El ruido extraño, estremecedor, que escuchaban los cautivos cuando eran trasladados desde África a América. Ese es el sonido que se escucha en una de las obras que integran Amefricana, con curaduría de Andrea Giunta e Igor Simões, la primera exhibición exhaustiva de Rosana Paulino que se realiza fuera de Brasil, y con la que comienza la temporada anual en Malba: esta gran artista nacida en San Pablo, en 1967.
Con instalaciones, dibujos, grabados y un video, todos joyas, la muestra reúne obras realizadas durante los últimos 30 años, desde la primera que hizo hasta la más reciente. En la obra de Paulino, artista afrobrasileña, habita un sofisticado pensamiento político y poético. “Esta gente fue secuestrada”, dice la artista al referirse a los hombres y mujeres de color que llegaron desde África hasta Brasil en el siglo XVI.
El título Amefricana proviene del concepto de “amefricanidad”, acuñado por la filósofa, activista negra, feminista y socióloga brasileña Lélia Gonzales. “Amefricanas” son las identidades individuales, estructuradas en la vivencia colectiva, de quienes comparten lazos culturales contrarios al dominio colonial. Además, el término recoge particularidades de la figura de la mujer negra y destaca su participación activa en la historia, a diferencia de otras narrativas racistas y sexistas que disminuyen o suprimen su importancia.
La obra de Paulino atraviesa críticamente la historia del Brasil (donde los afrodescendientes superan el cinco por ciento de la población; después de África, allí se encuentra la mayor población) problematizando la construcción étnica de la nación.
“La ciencia ha sido usada para justificar la esclavitud”, dice la artista, quien es doctora en Artes Visuales por la Escuela de Comunicación y Artes de la Universidad de San Pablo, especialista en Grabado por el London Print Studio de Inglaterra y licenciada en Grabado. Y añade: “No existen las razas humanas: esa es una creación mucho más política que científica. Porque todos nosotros somos homo sapiens. Hay diferencias de color de piel, del tipo de pelo, pero la especie es la misma, no hay diferencia. Los científicos del siglo XIX crearon esas clasificaciones para justificar la esclavitud”.
Entre esas alusiones a las diferencias entre razas se consideraba el tamaño del cráneo, uno de los tópicos que aparece en la obra de la artista y que se usó para “secuestrar y esclavizar” a quienes no eran blancos.
Con 1500 piezas que condensan 11 imágenes de integrantes de su familia, “Muro de la memoria” es “como un gigantesco juego de la memoria”. “Es la memoria de la gente negra, es la memoria de mi familia, pero yo no estoy en las imágenes. No necesito estar porque toda la genética de mi familia está acá. Se puede ignorar a una persona, pero no es posible ignorar a 1500 pares de ojos sobre usted”, añade la artista sobre esta obra que alude a la fuerza que tiene la comunidad. Esta es la primera pieza que hizo la artista y que se exhibió en 1994, en el Centro Cultural San Pablo.
“Las intervenciones poéticas de Paulino reinscriben los archivos de la diáspora africana en América del Sur. Lo hacen desde el diálogo constante entre archivos personales, archivos históricos, reconceptualizaciones del arte brasileño, interrogaciones a las matrices de la ciencia de occidente (sus sistemas de clasificación, sus hipótesis, sus formas de ordenar el mundo)”, indican desde el museo.
Paulino trabaja con archivos históricos y con otros personales. Cuando era muy joven, empezó usando una caja con fotografías de su familia. Luego comenzó a utilizar archivos fotográficos históricos que incluían a personas de color y que apuntan a su objetivo de visibilizar la presencia negra en Brasil y en América latina.
Las costuras de sus obras configuran, y exhiben, el trauma de la esclavitud. “Mientras no seamos capaces de observar y discutir a fondo la esclavitud, no seremos capaces de plasmar todo nuestro enorme potencial”, sostuvo la artista.
“Me interesan los procesos de resistencia, esperanza y transformación”, sostuvo la artista junto a la conmovedora instalación “Tejedoras”, donde los cuerpos de las mujeres devienen capullos-embriones. Su interés por abordar la temática de la esclavitud en sus obras, cuenta, viene desde siempre porque ella es una mujer y una artista de color. “Siempre me he preguntado por qué mi gente vive en las periferias, por qué mi gente no tiene cargos de poder, por qué mi gente no está en la prensa”, dice.
También pone el foco en la subjetividad de las mujeres negras, que no están atravesadas por los estereotipos y los cánones legitimados por la historia –y la mitología– europea. En su caso, si usamos la clasificación subjetiva de la religión afro brasilera, se considera “hija de una entidad que es diosa de la guerra”.
Hay que acercarse a las imágenes para descubrir que aluden de manera sutil y poética a cuerpos-mercancías, barcos esclavistas, huesos, elementos que remiten al colonialismo. La cuestión clave versa en torno a las estructuras de pensamiento que persisten desde los orígenes de la esclavitud hasta nuestros días.
También, dice Giunta, sobre la pregunta acerca de qué es la falsa ciencia que permitió la explotación de las personas, que fueron como carbón humano dentro del proceso de colonización que comenzó en siglo XVI con la llegada de esclavos de África para trabajar en las plantaciones. El Atlántico no sólo fue negro sino que fue rojo sangre por la violencia que se ejerció sobre los cuerpos esclavizados. Y en particular sobre la mujer negra, base de la pirámide.
Para Igor Simões, co-curador de la exhibición, Paulino toma como encrucijada la existencia física y espiritual de las mujeres negras. Ese compromiso de entender el lugar político, social y artístico de esas mujeres se da en una investigación poética profunda. “Esos cuerpos femeninos que, desde el principio, fueron amalgamados en una única masa que tenía como objetivo quitarles la subjetividad. Esas mujeres que fueron retratadas en el Brasil de los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX apenas como un tipo. Un tipo que era disminuido para caber en categorías completamente exógenas”.
Además, en diálogo con la exposición de Paulino, y como parte de un acuerdo de colaboración entre el Malba, la Fundación Bienal de San Pablo y la Embajada de Brasil, se presenta por primera vez en Buenos Aires un recorte de Coreografías de lo imposible, la 35ª Bienal de San Pablo.
Con curaduría de Diane Lima, Grada Kilomba, Hélio Menezes y Manuel Borja-Villel, las obras se exhiben en el Malba y en el Palacio Pereda, perteneciente a la Embajada de Brasil. En el Malba, se exhiben piezas de Arthur Bispo do Rosario, Aurora Cursino dos Santos y Ubirajara Ferreira, realizadas por los artistas durante su confinamiento en instituciones psiquiátricas; junto a la obra de la diseñadora de la identidad de la Bienal, Nontsikelelo Mutiti. En la Embajada se exhiben obras de Aline Motta, Elda Cerrato, Gabriel Gentil Tukano y Manuel Chavajay.
Coreografías de lo imposible, que tuvo lugar en el Pabellón Ciccillo Matarazzo del Parque Ibirapuera, incluye trabajos procedentes de contextos de luchas y resistencias.
Amefricana se puede ver en el Malba, Av. Figueroa Alcorta 3415. De jueves a lunes, de 12 a 20, miércoles de 11 a 20, y martes cerrado. Hasta el 10 de junio. Además del Malba, Coreografias de lo imposible se puede ver también en el Palacio Pereda, Arroyo 1142, de martes a sábado. Hasta el 21 de mayo.