¿Cuál de todas las historias que se cuentan sobre Bettina es la favorita? ¿La de la artista que a mediados de los años sesenta perdió su obra en un incendio y se mudó a un cuarto de hotel donde vivió hasta que murió? ¿La de la mujer que cuando subió a la terraza de un edifico para matarse (en otras versiones esa terraza es un balcón) vio la ciudad, la cuadrícula de esa ciudad habitada por personas que iban y venían y decidió fotografiarla?
¿La de la acumuladora con el carrito de las compras que dormía en el pasillo rodeada de cajas y sentada en una reposera porque su habitación estaba cubierta por obras de arte y casi no se podía entrar a la cocina ni al baño? ¿La de la artista revelada casi cuando moría y el MoMa exponía Phenomenology Project (1979-1980), una serie fotográfica suya con visiones deformadas de Nueva York reflejadas en las ventanas de la ciudad? ¿La de la artista ignorada como tantas otras artistas de su generación? ¿La de la culpa porque se conocieron tarde, muy tarde, sus composiciones de textos e imágenes Xerox, sus pinturas geométricas, sus esculturas, sus huevos de mármol, sus pinturas con cinta adhesiva, sus grabados y sus paneles?
¿La de la estrella ausente en una galería de arte en el barrio chino de Nueva York repleta de jóvenes artistas que la descubrían dos años después de su muerte? ¿Cuál de todas estas historias se cuenta primero?, ¿Cuál con la intriga justiciera que devela la condición y su consigna? Bettina (no usaba el Grossman) evitaba contar los detalles de su vida, espantaba a los curiosos, ponía pesados candados en los picaportes y pegaba carteles en la puerta: “Instituto de Investigaciones Noumenológicas”, “Ayúdenme, me están matando”. A pesar de disuadir cualquier intento, algunos datos biográficos se conocen, siempre hay una sobrina.
Nació en Brooklyn, en un hogar judío ortodoxo en Borough Park, vivió algunos años en Europa (donde según su sobrina, manejaba autos deportivos por los Alpes y rompía corazones enamorados) y gran parte de su vida en la habitación 503 del glorioso Hotel Chelsea, el hotel donde también vivieron Mark Twain, Janis Joplin, y Dylan Thomas entre otras leyendas. En 2006 quisieron desalojarla, no pudieron. Unos años después conoció a la cineasta Corinne Van Der Borch y juntas filmaron Girl With Black Balloons.
Corinne dijo que Bettina era “una mujer que vivía en las sombras del Chelsea” y Bettina reveló su momento de decisión: “la única manera de hacer cosas hermosas es aislándose de la realidad, de los amigos, de la familia, de la situación complicada que existe”. Cuando en 2007, Sam Bassett (que vivía en el mismo hotel) pudo entrar a la habitación filmó el documental Bettina. A partir de ese momento y a través de @ytobarrada, @ulrik.nyc y demás nombres propios, sus obras tienen valor de mercado y el #Bettina puebla galerías y pixeles.
Cuando Bettina murió, encontraron en el polvo que camuflaba los tesoros de la 503 un sobre con seis nombres escritos en tinta azul: Mitchell, Frankenthaler, Hepworth, Bourgeois, Krasner y Nevelson. Ya no son seis las artistas de la lista del desvelo. Ahora son siete. Ahora está Bettina.