Sheryl Crow realizó recientemente un viaje guiado en busca de hongos mágicos con la Universidad Johns Hopkins de Maryland. Sólo una cosa lo estropeó: el viaje empleaba una lista de reproducción cuidadosamente seleccionada y diseñada para potenciar la experiencia alucinógena. En su lugar, los oídos de músico de Crow la llevaron a un espacio analítico. "La lista de reproducción me robó la capacidad de hacer un viaje de setas", reflexiona con tristeza, en sus suaves tonos sureños. Pensé: "Oh, están tocando 'Here Comes the Sun', ¿así que se supone que tengo que ver colores brillantes? Si no entendés mucho de música, creo que podés disfrutarla más...".

Crow, de 62 años (sí, de verdad tiene 62), parece joven y brillante en su estudio de Nashville, sentada frente a cuatro preciosas pieles de tambor hechas en los años 30 y pintadas con escenas de la vida rural de Tennessee. Tiene muchas "rarezas" en el rancho que comparte con sus dos hijos adoptivos Wyatt y Levi, a los que ha criado como madre soltera. También tiene -dice orgullosa- "absolutamente ninguna conexión con el mercado de la música country tal y como es ahora", la propia industria del pueblo que ha convertido en su hogar. Su estudio está encima de un establo (tiene 10 caballos), pero como está insonorizado, en su nuevo disco, Evolution, no se oyen bufidos, cascos ni relinchos.

En realidad, no debería haber un nuevo disco en absoluto. En 2019, Crow dijo que Threads, repleto de estrellas y que incluía duetos con Neil Young y Stevie Nicks, sería su último álbum, un anuncio inquietante, porque volvía a padecer de mala salud tras un diagnóstico de cáncer de mama en 2006 y un tumor cerebral benigno en 2011. "No era mi intención grabar un disco", dice: simplemente no pudo evitarlo. Esta vez no se encargó de la producción: "Eso se sentía demasiado como ir a trabajar". Fue profesora de música en los años ochenta, y todavía sueña vívidamente que está de vuelta en el aula enseñando a niños de guardería a leer notas o a igualar el tono.

El futuro de la música tiene ahora mismo un elemento aterrador para Crow, que siempre ha tenido conciencia social. La Inteligencia Artificial está al caer. Su nuevo disco habla mucho de ello. Por las mañanas, cuando sus hijos se vayan al colegio, se sentirá miserable leyendo sobre el tema: "Alzarse contra lo que la Inteligencia Artificial va a significar en la comunidad artística. Como madre mayor, realmente me sacudió pensar que vamos a tener que empezar a proteger la inspiración de nuestras almas; la diferencia entre nosotros y la IA es que nosotros tenemos alma. Tenemos empatía, tenemos compasión".

Hace poco habló con una joven compositora que le explicó que ella y sus compañeros utilizaban ChatGPT en su trabajo: "Decís 'Quiero escribir una canción que suene como Sheryl Crow, que utilice estas cuatro metáforas y que te la devuelva'. Su argumento era que no lo usarías todo, pero siempre hay un buen puñado de líneas. Pensé, no, no, no, no..."

¿Ha escuchado una versión de su propia voz hecha por la IA? "No, pero hoy en día se puede entrar en cualquiera de estas páginas y captar la voz de alguien. Para mí es algo más amplio", dice. "La IA está sin conciencia en un momento en el que los algoritmos ya fortifican lo que creemos que es la verdad. Sólo nos va a alimentar con más no-verdades. El disco no está tan mal, eso sí...".

La carrera de Crow se inició con el himno slacker de 1994 "All I Wanna Do", con sus picarescas visiones de la bebida diurna y su desdén por el lavado de coches a la hora de comer. Hay una maravillosa réplica de esa canción en su nuevo disco -podría, de hecho, haber sido escrita por IA- completa con un estribillo Gen-X, "All I know/ is wherever I go/ there I am" ("Todo lo que sé es que donde vaya, allí estaré"). Crow cree que es melancólica. Pero evoca cierta comodidad en el lugar que uno ocupa en el mundo.

Tiene quizás el nivel perfecto de fama: cuatro o cinco éxitos a su nombre, que son muchos. Todos los dioses del rock -Don Henley, Bob Dylan, Eric Clapton (con quien tuvo una relación)- quisieron trabajar con ella en su día, e incluso escribió una canción Bond, para la época de Pierce Brosnan: "Tomorrow Never Dies". "Pero a mi edad puedo escribir lo que quiera porque lo más probable es que no se escuche", dice. "Quiero decir, ¡eso suena derrotista! Pero es una liberación. Pensás menos en a quién ofendés. No compito por un puesto en la radio. Poder escribir sobre las cosas que veo es un alivio".

Crow creció en el Missouri rural, hija de un padre conservador y una madre liberal, y disfrutaba debatiendo apasionadamente en torno a la mesa. Nunca ha sido precisamente fría, se quejaba de la violencia en Pulp Fiction y Perros de la calle cuando eran las únicas películas de las que se hablaba ("Sigo diciendo exactamente lo mismo sobre las armas, 30 años después").

