A veces, sólo a veces, las gacetillas de discos dicen la verdad. Ocurre cuando la información que brindan no se parece a una venta de humo, sino a una descripción más o menos precisa de aquello que los artistas intentan transmitir, con algún dato de producción, grabación y más detalles que ya no se conocen porque en el mundo de la calle online casi nadie publica ediciones físicas. La gacetilla de Dramático & nocturno, el nuevo trabajo del rosarino Pablo Comas, es un ejemplo de un texto de prensa que pone el foco en algo un poco más concreto que la palabra “contundente”. Enviado hace pocas semanas a medios y periodistas, dice que el álbum, publicado en forma digital el 11 de marzo, está compuesto por “canciones de rock” que profundizan “sobre la incertidumbre, el estar perdido, desorientado”. Hablan de estar “lo suficientemente lejos de casa, lo suficientemente lejos de cualquier destino” y con “la necesidad de ubicarse en el camino y armar comunidad con otros perdidos”.

Esa descripción es acertada, porque Pablo Comas pasó la etapa 2020/2023 triste, encerrado y finalmente disperso, buscando a los demás para encontrarse a sí mismo. En una seguidilla insoportable, Pablo primero sufrió la muerte de su padre e inmediatamente tuvo que encerrarse por la pandemia. Como si fuera poco, después lo internaron. Demasiada realidad, como canta en “Gritar”, una de las nuevas canciones. Pero Pablo salió adelante y salió a la calle, algo raro en su vida anterior, más aislada, de menos contacto con la gente. Y ahora aparece con este disco, el segundo de su carrera solista, trabajado durante todos estos años raros. El resultado funciona como un mundo donde poder refugiarse de nuevo, ya con las palizas al fondo.

“Los discos son algo que uno se inventa para que las cosas tengan sentido”, dice Pablo vía telefónica desde su casa del centro de Rosario. Está conforme con Dramático & nocturno, sucesor de Hambre (2019), y aclara que al escucharlo no reconoce tanto los hechos que lo inspiraron como su energía. “Es una ficcionalización de uno mismo, no es literal. Con cualquier obra hay algo de eso, ¿no? William Friedkin, cuando hizo El exorcista, también estaba hablando de él mismo, en algún sentido. Los temas que le preocupan a él están ahí, en la película. No sé si ha vomitado verde”, dice, entre risas.

“Los discos funcionan como una fantasía en la cual uno realmente tiene algo importante que hacer, algo que resolver, algo que solucionar. Y hay un poco de tratar de encontrar un sentido en el paisaje de uno”, agrega Pablo, que acaba de terminar de dar una clase de guitarra “con un alumnito” que se fue hace unos minutos de su casa. Pablo se divide entre las clases convencionales y asesorías a músicos profesionales y amateurs que se acercan para intentar resolver asuntos de producción, de creatividad. Un taller para sacar adelante una obra estancada. “No utilizo un método académico. Es una cosa un poco más orientada a la intuición, a tocar. Si bien hay algún tipo de conocimiento teórico, no es la veta principal. Hay mucha gente que maneja mucha data teórica y toca muy bien, pero si la sacás de la partitura no se sabe manejar con otros. No sabe sacar una canción”, cuenta.

Por la casa de Pablo pasan todo tipo de músicos y músicas, como Lucas Moroncini, que durante el día es arquero de fútbol y por las noches es un músico de rock con look semi Ringo Bonavena que grabó sus canciones gracias al empuje y desparpajo que carecen algunos prodigios de conservatorio. O Julia Piemon, una de sus primeras alumnas. También músicos que van del folk horror al pop.

“Después hay algunos que vienen que ya habían arrancado a grabar, como el Panda, de Jimmy Club. Llega mucha gente”, cuenta Pablo. Personas que empezaron a buscarlo después de la salida de Días de fuerza (2016), segundo disco de Alucinaria, su ex banda, que lo puso en el mapa de la canción rosarina.

Foto: Maxi Conforti

Pese a que los discos pasaron y más canciones surgieron, Pablo piensa que Días de fuerza es lo mejor que hizo. La salida del álbum fue una pequeña revolución. Un trabajo de pop barroco y rock psicodélico que traía canciones que, como aseguró el periodista Lucas Canalda en el sitio local Rapto, se asemejaban a “un delírium trémens orquestal; una conspiración de voces, las mismas que susurraban en los oídos de esos audaces peatones de las fauces penumbrosas, Wilson, Syd Barrett y el Miguel Abuelo lisérgico”. Días de fuerza le dio peso al nombre de Pablo Comas, autor y productor de todas sus canciones. Fue versionado por próceres de Rosario como Coki Debernardi y legitimado desde entonces. Aunque ahora su búsqueda sea diferente. Dramático & nocturno tiene, ya desde el título, una intención de no envolverse en solemnidad. Pablo buscó alejar el barroquismo e ir por temas de una potencia más directa.

“Ya hace un tiempo me viene picando hacer canciones de fogón. Tiene que ver mucho con la influencia de un compañero de la banda solista, Luciano Tourfini, que vino como alumno antes de ser parte de la banda. Trajo unos temas y yo le empecé a mostrar teclados y le decía 'mirá, acá podemos hacer algo medio Daft Punk o Arcade Fire'. Y él me dice: 'Yo quiero que a mi música la entiendan mi mamá y mis amigos'. Me pareció la intervención más clara que me dieron alguna vez a la hora de trabajar en música. Y hay algo de todo eso que me influyó bastante”, cuenta.

Pablo también pudo volcar su relativamente nueva afición por el rock argentino, algo que descubrió “de grande”. “Yo escuché Charly a los 25 años. A Fito también. A Calamaro lo escuché a los treinta. Hay algo que para el que estuvo más atento es un lugar común, pero para mí tiene un carácter de novedad total”, dice el rosarino, de 35 años.

Dramático & nocturno tiene rasgos de Calamaro o Moretti, influencias de Paula Trama y de Pels (“la mejor banda del mundo”). No suena sombrío, sino brillante, pero se asoma a la inmensidad del vacío más que a la esperanza del final del túnel. “Adelante me esperan cosas terribles/ una vez más”, canta Pablo en “La danza de los bordes”, el tema que abre el disco, uno de los primeros que compuso en esta etapa. “El desafío es poder hacer canciones de tres acordes recontra simples y que la gente las cante. Un poco ese fue el plan. Tratar de depurar todos los temas. Que no tengan recreos, ningún momento de laberinto. Que no se vayan del foco. Creo que lo logramos, de alguna forma”, dice, aunque reconoce que “de ahí a que la gente lo cante, ya es otra cosa”.