Muerden los microrrelatos reunidos de Ana María Shua en Todos los universos posibles (Emecé). Los lectores andan perplejos y fascinados, machucados y felices, con la yugular tatuada por el modo en que los cinco libros –La sueñera, Casa de geishas, Botánica del caos, Temporada de fantasmas y Fenómenos de circo– hincan sus dientes con la alta sutileza de la condensación poética. “Estoy bien despierta por ahora, acostada en el borde de un sueño hondo. El fondo no se ve. El agua es viscosa y corrupta. A veces, salen monstruos. Sin embargo, no me asusto. En la vigilia estoy seca y segura: un palatazo bien dado y zácate, monstruo al agua. Lástima que con tanto ajetreo no voy a poder dormirme nunca”, se lee en uno de los primeros textos de La sueñera, escrito hace más de cuarenta años, en 1975, aunque publicado en 1984. Cómo no celebrar “el incorpóreo acontecer de la palabra escrita” junto a la escritora –autora también de un ensayo que se acaba de publicar, Cómo escribir un microrrelato (Alba)–, que presentará sus microrrelatos reunidos hoy a las 18.30 en la librería Dain–Usina Cultural (Thames 1905).
“Yo siempre tuve una natural tendencia a la brevedad –reconoce Shua en la entrevista con PáginaI12–. Cuando empecé a salir de la poesía, porque comencé escribiendo poesía, en el pasaje que hice de la poesía a la narración, tuve una época en la que escribía muchos textos muy cortitos, con una onda poética. Como lectora, siempre me apasionó leer los cuentos brevísimos de nuestra tradición literaria, que son los de nuestros grandes cuentistas: (Jorge Luis) Borges, (Julio) Cortázar, (Marco) Denevi, (Isidoro) Blaisten, (Adolfo) Bioy Casares. Los grandes cuentistas argentinos han escrito cuento brevísimo. A mí siempre me gustó leerlos”. A los 25 años, Shua trabajaba en publicidad, un ámbito en el que se movía como pez en el agua por la brevedad. “Los guiones de treinta segundos me salían de treinta segundos, algo que a la gente que empieza le cuesta más porque no tiene esa medida. Pero para mí era la medida perfecta –recuerda–. De hecho, a la semana ya estaban filmando mis primeros guiones de publicidad. Entonces estaba tratando de aprender a escribir cuentos, que todavía era algo que no me salía, y cayó en mis manos una colección de la revista El cuento, una revista mexicana dirigida por Edmundo Valadés, con un consejo editorial muy lindo en el que estaba, por ejemplo, (Juan José) Arreola. Ellos publicaban muchos cuentos y también tenían un concurso permanente de cuentos brevísimos. Leí muchos de esos cuentos y descubrí a los autores latinoamericanos que estaban publicando en ese momento, que no los conocía, y leí a un autor que fue muy importante para mí, Henri Michaux, un belga al que en ese momento se lo consideraba poeta. Sin embargo, tenía historias que eran cuentos brevísimos”.
Ana María –que entonces firmaba los textos como Schoua, su apellido original– escribió sus primeros cuentos brevísimos –los textos iniciales de La sueñera– y los presentó al concurso de la revista mexicana. “Mi marido (Silvio Fabrykant) me dijo: ‘esto es muy bueno, te está saliendo muy bien; vos seguí’... Los mandé al concurso en el año 75, cuando las comunicaciones eran complejas y todo era por correo postal. En el 76 empezó la dictadura y dejó de entrar la revista El cuento. Nunca supe lo que había pasado con esos cuentitos, hasta que hace tres o cuatro años me enteré de que habían sido publicados, para mi enorme sorpresa –reconoce Shua–. Llegué a tener una carta de Edmundo Valadés en la que me agradecía y me decía que mis cuentos eran muy lindos y muy ingeniosos; una notita que publicó en uno de los números de la revista. Alfonso Pedraza, que fue un colaborador de El cuento, decidió organizar todo el archivo y publicarlo en Internet. También publicó un libro con los microrrelatos de la revista. Y ahí estaban los míos y fue una sorpresa lindísima”.