Hubo una disputa con Walmart cuando el tema "Love Is a Good Thing" afirmaba que vendían armas de fuego a adolescentes; hubo otra con el campamento de Michael Jackson cuando acusó a su manager Frank DiLeo de acoso sexual en dos canciones de su primer álbum (Crow pasó dos años como corista de Jackson; la prensa sensacionalista llegó a afirmar que se le había propuesto tener un hijo suyo).

"Lo interesante era que, por aquel entonces, decía lo que pensaba y luego había miles de personas que me decían: '¡No podés hacer eso! Estaba menos enojada que Alanis Morissette, era menos explícita que Liz Phair, menos melancólica que Aimee Mann; pero era una mujer de los noventa que escribía la verdad de la experiencia femenina mucho antes de que un hashtag lo convirtiera en un movimiento."

"La industria musical está dirigida por hombres, y la realidad era que no había espacio para que nadie hablara de ello, así que se enmascaraba en la música", dice. "Fiona Apple también habló de ello. Por aquel entonces era realmente aterrador: 'Puede que nunca vuelva a trabajar si esta persona me hace callar'. Gracias a Dios estamos avanzando". ¿Está orgullosa de haber hablado? "Yo no diría orgullosa. Supongo que siempre fui fiel a mis convicciones".

Crow en escena en 1994 (Imagen: AFP).

En 2020, Crow apeló a la conciencia de Donald Trump en su canción "In the End", pero en la actualidad se ha rendido y extiende su atención "más allá de esta persona anticristo. Cualquiera que elijamos para ser nuestro líder encierra aspectos de lo que existe en todos nosotros, y eso es lo que me aterroriza. He vivido lo suficiente como para saber lo que era tener buenos líderes. Pero tengo esperanza".

Ha estado leyendo The Fourth Turning Is Here, de Neil Howe, sobre los ciclos de rebelión, levantamiento y renovación espiritual de Estados Unidos. Y lamenta la falta de textos políticos en las canciones pop. "Me fijo en los artistas que escuché durante mi infancia, Marvin Gaye, Edwin Starr y Buffalo Springfield. Canciones que sonaban en la radio y hablaban de lo que pasaba en el mundo. Ahora lo vemos en la música rap. Pero me parece que la mayoría de lo que escucho en la radio hoy en día es sobre sexo. El sexo está muy bien. No digo que no lo sea...".

Crow se convirtió al cristianismo muy temprano en su vida y se mudó a San Luis con otro converso con el que se prometió a los 21 años. Se conocieron en un grupo de versiones pop de los ochenta. "Dios lo quería, había vuelto a nacer, pero también salía de fiesta", recuerda. "Había un ciclo de beber, fumar hierba, arrepentirse y repetir". Un día le dijo: "Si no vas a cantar para el Señor, quizá no deberías cantar". En lugar de eso, optó por sus versiones de Huey Lewis, rompió el primero de sus muchos compromisos y se mudó a Los Ángeles, donde se las arregló para conseguir un concierto con Jackson que le cambiaría la vida. Crow afirma que no conocía a Jackson mejor al cabo de dos años que al principio. A medida que su carrera prosperaba, se aferraba a ideas abstractas sobre el matrimonio y los hijos, sin apreciar, dice, la historia de la vida real que estaba escribiendo.

"Tuve un momento de reflexión cuando me di cuenta de las historias que me había estado contando a mí misma", dice. "Te enamorás de alguien maravilloso, te casás, tenés hijos. No sé en qué estaba pensando. No tenía en cuenta que habías ido a Japón, Israel y Rusia por una canción. ¿Cómo pensabas que iba a ser tu vida?".

Tras recuperarse de un cáncer de mama en 2006, tuvo una conversación con su madre que le cambió la vida. "Me dijo: 'Sé madre. Ve a un banco de esperma. Adopta un bebé. Estamos contigo'. Me di cuenta de que la única persona con la que me medía me decía: 'No lo hagas como yo lo hice'. Era como si me diera permiso. Pero creo que fue un momento angelical, porque no era propio de mi madre decir simplemente: 'Andá y tené un bebé'. Todo se encaminó cuando miré mi vida y dije: '¿Y ahora qué?'".

Resulta conmovedor pensar que a una estrella del rock de 44 años, con nueve premios Grammy, la bendición de una madre pueda cambiarle la vida. Crow ha construido una pequeña capilla al otro lado del camino de entrada a su estudio. Contiene más rarezas: Santos españoles y la cabeza taxidermizada de un ciervo abatido hace mucho tiempo por un abuelo de Missouri. Su propia espiritualidad ha sido un viaje, dice: "Mucha meditación. Quizá sea una excusa, pero es donde encuentro la paz". Le encanta la idea de los seres iluminados y es "un poco panteísta". "Pero hay muchas religiones orientales que predican el desapego, y eso me parece casi imposible", dice con una gran sonrisa blanca. "Estoy apegada. Me apego a lo que veo. Y me preocupo".

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.