No es un trabajo más en la trayectoria de Marcos Larrañaga. Para este guitarrista y compositor nacido en 1980 en Chivilcoy, Jardín de infierno constituye más que el dato de ser su segundo trabajo como solista. A diferencia del anterior, el sonido abarca un abanico de ritmos rioplatenses como el candombe, el vals y la milonga además de tango, y, sobre todo, música y letras propias con la colaboración de un dream team local: de Cucuza Castiello a Chino Laborde, de Julieta Laso a Limón García.
Larrañaga, en rigor, dejó el virtuosismo probado de su guitarra para acompañarla con sus dotes como letrista, que fue arrojando al aire junto a su productor Mauro Sebastián mientras iban apareciendo los invitados de honor para siete ajustados temas. Buscaron, entonces, a los especialistas. Primero fue Fulvio Giraudo y su magia en el piano en “Ni fu ni fa”, único tema instrumental del disco. Después, Limón García, de la Bersuit, en “Corazón al paso”, dándole un aire moderno con su voz. Y así otros invitados que se acoplaron con hermandad y fluidez: Cucuza Castiello y su magistral interpretación de “El sueño de la calle Superí”; el candombe “Firmamento” con voz y tambores de Black Rodríguez Méndez; el tema que le da el nombre del disco a cargo de Walter “El Chino” Laborde; el tono de Dema en el poema “Hojas” del Ruso Berman, bajo un recitado arriba de un vals; y como broche de oro la inigualable Juli Laso, con su paleta oscura y rasposa cantando “Un gran fifí”.
“Jardín de infierno es como esa flor en la vereda que nace entre el cemento gris o en un ojo de agua en el desierto”, lo define Marcos Larrañaga, y no esconde su orgullo por el “derroche” de tanto talento reunido, con Martin Cecconi y Daniel Ruggiero con sus bandoneones y Jorge Mazaet y Juan Otero con sus guitarras. Fruto de una generación de nuevos instrumentistas y compositores del tango, Larrañaga arrancó sus estudios en el conservatorio Alberto Williams de su pueblo y en paralelo aprendió los primeros tangos con Carlos Carosella, gran guitarrista de esa ciudad. Una decisión, entonces, le cambió la vida: a los 20 años viajó a Capital para estudiar con el gran maestro Aníbal Arias en la Academia Nacional del Tango.
“Lo que facilitó mi aprendizaje fue que él tenía los arreglos escritos en partituras y nadie tenía eso en aquella época. Entonces el tango entró por escrito y después siguió el toque, la manera de hacerlo sonar. Otro quiebre fue cuando escuché a Grela, acompañando a Rivero y en su conjunto con Troilo. Hasta el día de hoy no puedo parar de escucharlo”, enfatiza, marcando que después de Arias armó el trio de guitarras El barullo, donde escribió los arreglos y compuso sus primeros temas. En 2013 el cantor Carlos Roulet lo invitó a una gira por Europa, que le hizo conocer una proyección internacional en crecimiento. Luego trabajó con Dema, una suerte de compadrito rockero del tango, más adelante fundó el grupo Orillero con piano, contrabajo y guitarra, y nunca dejó de acompañar cantores.
En su formación fueron entrando Abel Fleury, Oscar Alemán, Colacho Brizuela, Hugo Rivas, Juan Falú, Juanjo Domínguez, Ubaldo de Lío y tantos otros intérpretes. “Las guitarras de Gardel y de Agustín Magaldi también fueron escuela. No había data cuando arranqué, escuchábamos obsesivamente sus casetes y discos. Y ahí poníamos la oreja”, rememora.
Las letras del tango de los cuarenta, con ese perfume de yuyos y de alfalfa, solían colorear su infancia de Chivilcoy. Un pueblo de gran tradición tanguera donde nació Pascual Contursi, autor de “Mi noche triste”, grabado por Gardel en 1917 y considerado como el primer tango-canción. Y tierra también de Argentino Galván, conocido como un gran arreglador, el de la orquesta de Troilo en la época de oro. Los abuelos de Marcos escuchaban el ritmo del dos por cuatro en la radio, le contaban de qué orquesta o cantante se trataba cada canción, algo que se reflejaba en imágenes como el cuadrito de Gardel en el almacén de la esquina. “Recuerdo claramente a mi abuelo silbando la melodía del tango Silbando (valga la redundancia). Entenderla y sentirla como algo nuestro, algo en común e intergeneracional, que podíamos cantar los dos. Algo que hasta el día de hoy me pasa, y espero no perder jamás esa pasión”.
Lo mismo dice que sintió cuando, ya en la gran ciudad, escuchó los primeros tangos “cara a cara” en los boliches como el de Roberto en Almagro o las milongas y peñas porteñas con cantores de barrio y músicos noctámbulos. “Son ellos los que mantienen la llama del tango encendida y hacen honor a la esencia de la música popular. Nos hacen entender que es un lenguaje bien nuestro, algo que tal vez ni yo sabía que lo tenía tan cerca. Imaginate que estoy hablando de los años 90 cuando todo era de afuera. Esa gran colonización cultural, social y política llamada globalización”, dice Larrañaga, quien por aquellos tiempos empezó con otras inquietudes respecto al repertorio tradicional.
Con el tiempo llegó su primer disco solista, Melodías de arrabales, todas obras propias pero instrumentales. Eso motivó que varios amigos letristas se ofrecieran a ponerle letra a sus temas. Fue sintiendo la aceptación del público en los conciertos en vivo, donde se animó a presentar nuevas composiciones y pulir cada melodía con alma de orfebre. “Así surgió la idea de hacer este disco. Al principio eran un par de canciones, algunas letras, pero sobre todo la necesidad de expresar, decir, contar y ¿por qué no? Intentar embellecer o hacer que sea un poco más tolerable el eterno y frívolo presente en el que vivimos”.
Proyecta un tango que dialoga con el rock nacional, como los toques de Cucuza y Limón en el disco, y no disimula su huella afro, como la inspiración de Black, de La Delio Valdez, a través de sus parches. “Jardín de infierno tiene sentimiento y emoción en cada cadencia, en cada letra, en las interpretaciones. Busco el verdadero espíritu creativo del tango, y no esa cosa que se juega de memoria y que lo acerca más a una pieza de museo que a un género vivo”, desliza el también profesor del conservatorio Alberto Williams en la cátedra de Apreciación del Tango.
La guitarra como guía y arreglos de sutil lirismo en un disco “desacartonado”, breve y cautivante. Un instrumentista que se atrevió a escribir sus propias letras, “en este torbellino donde nada importa ya, quién es el que hace bien, quién es el que hace mal, mientras todo lo devora la injusticia y el rencor”. Una plegaria arrabalera para que el corazón no se vaya al mazo.