La carta de Valadés fue un gran aliciente para seguir escribiendo microrrelatos y poder publicar un libro. “Me propuse escribir un microrrelato por día. Eso es muchísimo, es una locura esa pretensión –repasa con una sonrisa piadosa hacia esa joven entusiasta que se proponía superar metas casi imposibles–. Escribí cien relatos en cien días y de golpe se secó el pozo y ya no pude escribir ni uno solo más. Eso no llegaba a ser un libro. Varios años después retomé y empecé a trabajar otra vez. Y lentamente, ya con un plan de diez microrrelatos por mes, un plan mucho más realizable, pude avanzar y terminar con La sueñera”.
–¿Fue difícil publicar en los años 80 un libro de microrrelatos como “La sueñera”?
–Sí, fue un drama publicarlo porque es un género poco comercial. En esa época yo no era tan conocida. Aunque había ganado el concurso de Losada con Soy paciente, cuando empecé a tratar de publicar La sueñera, lo rechazaban en todos lados. Beatriz Guido, que era la editora de Losada, me dijo que no publicara eso, que era una cosa demasiado femenina, y que después de Soy paciente, que estaba contado en primera persona por un hombre, no tenía que publicar eso, que era débil y que no tenía interés. (Luis) Tedesco, de la editorial de la Universidad de Belgrano, me dijo que eso era poesía y que ellos no publicaban poesía. Finalmente apareció en una colección de ciencia ficción en Minotauro; lo publicó Marcial Souto en el 84, después de que había publicado Soy paciente y Los días de pesca, mi primer libro de cuentos, y Los amores de Laurita, que vendió muy bien. En el camino tuve una satisfacción muy grande. Yo le había llevado La sueñera a Enrique Pezzoni, a Sudamericana, y Pezzoni me dijo: “no puedo publicarte esto acá, pero es muy bueno y me gusta mucho y quiero pedirte permiso para quedarme con el original”. Eso fue maravilloso, me calentó el corazón. Siempre se lo agradecí.
–¿”La sueñera” se roza mucho más con la poesía, aunque también tenga minicuentos?
–Sí, absolutamente. Tengo muchos textos que se tocan con la poesía, pero otros son cuentos cortitos y otros se acercan más a la reflexión. La microficción o el microrrelato es un género fronterizo que limita con el aforismo, con la poesía, con el cuento largo, y anda siempre por ahí. Hay algunos que están en el medio, que son los minicuentos inconfundibles, pero hay muchos que están jugando en la frontera y son difíciles de clasificar. Desde mi punto de vista como lectora, yo digo qué importa; son divisiones políticas. En el fondo, qué le importa a uno si está en Venezuela, en Ecuador o en Brasil; finalmente es la selva del Amazonas. Desde el punto de vista del lector, da igual. Lo que importa es que esos textos gusten y no el nombre que uno le va a poner. Yo creo que algún elemento narrativo tienen que tener para ser considerados microrrelatos.
–¿Qué hace que el microrrelato esté más en el borde de la narrativo? ¿Que tenga una tensión, un conflicto?
–Tiene que contar algo. Es muy interesante lo que pasa con el microrrelato en el ámbito hispanoamericano y el microrrelato en inglés. En el ámbito hispanoamericano se trata con frecuencia de cuestiones más universales, los personajes no están identificados, no son personajes sino como vectores de la acción. En cambio en el microrrelato en inglés, verdaderamente son cuentos brevísimos, los personajes muchas veces aparecen con nombre y apellido, es gente a la que le pasan cosas, muchas veces se los toma en una situación reveladora y yo veo también cuando leo los consejos que se le dan a la gente que quiere escribir microrrelatos en inglés que repiten una y otra vez que se elija un tema breve. En el microrrelato hispanoamericano no tiene sentido decir eso: el tema puede ser la vida, la muerte o la historia del universo. Uno puede decir algo así como que la tierra nació como un proyecto fracasado y desapareció. Y está contando toda la historia del planeta tierra en una línea. Pero en inglés no funciona de esa manera. Yo tengo la sensación de que cuando se produzca una mutua influencia –algo que ya está sucediendo– eso va a hacer crecer el microrrelato, porque en el ámbito hispanoamericano está un poco encerrado en los temas tradicionales de la literatura fantástica: el tema del doble, el bestiario y lo raro. Cuando pueda saltar un poco esa barrera y volver a la realidad, creo que va a ganar el microrrelato hispanoamericano. También en inglés se va a modificar y van a encontrar otras posibilidades. Ahora la tenemos a Lidia Davies en Estados Unidos, que ganó el premio Pulitzer con un libro que si no es de microrrelatos contiene muchos microrrelatos. Y creo que eso le hizo bien al género.
