitividad de las empresas que operan, producen y emplean en el país”. La entidad fabril advirtió que esto implica un trato desigual con la industria local que debe cancelar los insumos productivos en 4 cuotas mensuales y pagando el impuesto PAIS.
Mientras tanto, el ministro de Economía, Luis Caputo, reclamó frenar los aumentos desmedidos a supermercadistas y compañías alimenticias. En el caso de los supermercados, el ministro también solicitó que rebajen los precios de lista en reemplazo de los descuentos y promociones. El argumento oficial es que debe transparentarse el precio real por unidad para que sea capturado por el Indec.
En esa línea, Milei sostuvo que “en lugar de bajar los precios, empiezan con lo que se llama técnicamente fijación no lineal de precios que es 2x1 y todo ese tipo de promociones en realidad implica que los precios están bajando pero que no son manifestados en el índice”. Unos días más tarde, el ministro Caputo festejó por redes que el supermercado Jumbo modificara su modo de ofrecer descuentos para reflejarlo en el precio unitario de venta.
Los especialistas en el tema afirman que la influencia de las promociones (tipo 2x1), que es una práctica común de hace muchos años, en el cálculo de la inflación es entre nula e insignificante.
Con independencia de eso, las reuniones con las “formadores de precios”, el cuasicongelamiento del dólar, el “techo” a las paritarias, la postergación del aumento tarifario (de transporte, gas y luz) para abril, son todas acciones que chocan de frente con la idea de que la inflación es un fenómeno exclusivamente monetario.
La apuesta a la paz de los cementerios
La consigna “con Cristina no alcanza y sin ella no se puede” fue muy popular en las postrimerías del gobierno de Macri. Reversionando ese slogan, el mileismo podría decir “bajando la inflación no alcanza, pero sin bajarla no se puede”.
El gobierno apuesta a que la feroz licuación de ahorros e ingresos ,y depresión económica asociada, mantenga a raya el incremento de precios. La efectividad de ese camino doloroso es limitada porque ese partido también lo disputan otros jugadores como el incremento de costos, la inercia, la puja distributiva, la incertidumbre cambiaria.
En ese contexto, el equipo económico plantea alternativas tales como “la competencia de monedas” como herramienta de estabilización de los precios. En la reunión de la AmCham, Luis Caputo sostuvo que "el objetivo es bajar la inflación a nivel de shock. No somos proclives a pensar en un modelo monetario de baja gradual de la inflación como en Perú, en tres años. La gente no tiene tolerancia para una baja de 211 por ciento a 175 por ciento, a 160 por ciento, a 140 por ciento. Argentina tiene que bajarla más en shock. El esquema de competencia de monedas apunta a eso"
Las precisiones sobre cómo funcionaría un esquema de ese tipo brillan por su ausencia. ¿Habría una libre flotación entre las monedas?¿Sería una suerte de neoconvertibilidad? Dejando eso de lado, y en la medida en que pueda ser factible su implementación, lo importante será el resultado. Suponiendo una baja sustantiva de la inflación, el oficialismo podría fortalecerse aunque se generen daños sociales evitables.
García Linera relata que “en Bolivia de 1985, la gente aceptó despidos laborales masivos, gigantesca devaluación de la moneda, contracción brutal de la inversión pública, pérdida de derechos laborales y el incremento acelerado de la pobreza, siempre y cuando la inflación se detenga. Y la inflación se detuvo. Lo hizo arrojando a la población al subconsumo y el aumento de la pobreza extrema. Pero el dinero volvió a ser dinero con valor anclado. La gente perdió en el “ajuste” una parte sustancial de su capacidad de compra porque no tenía dinero. Pero sabía que, si algún rato lograba tener un poco, su capacidad de compra, o de ahorro, era previsible. El mundo, no importaba si miserable y precario, volvía a ser mundo, porque el dinero volvía a ser dinero, es decir, la “mercancía imperecedera””. Con las diferencias del caso, la Argentina menemista tuvo algo de eso. Los que conservaron el trabajo disfrutaron las mieles del uno a uno.
En otras palabras, la inflación es una molestia transversal. La maldicen empresarios, trabajadores y excluidos. En un escenario de estabilidad de precios, los que quedan dentro del sistema respiran aliviados. La historia enseña que eso tampoco dura para siempre. La sociedad dual y excluyente de los noventa finalizó en las luctuosas jornadas del 2001.
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