–Al leer los microrrelatos en continuado de “Todos los universos posibles”, una cuestión que llama la atención, comparando libro por libro, es que no se repite. ¿Cómo trabaja contra la repetición?
–Aunque hay algunos procedimientos repetidos, no sé cómo hago: trato de que sean diferentes. Cuando noto que los microrrelatos tienden a repetirse, el libro se terminó. Cuando termino un libro, tengo más o menos unos trescientos textos y descarto la tercera parte. En ese descarte, también elimino muchos de los que resultaron repetidos. Ahora cómo es el proceso que me lleva a escribir cada uno de los microrrelatos diferente al otro no lo sé. Es un poco misterioso; te puedo decir de dónde salió cada uno de los textos, pero no cómo lo hago de esta o aquella manera. Hay un texto que se llama “Fémur” que es autobiográfico, con la historia de la cabeza de fémur de mi abuelito. Mi abuelito se rompió la cadera y le sacaron la cabeza de fémur y se la reemplazaron por un clavo de platino y mi papá andaba con la cabeza de fémur en el auto, en su oficina, pensando en convertirla en cenicero. Tuvimos la cabeza de fémur dando vueltas por la casa durante mucho tiempo, hasta que desapareció. La mayoría de los textos salen de la realidad. Aunque parezcan producto de la imaginación, salen de cosas que sucedieron y que me llamaron la atención: una imagen, un sonido, un juego de palabras, un refrán. Ahora estoy trabajando con un libro nuevo de microrrelatos sobre el tema de la guerra. Un poco como hice con Fenómenos de circo, estoy investigando y entonces aparecen muchas cosas interesantísimas que a su vez me disparan ideas.
–¿Qué procedimientos prefiere para la escritura de los microrrelatos?
–En otro momento, necesitaba leer microrrelatos de alta calidad literaria y eso hacía que se me dispararan ideas propias. Después me di cuenta de que también me servía leer mal microrrelato porque también en los malos microrrelatos muchas veces hay algo interesante que el autor desechó y no desarrolló o no le prestó atención, pero que yo lo veo y me sirve para trabajarlo y hacer otra cosa con eso. A partir de Fenómenos de circo y también con lo que estoy escribiendo ahora, lo que hago es investigar el tema y los elementos que van surgiendo de la realidad son los que me sirven para que surja la idea. No sé cómo se produce, pero lo que sé es que ser original cada vez me cuesta más a través de los años y de todo lo que llevo escrito. Yo paso muchos años sin escribir microrrelatos para que algo cambie en mí y poder escribir algo diferente. Así y todo cada vez me cuesta más usar procedimientos nuevos que no había trabajado hasta ahora. Me gusta que la literatura diga algo, que no es un mensaje porque no es algo concreto y definido. Pero sí es algo que produce una cierta perturbación en el lector, que lo deja pensando. Que lo deja haciéndose preguntas.
–“Huyamos”, es su microrrelato más breve. ¿Cuesta mucho llegar a ese nivel de condensación?
–Cuesta si lo que uno se propone es la condensación. Pero nunca me propuse tratar de hacerlo lo más corto posible. Este es otro consejo que le doy a la gente que quiere empezar a escribir microrrelato: un microrrelato no es mejor cuanto más corto. Un texto tiene el largo que debe tener. Si a uno le salió un cuento de dos páginas, dos páginas es lo que le corresponde. No tiene sentido tratar de achicarlo, como los pies de las hermanas de Cenicienta para que quepan en las 300 palabras. Si tiene una página, tiene una página. Y si tiene tres palabras, tiene tres palabras.
–¿Cómo ve al volumen Todos los universos posibles?
–Me parece una especie de diccionario del microrrelato. Me emociona ver el trabajo de más de cuarenta años, es toda una vida; son cinco libros. Fue muy importante para mí que la editorial publicara uno por página. Al principio, no estaban del todo de acuerdo y querían poner dos por página. En el microrrelato hay un efecto de golpe de sentido, unos segundos de reflexión que necesita cada texto para ser comprendido. Ese espacio físico, cuando se pone uno por página, equivale a ese pequeño tiempo que el lector necesita para pensar y entender lo que leyó. Es un libro caro, pero rendidor (risas).